La primer Convocatoria del Blog Letra Universal se cerró el 14 de octubre último (2008)
Se recepcionó 455 textos de los cuales 274 seleccionados fueron publicados diariamente en el blog. Participaron desde España, Argentina, Cuba, Colombia, México, Chile, Perú, Uruguay, Italia y Venezuela.
Felicitaciones a todos los participantes y gracias por querer compartir sus textos. Letra Universal es un blog personal con la humilde intención de proporcionar un lugar donde mostrar los talentos literarios actuales. Todos ustedes sin saberlo han despertado en este blog, lectores deseosos de encontrar obras inéditas. Muchos de los trabajos recibieron críticas, comentarios y bellas palabras, entre ellos fueron:
El patio de los chicos 14 comentarios
Noche de invierno 10 comentarios
Sangkatauhan 5 comentarios
Indispensable ruin 5 comentarios
Cruces en la acera, luego injusticia 4 comentarios
La divina rosa 4 comentarios
Más allá de ... 3 comentarios
Refugio 3 comentarios
El triángulo 3 comentarios
De noche viene Mireya con su soledad 2 comentarios
Un gran amor 2 comentarios
Mis causas 2 comentarios
2008 2 comentarios
Aleteo 1 comentario
Días que son 1 comentario
Ahora vamos a casa 1 comentario
Un día de perros 1 comentario
7 meses de adolescencia 1 comentario
Anteayer 1 comentario
El experimento 1 comentario
Antonio 1 comentario
Me suicide un viernes 1 comentario
Ahora 1 comentario
Jacinto Canek 1 comentario
Tríptico de Tierra 1 comentario
Ambición mortal 1 comentario
Arena Tibia 1 comentario
Agonía 1 comentario
Llueve 1 comentario
Ella estaba allí 1 comentario
El calendario 1 comentario
Pontificamos al amor diferencial 1 comentario
Flores marchitas 1 comentario
Sueños de un escritor 1 comentario
Apuñalada 1 comentario
Si tu estabas mas rica que yo 1 comentario
Puedes ver todos los textos enviados Aquí
Nuevamente Felicitaciones...
A partir del lunes 28 de Octubre se abre la 2º Convocatoria de Letra Universal. En esta 2º vuelta además de participar con cuentos y poemas, podrán enviar monólogos y ensayos.
Biografía de Escritores Argentinos Headline Animator
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Histerias
AZUL
Desde hace tiempo que ir y venir por el mundo solo consiste en perseguir la sombra de tu sombra o sentarme a esperar mientras fumo. Y hoy que tu inexistencia tiene un aire melancólico, puedo contarte lo que recuerdo de esa tarde.
No sé si por necedad o hambre compré el tercer cigarrillo. Permanecí casi inmóvil, dejando patéticamente caer mi anatomía y las cenizas del tabaco sobre tu no presencia. El perfil anguloso de una diosa puntiaguda y el trigo satinado de sal brotando de unos hombros redondos me succionaron del trance. Me tragué las ganas de verte desnuda caminado entre miles de girasoles. Durante casi 120 minutos y sin tregua, la aberración de mis pupilas por tu esbelta figura acurrucada frente a la fuente de agua pinceló un espejismo de bocas abiertas en mi cerebro. El oleaje fue tan intenso que solo pude articular dos palabras. – ¿Piel extraterrestre? preguntaste, mirando encima de las gafas rosadas. -Sí, bueno. Tiene el color de Venus en versión latina murmuré nerviosamente, mientras florecías tus encías para mi deleite. -¿A quién esperas? tus palabras me golpearon. -Tú lo sabes quise decir resueltamente, pero mastiqué las palabras y las engullí de inmediato. Luego perdí tu imagen. Te descubrí dispersa, histérica. Tuve que extraviarme en tus eternidades para descifrarte y comprender lo que traías bajo la falda azul. ¡Suéltame! ¡Por qué lo haces! ¡Suéltame! tus gritos asesinaron las flores y empezaron a molestarme. Torpes, desgarradores. Luego se apagaron. Me vestí y caminé unos pasos.
Tu desnudez se halla expandida en la hierba. Temo que puedas tener frío. Entiendo que no quieras hablarme. Yo tampoco lo haría. Ahora tú, permaneces inmóvil y retratándome en tus ojos fijos. Retratándome. Que contradicción, si antes no querías saber nada de mí.
-Ahora, ¿sabes a quién espero?
INERCIA
He llegado. Mis manos y pies se mueven, giran en vertical y horizontal sin que yo lo ordene. Forman cuatro cruces, que abortan estrellas. Luego, solo se distingue una luz roja. Aquí es en donde YI acaricia los muros con sus dedos aguja. Tratando de no extraviar la forma de los cuerpos que forran las paredes. Llamo “cuerpos” a las estructuras parcialmente organizadas y heterogéneas -tres cabezas, cinco piernas, tres brazos, siete pelvis, tres mamas, y algunas partes indistinguibles- que espiran un delicioso olor. -¡Mm...! Me recuerda al cuello de LO durante el almuerzo.
YI los deja descansar sobre los muros.
DUENDES
Me pregunto qué sentido tiene mi choque contigo. Será que el destino realmente existe y fue construido a imagen y semejanza de un capricho divino. O se trata simplemente de tirar dados sobre sábanas mojadas y luego ver qué pasa. Mi choque contigo fue encantador. Pero te confieso que antes hubiera preferido encontrarme conmigo, es decir con el ser sin rostro y que no me reprocha el hecho de quedarme dormida hasta las doce. Imagínate a un duende convulsionando sobre un campo de cebada. Su cuerpecillo estremeciéndose horriblemente sobre las espigas. Pronto tienes la desagradable sensación de que vas a devolver el helado que saboreaste con tu novia en la tarde y de tener la boca más húmeda. Es como si vieras a tu madre muerta frente a ti, reclamándote el hecho de haberle vestido con medias verdes para su entierro. Tu respiración se torna abortiva y espasmódica. Choca con el nudo en tu garganta. Y ya está. Expulsas miles de duendecillos epilépticos y te sientes aliviado. ¿Te lo imaginas?
-Es lo que viví siete segundos después del choque contigo.
EL HOYO
Estuve pensando en la forma de deshacerme de este vacío que llevo dentro. Al referirme “dentro” hago alusión a un punto que puede caber en cualquier sitio y que no permanece quieto ¿no me lo crees? Es una nueva ley de física moderna y dice literalmente: “Un punto puede ocupar cualquier espacio y un espacio puede caber en un punto”-¡ríete si quieres! Si de algo te puedo hablar con solvencia es de física. Y como el hoyo es un punto puede permanecer en donde le plazca. De modo que he llegado a una nueva conclusión: Dios es algo que está en todos lados –eso dicen. Un punto o un hoyo puede estar en cualquier lugar. Por lo tanto Dios es un hoyo. Al ser Dios un hueco, puede confundirse fácilmente. Por ejemplo hablaré de huecos que claramente puedes identificar. Una cerradura. Una ventana abierta. Una boca abierta. Una vagina. Tal vez Dios es una vagina y ¿si es una vagina? Eso quiere decir que las mujeres tenemos más presente a Dios que lo hombres. ¿Puede ser eso sensato? Tengo un hueco entre mis piernas que me grita que es Dios.
-Y yo queriendo cambiarlo por una montaña.
YI
¿Hablaré de muertos o con muertos?–pregunté. YI escribió en la pared: “no tiene caso”. Yo señalé su frente. Entonces entendió que no tiene sentido imaginar un hoyo negro cuando puede introducir el dedo índice en la mitad de la frente de LO. Le dije a YI que había extrañado interminablemente su desnudez y le conté de mis caminatas en dirección norte y de la serpiente y de los labios cortantes de LO y del vino y de mis alas y de mi muerte y de su muerte y de la muerte de Lo. YI ni me miró. Tenía perdidas las pupilas. Luego murmuró: “viene a verme todas las noches... Te amo y amo también a LO, ahora duerme que mañana empezarás a extrañar interminablemente mi desnudez”. Me adherí a su vientre. Aquella vez amé a YI.
LO Y LA PRINCESA
Desde aquí contemplo la eterna caminata de las razas. Tienes que disculparme, cuando quieres hablarme suelo atravesar la ventana estrecha -ahora entiendo el motivo de tu discontinuidad... Lo cierto es princesa que mi silencio es un voto. Un trato que hice con LO después de amarrar su cintura a mi pecho durante once segundos. LO se deshizo de la blusa verde que ahogaba sus mamas. Sin aire y sin la posibilidad de erguirse como torres cuando mi boca las cortaba en universos diminutos, eran solo mamas. LO pudorosa de su bestialidad, jugaba con la iniciativa mía por respirar, sabía que era toda suya. Sobre la frontera de sus curvas cortantes no había sitio para vivir. ¿Quién eres LO? Siete veces he pensado en la forma de deshacerme de tu moralidad, estúpida princesa, siete veces he fracasado…
AMÉN
LO, sacude sus montañas y valles al ritmo de mis rezos. Entre cada oración LO se detiene, entorna los ojos y humedece la pálida rosa bajo su nariz, extiende cuerdas carnosas que se adhieren a mi cuello como sanguijuelas, acorta la longitud de sus piernas blandiendo el aire con el movimiento pendular de sus caderas. Mis chasquidos guturales han cesado. LO continúa: “ruego que su infinita misericordia conceda perdón a tus culpas... ”, LO congela su pupila sobre el plasma del techo. -Calla LO, calla. Que no puedo escuchar a los huesos de tu cadera maldiciéndome.
SOLEDAD Y LAS SÁBANAS MOJADAS
Hoy es día de soledad...de sueños hemorrágicos...de histeria...de soledad y sus cabellos de pluma descendiendo por mi espalda...de sus labios abismales cortejando mis dedos...es cierto que esperé su aire, su angustiosa respiración cuando no tenía otra salida que abrir las intangibles piernas para que yo la bese...¿desde cuándo calla? ¿Desde cuándo espera? ¿Desde qué ojo descubrió mi nombre? Si solo es un nombre. No es posible recordarlo con dos copas de vino. No es posible. Y daría mi locura para que lo olvide. Si no soy más que otro escarabajo debajo de su piel. Un insecto eyaculador, que no ha dejado de amarla y perennemente extiende los dientes para no olvidar su naturaleza expansiva. ¡Hay mi amor!, que dolor me causa tu cuerpo esparcido por los puntos cardinales. Incluso tu sonrisa endiablada me hace llorar, porque no encuentro la respuesta a tu vertiginosa felicidad. No puedo entender como llegaste a mojar mis sábanas. Pero si apenas son flores que guardan la eternidad de mi sueño. Y bailas ondulando tus formas como una serpiente. Hay mi amor. Me dueles. Me ardes... ¿Desde cuándo? El tiempo mide la estatura del reflejo. Es el dios de madera que salpica sangre de otros dioses y yo solo pienso: regresa. Regresa cuando la una sea vertiente de papeles rojos, cuando mi melancolía semeje un cuerpo hermoso bañado de espera. Los ojos cerrados parecen besos, mitos. La inocencia lejos de mis pesadillas vive bien... quiero escapar, que tu duelo irracional cuenta algo diferente. Lloras y piensas en las lágrimas de otro sujeto... ¡hay mi amor!
de Gaia
País de origen: Ecuador
Edad: 25
Desde hace tiempo que ir y venir por el mundo solo consiste en perseguir la sombra de tu sombra o sentarme a esperar mientras fumo. Y hoy que tu inexistencia tiene un aire melancólico, puedo contarte lo que recuerdo de esa tarde.
No sé si por necedad o hambre compré el tercer cigarrillo. Permanecí casi inmóvil, dejando patéticamente caer mi anatomía y las cenizas del tabaco sobre tu no presencia. El perfil anguloso de una diosa puntiaguda y el trigo satinado de sal brotando de unos hombros redondos me succionaron del trance. Me tragué las ganas de verte desnuda caminado entre miles de girasoles. Durante casi 120 minutos y sin tregua, la aberración de mis pupilas por tu esbelta figura acurrucada frente a la fuente de agua pinceló un espejismo de bocas abiertas en mi cerebro. El oleaje fue tan intenso que solo pude articular dos palabras. – ¿Piel extraterrestre? preguntaste, mirando encima de las gafas rosadas. -Sí, bueno. Tiene el color de Venus en versión latina murmuré nerviosamente, mientras florecías tus encías para mi deleite. -¿A quién esperas? tus palabras me golpearon. -Tú lo sabes quise decir resueltamente, pero mastiqué las palabras y las engullí de inmediato. Luego perdí tu imagen. Te descubrí dispersa, histérica. Tuve que extraviarme en tus eternidades para descifrarte y comprender lo que traías bajo la falda azul. ¡Suéltame! ¡Por qué lo haces! ¡Suéltame! tus gritos asesinaron las flores y empezaron a molestarme. Torpes, desgarradores. Luego se apagaron. Me vestí y caminé unos pasos.
Tu desnudez se halla expandida en la hierba. Temo que puedas tener frío. Entiendo que no quieras hablarme. Yo tampoco lo haría. Ahora tú, permaneces inmóvil y retratándome en tus ojos fijos. Retratándome. Que contradicción, si antes no querías saber nada de mí.
-Ahora, ¿sabes a quién espero?
INERCIA
He llegado. Mis manos y pies se mueven, giran en vertical y horizontal sin que yo lo ordene. Forman cuatro cruces, que abortan estrellas. Luego, solo se distingue una luz roja. Aquí es en donde YI acaricia los muros con sus dedos aguja. Tratando de no extraviar la forma de los cuerpos que forran las paredes. Llamo “cuerpos” a las estructuras parcialmente organizadas y heterogéneas -tres cabezas, cinco piernas, tres brazos, siete pelvis, tres mamas, y algunas partes indistinguibles- que espiran un delicioso olor. -¡Mm...! Me recuerda al cuello de LO durante el almuerzo.
YI los deja descansar sobre los muros.
DUENDES
Me pregunto qué sentido tiene mi choque contigo. Será que el destino realmente existe y fue construido a imagen y semejanza de un capricho divino. O se trata simplemente de tirar dados sobre sábanas mojadas y luego ver qué pasa. Mi choque contigo fue encantador. Pero te confieso que antes hubiera preferido encontrarme conmigo, es decir con el ser sin rostro y que no me reprocha el hecho de quedarme dormida hasta las doce. Imagínate a un duende convulsionando sobre un campo de cebada. Su cuerpecillo estremeciéndose horriblemente sobre las espigas. Pronto tienes la desagradable sensación de que vas a devolver el helado que saboreaste con tu novia en la tarde y de tener la boca más húmeda. Es como si vieras a tu madre muerta frente a ti, reclamándote el hecho de haberle vestido con medias verdes para su entierro. Tu respiración se torna abortiva y espasmódica. Choca con el nudo en tu garganta. Y ya está. Expulsas miles de duendecillos epilépticos y te sientes aliviado. ¿Te lo imaginas?
-Es lo que viví siete segundos después del choque contigo.
EL HOYO
Estuve pensando en la forma de deshacerme de este vacío que llevo dentro. Al referirme “dentro” hago alusión a un punto que puede caber en cualquier sitio y que no permanece quieto ¿no me lo crees? Es una nueva ley de física moderna y dice literalmente: “Un punto puede ocupar cualquier espacio y un espacio puede caber en un punto”-¡ríete si quieres! Si de algo te puedo hablar con solvencia es de física. Y como el hoyo es un punto puede permanecer en donde le plazca. De modo que he llegado a una nueva conclusión: Dios es algo que está en todos lados –eso dicen. Un punto o un hoyo puede estar en cualquier lugar. Por lo tanto Dios es un hoyo. Al ser Dios un hueco, puede confundirse fácilmente. Por ejemplo hablaré de huecos que claramente puedes identificar. Una cerradura. Una ventana abierta. Una boca abierta. Una vagina. Tal vez Dios es una vagina y ¿si es una vagina? Eso quiere decir que las mujeres tenemos más presente a Dios que lo hombres. ¿Puede ser eso sensato? Tengo un hueco entre mis piernas que me grita que es Dios.
-Y yo queriendo cambiarlo por una montaña.
YI
¿Hablaré de muertos o con muertos?–pregunté. YI escribió en la pared: “no tiene caso”. Yo señalé su frente. Entonces entendió que no tiene sentido imaginar un hoyo negro cuando puede introducir el dedo índice en la mitad de la frente de LO. Le dije a YI que había extrañado interminablemente su desnudez y le conté de mis caminatas en dirección norte y de la serpiente y de los labios cortantes de LO y del vino y de mis alas y de mi muerte y de su muerte y de la muerte de Lo. YI ni me miró. Tenía perdidas las pupilas. Luego murmuró: “viene a verme todas las noches... Te amo y amo también a LO, ahora duerme que mañana empezarás a extrañar interminablemente mi desnudez”. Me adherí a su vientre. Aquella vez amé a YI.
LO Y LA PRINCESA
Desde aquí contemplo la eterna caminata de las razas. Tienes que disculparme, cuando quieres hablarme suelo atravesar la ventana estrecha -ahora entiendo el motivo de tu discontinuidad... Lo cierto es princesa que mi silencio es un voto. Un trato que hice con LO después de amarrar su cintura a mi pecho durante once segundos. LO se deshizo de la blusa verde que ahogaba sus mamas. Sin aire y sin la posibilidad de erguirse como torres cuando mi boca las cortaba en universos diminutos, eran solo mamas. LO pudorosa de su bestialidad, jugaba con la iniciativa mía por respirar, sabía que era toda suya. Sobre la frontera de sus curvas cortantes no había sitio para vivir. ¿Quién eres LO? Siete veces he pensado en la forma de deshacerme de tu moralidad, estúpida princesa, siete veces he fracasado…
AMÉN
LO, sacude sus montañas y valles al ritmo de mis rezos. Entre cada oración LO se detiene, entorna los ojos y humedece la pálida rosa bajo su nariz, extiende cuerdas carnosas que se adhieren a mi cuello como sanguijuelas, acorta la longitud de sus piernas blandiendo el aire con el movimiento pendular de sus caderas. Mis chasquidos guturales han cesado. LO continúa: “ruego que su infinita misericordia conceda perdón a tus culpas... ”, LO congela su pupila sobre el plasma del techo. -Calla LO, calla. Que no puedo escuchar a los huesos de tu cadera maldiciéndome.
SOLEDAD Y LAS SÁBANAS MOJADAS
Hoy es día de soledad...de sueños hemorrágicos...de histeria...de soledad y sus cabellos de pluma descendiendo por mi espalda...de sus labios abismales cortejando mis dedos...es cierto que esperé su aire, su angustiosa respiración cuando no tenía otra salida que abrir las intangibles piernas para que yo la bese...¿desde cuándo calla? ¿Desde cuándo espera? ¿Desde qué ojo descubrió mi nombre? Si solo es un nombre. No es posible recordarlo con dos copas de vino. No es posible. Y daría mi locura para que lo olvide. Si no soy más que otro escarabajo debajo de su piel. Un insecto eyaculador, que no ha dejado de amarla y perennemente extiende los dientes para no olvidar su naturaleza expansiva. ¡Hay mi amor!, que dolor me causa tu cuerpo esparcido por los puntos cardinales. Incluso tu sonrisa endiablada me hace llorar, porque no encuentro la respuesta a tu vertiginosa felicidad. No puedo entender como llegaste a mojar mis sábanas. Pero si apenas son flores que guardan la eternidad de mi sueño. Y bailas ondulando tus formas como una serpiente. Hay mi amor. Me dueles. Me ardes... ¿Desde cuándo? El tiempo mide la estatura del reflejo. Es el dios de madera que salpica sangre de otros dioses y yo solo pienso: regresa. Regresa cuando la una sea vertiente de papeles rojos, cuando mi melancolía semeje un cuerpo hermoso bañado de espera. Los ojos cerrados parecen besos, mitos. La inocencia lejos de mis pesadillas vive bien... quiero escapar, que tu duelo irracional cuenta algo diferente. Lloras y piensas en las lágrimas de otro sujeto... ¡hay mi amor!
de Gaia
País de origen: Ecuador
Edad: 25
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Convocatoria Letra Universal
Los Pediculosos
Recién al verlo a lo lejos notó que nunca se había visto con Ramiro fuera de la oficina. Le llamó la atención que tenía un traje gris muy oscuro, o negro. Pensó que él no tenía traje negro o gris muy oscuro, que los trajes negros eran para actores de televisión, o para gente grasa, pero que de todas formas le agradaban, que en ningún momento se había planteado la posibilidad de ponerse traje, cualquiera fuera el color, y que debería haberlo hecho. Miró a su alrededor, y distinguió varios hombres de traje, pero no todos, ni siquiera la mayoría. Pensó que ya no era una obligación social ir tan formal a los entierros, que ya la gente ni siquiera va a trabajar así, salvo en algunos bancos. Volvió a mirar a Ramiro. Observó que con el cuello de la camisa el pelo de la nuca parecía más largo. Intentó acordarse cómo iba vestido todos los días a trabajar, para que no se notara el largo de su pelo, recordó que en el colegio secundario no le dejaban usar pelo largo, no podía sobrepasar el cuello de la camisa. En esa época siempre había tenido problemas con su pelo, o por tenerlo largo, o por tener piojos. Siempre que revisaban cabezas le encontraban. Intentó recordar con qué otra palabra sofisticada se solían referir a los piojos, no la recordó, pero sí que le resultaba graciosa, y que además se parecía a la palabra tuberculosis. Se preguntó si Ramiro habrá tenido piojos cuando era chico, por que también tenía mucho pelo. Mientras le miraba la nuca, a unos ocho metros y diez bancos de distancia, escuchó al cura nombrar a Ramiro. Pero no se refería a su compañero de trabajo, sino al padre, el finado. Pensó que no le gustaría llamarse igual que su padre, que tampoco le pondría Gonzalo a su hijo, que no le gustaban los nuevos nombres de moda, que no le venía ninguno a la mente en ese momento, solo nombres de mujer como Mía, Luna, Olivia, Abril, Zoe, India o Ema. Decidió que Ema sí le gustaba, de hecho si tuviera que elegir nombre para su hija la llamaría así. El cura seguía hablando, pero no podía prestarle atención. Nunca prestaba atención a lo que los curas dicen en sus sermones. Lo dicen de memoria pensó, y se preguntó si sentirán y pensarán lo que dicen, si el resto de la gente lo estaría verdaderamente escuchando, o si sólo hacían silencio. El cura terminó de hablar, se dio media vuelta y se fue. Ramiro y otros familiares rodearon el ataúd y lo tomaron de las manijas para empujarlo a través del pasillo. En un primer instante hubo una pequeña indecisión en cuanto a si debían girarlo antes de iniciar el recorrido, hasta que la mano mesiánica de un empleado fúnebre les indicó que no debía rotar, liderando al rebaño desconcertado. Gonzalo entendió entonces que no era aleatoria la orientación de salida del ataúd, y sonrió al descubrir otro génesis de dichos o palabras populares: "de acá me sacan con las piernas para adelante". Era un gran aficionado a este hobby, y repasó mentalmente uno de sus preferidos, el origen de la palabra bacán, ya que hacía mucho no la relataba a oyentes curiosos. Al finalizar la historia de ferrocarriles y holgazanes patrones ingleses con manos detrás de sus cinturas, el cortejo se le acercaba. No sabía bien qué hacer con su mirada. Pensó que las veces que estuvo al borde del pasillo de una iglesia habían sido siempre en casamientos, donde todos buscan la mirada triunfal de los novios. Pensó que si cruzaban miradas con Ramiro no sabría cómo reaccionar, ¿qué gesto pondría?, ¿lo saludaría?, ¿sonreiría? ¿le diría "lo siento mucho"? Con ninguna de estas opciones se sentía cómodo, pero si Ramiro llegaba a levantar la vista y mirarlo, y justo lo encontraba con su vista perdida seguramente no le gustaría. Dio dos pasos hacia atrás y se retiró de la primera línea, para evitar ese cruce incómodo.
Pasó el cortejo sin incidentes y se alineó solo al final, con la vista en el piso. Había mucha gente, caminó entre medio del pelotón observándolos. Pensó en cuántas personas asistirían a su entierro, en cómo se enterarían sus amigos de su fallecimiento, sobre todo aquellos con los cuales no tiene un contacto cotidiano. Probablemente los más cercanos se enteren de primera fuente, ya que quizás alguno de sus amigos esté con él en el momento de su muerte, incluso hasta podría morir con él. Pensó con quién le gustaría morir, si compartirían el entierro y en quien llevaría más gente. Todavía no podía resolver la cuestión de cómo se enterarían los amigos no tan cercanos, que aunque no los ve con tanta frecuencia les tiene mucho aprecio, y le gustaría compartir ese momento con ellos. Se le ocurrió que si tuviera una agenda telefónica de las viejas, las de papel, su madre pasaría hoja por hoja, siempre mojándose la yema de su dedo, y los llamaría uno por uno. Aunque la realidad es que lo mismo podría hacer con su teléfono celular, donde también tenía guardados todos los teléfonos, salvo que su muerte fuera en un accidente muy violento en el cual hasta este aparato quedara destruido. Aunque de todas formas podría utilizar el chip y ponerlo en otro teléfono, lo que no sería tan sencillo por que si mal no recordaba él y su madre tenían distintas compañías de telefonía celular, por lo tanto necesitaría desbloquearlo para poder usarlo, lo que sería una misión imposible dado, el escaso tiempo con el que contaría, y el fastidio que le daría luchar contra la burocracia de estas compañías, y lógicamente, el horno no estaría para bollos. Pensó en quién de sus más cercanos tenía su misma empresa de celular, pero aunque no lo sabía, no dudaba de que alguno la tendría. De hecho no era una mala idea averiguarlo, no por esto, sino para agregarlo en su plan de telefonía como un número amigo y pagar más baratas las llamadas. Pensó que estaba pagando demasiado de teléfono celular, que seguramente en Estados Unidos o en España debía de ser mucho más barato hablar por celular, que era sumamente injusto que en un país donde la gente además de ser más rica pague más barato los servicios, con lo cual era doblemente más rica, pero que son menos afectuosos que en Argentina, que cuando uno realmente necesita de un amigo no tiene con quien contar. Se preguntó si de acuerdo a esta lógica en España o en Estados Unidos los entierros serían menos concurridos. Pensó en los entierros de las películas, y notó que por lo menos en Estados Unidos los cementerios siempre tienen árboles, que las mujeres usan guantes negros largos, que la caravana de autos estaciona en la calle a no más de cincuenta metros de la tumba, que quizás en Estados Unidos los cementerios estén atravesados por calles públicas por que han de ser lugares públicos, lo cual avalaba la teoría de que tenían más plata y además pagaban menos por los servicios. Le agarró la duda de cuánto habrán pagado por enterrar a Ramiro Padre en un cementerio tan lindo como ese, de quién se habrá encargado de hacer todos los arreglos, de si habrán comparado precios, de si uno tendría ganas de ponerse a averiguar precios, de cómo reaccionaría uno si pensara que el precio que le piden es un abuso, de si tendría energías como para negociarlo.
Llegaron al lugar donde lo enterrarían. La gente formó un círculo al rededor de la tumba. Empleados del cementerio colocaron el ataúd sobre el mecanismo que lo descendería, repartieron flores a la primera fila del luto, y comenzaron a bajarlo, en silencio. Luego de que el primero arrojara su flor al cajón que desaparecía el resto lo imitó, en silencio. La madre, Ramiro y su hermana rompieron en llanto. Se abrazaron, en silencio. Gonzalo pensó en su padre, se imaginó a él en el lugar de su amigo, siendo su padre el que se sumergía a la tierra, y esta imagen sumada al lamento contagioso de Ramiro, provocaron que su rostro se frunciera en un pequeño espasmo de llanto. Esta imagen desapareció instantáneamente al advertirse llorando en un funeral ajeno. Rápidamente limpió el gesto afectado de su cara. Pensó que si bien a nadie podía llamarle la atención verlo llorar en esa situación, le invadió la culpa de estar usufructuando un funeral ajeno, derramando lágrimas por alguien que además de no estar ahí ni siquiera había muerto.
Los familiares comenzaron a recomponerse de su congoja, y los seres queridos se les acercaban de a uno a abrazarlos. Nuevamente le llamó la atención la similitud de ese momento con aquel en el cual la gente se acerca a saludar a los novios al final del casamiento. Pensó que debía acercarse a abrazar a su amigo, ya que hasta el momento no habían tenido ningún contacto. Se puso en la fila, detrás de dos o cinco personas, según el orden y la dirección hacia la cual Ramiro saludara. Esperó algunos segundos, hasta que le llegó endeble turno. Por supuesto tuvo que permitir que una señora le arrebatara el saludo. Pensó que debía ser de esas mujeres cincuentonas que en el colectivo o subte son capaces de atropellar, pisar y golpear a cualquiera con tal de conseguir un asiento. Finalmente sus miradas se encontraron, Gonzalo todavía no sabía bien qué hacer o qué decir.
- Gonza! Gracias por venir, en serio, no tenías por que venirte hasta acá.- Le dijo su compañero mientras se daban un fuerte abrazo.
- Cómo no iba a venir. – Respondió Gonzalo, agradecido de que su amigo hubiera dicho la primera frase, para que entonces a él no le quedara más que responderle su agradecimiento.
- Gracias, en serio, muchísimas gracias.
- No, que gracias. – Fueron las últimas palabras que se dijeron mientras duró el abrazo. Gonzalo pensó en que había otra gente detrás de él esperando su turno, y que a él ya se le había acabado el tiempo socialmente aceptable de saludo. Lo miró a los ojos y supuso que su amigo, aunque le seguía agarrando los dos codos en un medio abrazo, ya quería dar por terminado el saludo y proseguir con el siguiente. Así que se apresuró en finiquitar el asunto y le dijo: "Bueno loco, suerte, cuidate" mientras le palmeteó dos veces en el hombro. Se dio media vuelta y abandonó el lugar.
Dio unos pocos pasos y se preguntó si de verdad le había dicho "suerte, cuidate". No estaba seguro. En realidad si lo estaba, pero quería pensar que quizás le había dicho algo menos estúpido. Suerte con qué pensó, ¿y que se cuide de qué?. ¿Suerte con sobrellevar la muerte prematura y repentina de su padre? ¿Que se cuide de que no se le muera otro familiar, de que se muera él, de qué? Se sintió un verdadero idiota, y no podía parar de mortificarse con sus palabras poco apropiadas. Y como para aumentar más aún su martirio recordó que su infeliz frase había comenzado con "Bueno loco". ¿Por qué le habría dicho "loco", si jamás de los jamases lo había llamado así?
Se subió al auto, sintiéndose un perfecto idiota, odiándose, odiando los funerales. Decidió nunca más volver a uno. Salvo que fuera el de su padre, o el de su madre, o el de cualquier familiar o ser querido. O el suyo, claro. Pero en ese caso no se sentiría incómodo, sabría perfectamente lo que tendría que hacer. Pediculosis recordó, pediculosis era la ridícula palabra que usaban en el colegio para referirse a los piojos. ¿Habría sido Ramiro un pediculoso como él?
Autor: Matías Palacio
Nacionalidad: Argentino
Edad: 31
Pasó el cortejo sin incidentes y se alineó solo al final, con la vista en el piso. Había mucha gente, caminó entre medio del pelotón observándolos. Pensó en cuántas personas asistirían a su entierro, en cómo se enterarían sus amigos de su fallecimiento, sobre todo aquellos con los cuales no tiene un contacto cotidiano. Probablemente los más cercanos se enteren de primera fuente, ya que quizás alguno de sus amigos esté con él en el momento de su muerte, incluso hasta podría morir con él. Pensó con quién le gustaría morir, si compartirían el entierro y en quien llevaría más gente. Todavía no podía resolver la cuestión de cómo se enterarían los amigos no tan cercanos, que aunque no los ve con tanta frecuencia les tiene mucho aprecio, y le gustaría compartir ese momento con ellos. Se le ocurrió que si tuviera una agenda telefónica de las viejas, las de papel, su madre pasaría hoja por hoja, siempre mojándose la yema de su dedo, y los llamaría uno por uno. Aunque la realidad es que lo mismo podría hacer con su teléfono celular, donde también tenía guardados todos los teléfonos, salvo que su muerte fuera en un accidente muy violento en el cual hasta este aparato quedara destruido. Aunque de todas formas podría utilizar el chip y ponerlo en otro teléfono, lo que no sería tan sencillo por que si mal no recordaba él y su madre tenían distintas compañías de telefonía celular, por lo tanto necesitaría desbloquearlo para poder usarlo, lo que sería una misión imposible dado, el escaso tiempo con el que contaría, y el fastidio que le daría luchar contra la burocracia de estas compañías, y lógicamente, el horno no estaría para bollos. Pensó en quién de sus más cercanos tenía su misma empresa de celular, pero aunque no lo sabía, no dudaba de que alguno la tendría. De hecho no era una mala idea averiguarlo, no por esto, sino para agregarlo en su plan de telefonía como un número amigo y pagar más baratas las llamadas. Pensó que estaba pagando demasiado de teléfono celular, que seguramente en Estados Unidos o en España debía de ser mucho más barato hablar por celular, que era sumamente injusto que en un país donde la gente además de ser más rica pague más barato los servicios, con lo cual era doblemente más rica, pero que son menos afectuosos que en Argentina, que cuando uno realmente necesita de un amigo no tiene con quien contar. Se preguntó si de acuerdo a esta lógica en España o en Estados Unidos los entierros serían menos concurridos. Pensó en los entierros de las películas, y notó que por lo menos en Estados Unidos los cementerios siempre tienen árboles, que las mujeres usan guantes negros largos, que la caravana de autos estaciona en la calle a no más de cincuenta metros de la tumba, que quizás en Estados Unidos los cementerios estén atravesados por calles públicas por que han de ser lugares públicos, lo cual avalaba la teoría de que tenían más plata y además pagaban menos por los servicios. Le agarró la duda de cuánto habrán pagado por enterrar a Ramiro Padre en un cementerio tan lindo como ese, de quién se habrá encargado de hacer todos los arreglos, de si habrán comparado precios, de si uno tendría ganas de ponerse a averiguar precios, de cómo reaccionaría uno si pensara que el precio que le piden es un abuso, de si tendría energías como para negociarlo.
Llegaron al lugar donde lo enterrarían. La gente formó un círculo al rededor de la tumba. Empleados del cementerio colocaron el ataúd sobre el mecanismo que lo descendería, repartieron flores a la primera fila del luto, y comenzaron a bajarlo, en silencio. Luego de que el primero arrojara su flor al cajón que desaparecía el resto lo imitó, en silencio. La madre, Ramiro y su hermana rompieron en llanto. Se abrazaron, en silencio. Gonzalo pensó en su padre, se imaginó a él en el lugar de su amigo, siendo su padre el que se sumergía a la tierra, y esta imagen sumada al lamento contagioso de Ramiro, provocaron que su rostro se frunciera en un pequeño espasmo de llanto. Esta imagen desapareció instantáneamente al advertirse llorando en un funeral ajeno. Rápidamente limpió el gesto afectado de su cara. Pensó que si bien a nadie podía llamarle la atención verlo llorar en esa situación, le invadió la culpa de estar usufructuando un funeral ajeno, derramando lágrimas por alguien que además de no estar ahí ni siquiera había muerto.
Los familiares comenzaron a recomponerse de su congoja, y los seres queridos se les acercaban de a uno a abrazarlos. Nuevamente le llamó la atención la similitud de ese momento con aquel en el cual la gente se acerca a saludar a los novios al final del casamiento. Pensó que debía acercarse a abrazar a su amigo, ya que hasta el momento no habían tenido ningún contacto. Se puso en la fila, detrás de dos o cinco personas, según el orden y la dirección hacia la cual Ramiro saludara. Esperó algunos segundos, hasta que le llegó endeble turno. Por supuesto tuvo que permitir que una señora le arrebatara el saludo. Pensó que debía ser de esas mujeres cincuentonas que en el colectivo o subte son capaces de atropellar, pisar y golpear a cualquiera con tal de conseguir un asiento. Finalmente sus miradas se encontraron, Gonzalo todavía no sabía bien qué hacer o qué decir.
- Gonza! Gracias por venir, en serio, no tenías por que venirte hasta acá.- Le dijo su compañero mientras se daban un fuerte abrazo.
- Cómo no iba a venir. – Respondió Gonzalo, agradecido de que su amigo hubiera dicho la primera frase, para que entonces a él no le quedara más que responderle su agradecimiento.
- Gracias, en serio, muchísimas gracias.
- No, que gracias. – Fueron las últimas palabras que se dijeron mientras duró el abrazo. Gonzalo pensó en que había otra gente detrás de él esperando su turno, y que a él ya se le había acabado el tiempo socialmente aceptable de saludo. Lo miró a los ojos y supuso que su amigo, aunque le seguía agarrando los dos codos en un medio abrazo, ya quería dar por terminado el saludo y proseguir con el siguiente. Así que se apresuró en finiquitar el asunto y le dijo: "Bueno loco, suerte, cuidate" mientras le palmeteó dos veces en el hombro. Se dio media vuelta y abandonó el lugar.
Dio unos pocos pasos y se preguntó si de verdad le había dicho "suerte, cuidate". No estaba seguro. En realidad si lo estaba, pero quería pensar que quizás le había dicho algo menos estúpido. Suerte con qué pensó, ¿y que se cuide de qué?. ¿Suerte con sobrellevar la muerte prematura y repentina de su padre? ¿Que se cuide de que no se le muera otro familiar, de que se muera él, de qué? Se sintió un verdadero idiota, y no podía parar de mortificarse con sus palabras poco apropiadas. Y como para aumentar más aún su martirio recordó que su infeliz frase había comenzado con "Bueno loco". ¿Por qué le habría dicho "loco", si jamás de los jamases lo había llamado así?
Se subió al auto, sintiéndose un perfecto idiota, odiándose, odiando los funerales. Decidió nunca más volver a uno. Salvo que fuera el de su padre, o el de su madre, o el de cualquier familiar o ser querido. O el suyo, claro. Pero en ese caso no se sentiría incómodo, sabría perfectamente lo que tendría que hacer. Pediculosis recordó, pediculosis era la ridícula palabra que usaban en el colegio para referirse a los piojos. ¿Habría sido Ramiro un pediculoso como él?
Autor: Matías Palacio
Nacionalidad: Argentino
Edad: 31
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Convocatoria Letra Universal
Volver al río de la vida para fluir en la corriente de su nostalgia
Huyendo del tormentoso quejido del invierno que es la vida
desafiante que pasa
Yo vuelvo a este lugar de donde no debí partir nunca.
Las calles han cambiado y son otras las luces ahora,
otros los árboles y otras las esquinas adornadas con bancas y faroles
donde concertan su vida los enamorados
Pero mis huellas resisten bajo las piedras en los parques alegres de mi infancia
Las ventanas de las casas y las puertas también se transformaron
y hoy son como fantasmas de ojos tristes
esperanzas frustradas, muecas y miedos entre las paredes
símbolos oscuros del pasado cierto como tus ojos negros
y tu rostro de porcelana
perfiles todo y sombras, largas sombras y semblanzas
frío como de pesares que pasan, como de llantos diminutos,
como de nostalgias perennes...
También yo cambié con las estaciones,
Se blanquearon mis sienes con el ir de las horas
y aunque soy otro en las expresiones y en los gestos
siento que no soy distinto a como fui cada día
no obstante que en la ruta de los sueños lindos,
perdí no solo los sueños,
también la fe en las esperanzas
Dejé pasar las ilusiones que tenían tu nombre,
los ojos versos que se llamaban tú, y la alegría de mi corazón
que rebosaba entonces de contento
Y me quedé solo como una flor despojada de su perfume,
y me quedé contigo infatigable en la memoria,
como quien conserva un tesoro de pirata
escondido a perpetuidad en las cavernas insondables del alma;
ternura derramada sobre la cuesta del tiempo que se fue,
seca y fría y lejana como tus palabras dulces que extraño
como tu sonrisa fresca que extraño, como tu vida pequeña que añoro...
País: Colombia
Seudónimo: Walliss
Edad: 55
desafiante que pasa
Yo vuelvo a este lugar de donde no debí partir nunca.
Las calles han cambiado y son otras las luces ahora,
otros los árboles y otras las esquinas adornadas con bancas y faroles
donde concertan su vida los enamorados
Pero mis huellas resisten bajo las piedras en los parques alegres de mi infancia
Las ventanas de las casas y las puertas también se transformaron
y hoy son como fantasmas de ojos tristes
esperanzas frustradas, muecas y miedos entre las paredes
símbolos oscuros del pasado cierto como tus ojos negros
y tu rostro de porcelana
perfiles todo y sombras, largas sombras y semblanzas
frío como de pesares que pasan, como de llantos diminutos,
como de nostalgias perennes...
También yo cambié con las estaciones,
Se blanquearon mis sienes con el ir de las horas
y aunque soy otro en las expresiones y en los gestos
siento que no soy distinto a como fui cada día
no obstante que en la ruta de los sueños lindos,
perdí no solo los sueños,
también la fe en las esperanzas
Dejé pasar las ilusiones que tenían tu nombre,
los ojos versos que se llamaban tú, y la alegría de mi corazón
que rebosaba entonces de contento
Y me quedé solo como una flor despojada de su perfume,
y me quedé contigo infatigable en la memoria,
como quien conserva un tesoro de pirata
escondido a perpetuidad en las cavernas insondables del alma;
ternura derramada sobre la cuesta del tiempo que se fue,
seca y fría y lejana como tus palabras dulces que extraño
como tu sonrisa fresca que extraño, como tu vida pequeña que añoro...
País: Colombia
Seudónimo: Walliss
Edad: 55
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Convocatoria Letra Universal
Misteriosa La Matanza
Me encontraba yo en un bar de La Matanza, en la zona del segundo cordón. Pero no se trataba de uno de esos típicos bares “aporteñados” que puede haber en Lomas del Mirador o San Justo, sino más bien de un copetín al paso; con mini-parrilla en la vereda donde se asaban los chorizos rodeados por unas pocas mesas, y la barra, donde la clientela mayoritariamente masculina, acodada sobre el mostrador, bebía tinto barato de damajuana, servido en el vaso desde una jarra. Las mujeres que pasaban por el lugar lucían acostumbradas a frecuentar ese ambiente; eran atractivas, y libres de los prejuicios que suele haber en la capital y el primer cordón. En una época en que la situación económica solía ser determinante para conseguir pareja, en esa periferia de clase media-baja parecía haber un resquicio en el cual no hiciera falta tener auto y pagar una cena en un buen restaurante para estar bien acompañado. De alguna manera, funcionaba esa zona como el último refugio para la gente que intentaba disfrutar con poco. El chori, el tinto, la minita…La frontera imaginaria, surcada por el Camino de Cintura, separaba dos realidades muy diferentes. Yo me hallaba entre esos dos mundos: por un lado, como miradorense en particular, pertenecía al primer cordón, pero por otro lado, como matancero en general, tenía curiosidad por conocer esa “verdadera” Matanza que nunca había llegado a explorar plenamente; aunque comparado con otros vecinos míos, podía considerarme un erudito en temas matanceros, ya que con algunos amigos, había realizado una serie de “tours” de iniciación en el pasado. Sabia de recorrer las calles de Rafael Castillo, Laferrere, Catán, hasta Oro Verde; de día y de noche. Y como dije antes, encontraba cierto encanto en esa geografía, en la cual no necesitaba fingir para aparentar ser más de lo que en realidad era. Soy una persona de ciudad, me encanta ir al centro de Buenos Aires, pero de vez en cuando, “bajar” hacia fuera, y abandonar aunque más no sea durante unas cuantas horas esa simulación de la clase media, resulta gratificante para mí.
Allí estaba yo, en una mesa cercana a la puerta, bebiendo ese mismo tinto, cuando ingresó una mujer al local.
-¿Disculpen, no han visto a Jorge, mi marido?
-¿Quién?-pregunto un cliente, ya bastante entonado.
-Jorge. Es uno morocho, flaco…
La mujer siguió describiendo a su marido, mientras el hombre que había preguntado miraba a los demás, esperando de alguien que supiera lo que el ignoraba.
-Por acá no vino, señora- dijo por fin el cantinero.
-Hace dos días que no va a casa- comento preocupada ella.
Eso provocó algunas risas contenidas, apenas audibles.
-Acá también, hace dos días que no viene- confirmo el cantinero.
La mujer salió resignada, con esa facilidad que tienen la gente humilde para asimilar los golpes de la vida; costumbre debe ser. Detrás de ella la siguió la moza, una trigueña con calzas y musculosa. Ya en la vereda, le habló en privado; aunque yo desde mi ubicación más próxima pude oír todo.
-Señora, su marido se fue con otra: una pendeja que anda siempre por acá.
-¿Estás segura?
-Sí, todos lo saben. Ellos no le dicen nada porque están cubriendo al amigo, no quieren quedar como “buchones”.
-¿De eso se reían?
-Y…si.
-¿Sabés donde puedo encontrarlos, para hablar?
-No, pero conozco a alguien que puede hacer que vuelva con usted.
-¿Cómo?
-Mi hermana es parapsicóloga, hace “trabajos” de retorno de parejas. No cobra caro, y le puede pagar cuando pueda.
-¿Y eso como es?
-Necesita el nombre, la fecha de nacimiento, una foto y una prenda. Con eso vuelve mas tardar en nueve días.
La mujer engañada aceptó el servicio que le ofrecía la moza. Después, esta llamo a su hermana desde un celular para arreglar una cita, y anotó algo en un papel que entregó a la señora necesitada de ayuda paranormal.
-¿Qué le dijiste?- la paró en seco el cantinero ni bien entró.
-Nada, le di una dirección, por un asunto.
-¿No le habrás dicho algo del marido, no? Yo acá no quiero quilombos, soy ciego, sordo y mudo.
-Está bien- ensayo la moza como toda respuesta.
Después de ese episodio, seguimos bebiendo sin problemas. Se habló de fútbol, de la política local; las elecciones para intendente y concejales estaban próximas, también las de presidente y gobernador, pero los hombres allí solo parecían interesados en la renovación de cargos municipales.
Cuando considere que ya había bebido lo suficiente, me fui.
Un mes después, regresé a ese mismo lugar. Esta vez, con la confianza que da el haber estado antes en un bar, me ubiqué en la barra. Pedí un vino. Cuando el cantinero me lo despachó, me preguntó:
-¿Vos ya estuviste acá, no?
-Sí, hace un mes más o menos- le respondí, y para continuar con la conversación, a efectos de no quedar tan parco, hice yo una pregunta:
-¿Y la moza del otro día?
-La eché- dijo, y parecía no querer hablar del tema, pero un semblante de decepción que no pude disimular invadió mi rostro, por lo que el cantinero se sintió obligado a darme una explicación:
-Hizo una brujería.
-¡¿Una brujería?!- pregunté fingiendo sorpresa, aunque sabia de que se trataba.
-Sí. Hace un mes, vino una mujer preguntando por el marido…
-Fue el día que estaba yo.
-¡Ah!, mirá que casualidad. Bueno, la cuestión es que la contactó con la hermana, que hace gualichos, cosas así, para que vuelvan las parejas.
-Sí, el diario está lleno de avisos en los que se promocionan.
-Claro, pero esta además hizo magia negra. La chica que estaba con Jorge se empezó a sentir mal, la llevaron al hospital y estuvo una semana en terapia intensiva hasta que se murió.
-¡¿Se murió?
-Sí, de una infección, no pudieron salvarla- hizo una pequeña pausa y continuó con el relato- Dicen que a los pocos días, en el cementerio de Villegas, encontraron un cajoncito pequeño con el nombre de ella. Estaba medio enterrado en la tierra de una tumba reciente.
Ahora sí, parecía haber concluido. Quedaba todo claro excepto una cosa:
-¿Y Jorge?- pregunté.
El cantinero sonrió.
-Volvió con la esposa. Dice que lo que pasó fue una señal de que su destino es estar con ella.
-O sea que a ella el gualicho le dio resultado.
-Sí, pero a la moza la eché. Yo acá no quiero quilombos.
de Luciano Doti.
Blog personal: www.letrasdehorror.blogspot.com
Allí estaba yo, en una mesa cercana a la puerta, bebiendo ese mismo tinto, cuando ingresó una mujer al local.
-¿Disculpen, no han visto a Jorge, mi marido?
-¿Quién?-pregunto un cliente, ya bastante entonado.
-Jorge. Es uno morocho, flaco…
La mujer siguió describiendo a su marido, mientras el hombre que había preguntado miraba a los demás, esperando de alguien que supiera lo que el ignoraba.
-Por acá no vino, señora- dijo por fin el cantinero.
-Hace dos días que no va a casa- comento preocupada ella.
Eso provocó algunas risas contenidas, apenas audibles.
-Acá también, hace dos días que no viene- confirmo el cantinero.
La mujer salió resignada, con esa facilidad que tienen la gente humilde para asimilar los golpes de la vida; costumbre debe ser. Detrás de ella la siguió la moza, una trigueña con calzas y musculosa. Ya en la vereda, le habló en privado; aunque yo desde mi ubicación más próxima pude oír todo.
-Señora, su marido se fue con otra: una pendeja que anda siempre por acá.
-¿Estás segura?
-Sí, todos lo saben. Ellos no le dicen nada porque están cubriendo al amigo, no quieren quedar como “buchones”.
-¿De eso se reían?
-Y…si.
-¿Sabés donde puedo encontrarlos, para hablar?
-No, pero conozco a alguien que puede hacer que vuelva con usted.
-¿Cómo?
-Mi hermana es parapsicóloga, hace “trabajos” de retorno de parejas. No cobra caro, y le puede pagar cuando pueda.
-¿Y eso como es?
-Necesita el nombre, la fecha de nacimiento, una foto y una prenda. Con eso vuelve mas tardar en nueve días.
La mujer engañada aceptó el servicio que le ofrecía la moza. Después, esta llamo a su hermana desde un celular para arreglar una cita, y anotó algo en un papel que entregó a la señora necesitada de ayuda paranormal.
-¿Qué le dijiste?- la paró en seco el cantinero ni bien entró.
-Nada, le di una dirección, por un asunto.
-¿No le habrás dicho algo del marido, no? Yo acá no quiero quilombos, soy ciego, sordo y mudo.
-Está bien- ensayo la moza como toda respuesta.
Después de ese episodio, seguimos bebiendo sin problemas. Se habló de fútbol, de la política local; las elecciones para intendente y concejales estaban próximas, también las de presidente y gobernador, pero los hombres allí solo parecían interesados en la renovación de cargos municipales.
Cuando considere que ya había bebido lo suficiente, me fui.
Un mes después, regresé a ese mismo lugar. Esta vez, con la confianza que da el haber estado antes en un bar, me ubiqué en la barra. Pedí un vino. Cuando el cantinero me lo despachó, me preguntó:
-¿Vos ya estuviste acá, no?
-Sí, hace un mes más o menos- le respondí, y para continuar con la conversación, a efectos de no quedar tan parco, hice yo una pregunta:
-¿Y la moza del otro día?
-La eché- dijo, y parecía no querer hablar del tema, pero un semblante de decepción que no pude disimular invadió mi rostro, por lo que el cantinero se sintió obligado a darme una explicación:
-Hizo una brujería.
-¡¿Una brujería?!- pregunté fingiendo sorpresa, aunque sabia de que se trataba.
-Sí. Hace un mes, vino una mujer preguntando por el marido…
-Fue el día que estaba yo.
-¡Ah!, mirá que casualidad. Bueno, la cuestión es que la contactó con la hermana, que hace gualichos, cosas así, para que vuelvan las parejas.
-Sí, el diario está lleno de avisos en los que se promocionan.
-Claro, pero esta además hizo magia negra. La chica que estaba con Jorge se empezó a sentir mal, la llevaron al hospital y estuvo una semana en terapia intensiva hasta que se murió.
-¡¿Se murió?
-Sí, de una infección, no pudieron salvarla- hizo una pequeña pausa y continuó con el relato- Dicen que a los pocos días, en el cementerio de Villegas, encontraron un cajoncito pequeño con el nombre de ella. Estaba medio enterrado en la tierra de una tumba reciente.
Ahora sí, parecía haber concluido. Quedaba todo claro excepto una cosa:
-¿Y Jorge?- pregunté.
El cantinero sonrió.
-Volvió con la esposa. Dice que lo que pasó fue una señal de que su destino es estar con ella.
-O sea que a ella el gualicho le dio resultado.
-Sí, pero a la moza la eché. Yo acá no quiero quilombos.
de Luciano Doti.
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Convocatoria Letra Universal
Justicia por leonel
Desde hace cuatro años mi vida cambio,todos los 21 muero y saco fuerzas para
seguir adelante,por vos ,por otros,para que no les pase igual.
Entraste a esa clinica,con dolor de panza,y nunca mas te vi.........
A veces pienso,si en esa triste camilla sufriste mucho?no lo se,solo se que
te dejaron morir y tambien me mataron a mi,sigo adelante por tu justicia,porque
siento que vos me lo pedis.
Y yo tu mama no quiero que a otras mamas les pase lo mismo,se que a vos tampoco
querrias que le suceda a nadie mas.
por eso voy a luchar por justicia por la vida.
Por la dedicacion,amor,respeto,compromiso,recordacion de su juramento "Hipocratico".
Basta de no tener en cuenta al enfermo,de minimizar los dolores,de no pensar que podemos
ser nosotros mismos o nuestros familiares que estan ahi.
Te amo leo,y te amare,no puedo ceer que no estes,con la chispa,alegria,luz que nos dabas,
nuestro mundo se apago.
Desde esa estrella en el cielo,te veo resplandecer y siento que estas aca,en cada chico que
te nombra,en cada cancion que escuchabas,que tanto te gustaba.
Mi piojito (como yo te decia)a veces creo escucharte en alguna melodia que escucho al
pasar.
Y se tambien que estas en cada recital que tanto te gustaba ir,alli yo estoy tambien con
vos.
Te amo y te amare hasta los ultimos dias de mi vida,y solo espero el volverte a encontrar.
EL QUE MATA LOS SUEÑOS MERECE UNA CONDENA.
de Maria Del Rosario Perez
seguir adelante,por vos ,por otros,para que no les pase igual.
Entraste a esa clinica,con dolor de panza,y nunca mas te vi.........
A veces pienso,si en esa triste camilla sufriste mucho?no lo se,solo se que
te dejaron morir y tambien me mataron a mi,sigo adelante por tu justicia,porque
siento que vos me lo pedis.
Y yo tu mama no quiero que a otras mamas les pase lo mismo,se que a vos tampoco
querrias que le suceda a nadie mas.
por eso voy a luchar por justicia por la vida.
Por la dedicacion,amor,respeto,compromiso,recordacion de su juramento "Hipocratico".
Basta de no tener en cuenta al enfermo,de minimizar los dolores,de no pensar que podemos
ser nosotros mismos o nuestros familiares que estan ahi.
Te amo leo,y te amare,no puedo ceer que no estes,con la chispa,alegria,luz que nos dabas,
nuestro mundo se apago.
Desde esa estrella en el cielo,te veo resplandecer y siento que estas aca,en cada chico que
te nombra,en cada cancion que escuchabas,que tanto te gustaba.
Mi piojito (como yo te decia)a veces creo escucharte en alguna melodia que escucho al
pasar.
Y se tambien que estas en cada recital que tanto te gustaba ir,alli yo estoy tambien con
vos.
Te amo y te amare hasta los ultimos dias de mi vida,y solo espero el volverte a encontrar.
EL QUE MATA LOS SUEÑOS MERECE UNA CONDENA.
de Maria Del Rosario Perez
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Convocatoria Letra Universal
Aleteo
Este andar a la deriva
me despierta
en el absurdo de la espera,
en la gota
silenciosa de la tarde,
en la noche
con sus dedeos iracundos.
Este andar a la deriva
me conmueve
agita mi latir y mis deseos
despierta el grito de mi pulso.
Vuelvo a ser la niña de mi madre
espina del pasado que regresa
en la savia de la hiedra verdecida.
Este andar a la deriva
se asemeja
algún banco de la plaza adormecido,
entre sombras y asombros me embeleso
al caer la llovizna entre mis manos
para hundirse
entre la fragua del poema,
y morir en palabras olvidadas.
Alicia Belloso
Argentina (Mar del Plata)
Página web creada por su participación en Letra Universal
me despierta
en el absurdo de la espera,
en la gota
silenciosa de la tarde,
en la noche
con sus dedeos iracundos.
Este andar a la deriva
me conmueve
agita mi latir y mis deseos
despierta el grito de mi pulso.
Vuelvo a ser la niña de mi madre
espina del pasado que regresa
en la savia de la hiedra verdecida.
Este andar a la deriva
se asemeja
algún banco de la plaza adormecido,
entre sombras y asombros me embeleso
al caer la llovizna entre mis manos
para hundirse
entre la fragua del poema,
y morir en palabras olvidadas.
Alicia Belloso
Argentina (Mar del Plata)
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Convocatoria Letra Universal
Dias que son
No poseo realidad
pero soy en ella
esto que niego.
Materia del alma. Nostalgia
que añora
el futuro de lo incierto,
y en esa visión;
Es internamente todo cuanto sé,
y es meramente imposible
todo cuanto pienso.
No hay leyes universales del espacio y del tiempo.
No encuentro lógica en mi manera
de no lograr más que la confusión,
y se vuelve inevitable
mi acercarme a la verdad
que abrazas.
Todo a medias. Lo inalterable.
Voz de todo lo inadmisible.
Dias que son y horas que llegan.
Fechas que gritan y años que callan.
Duermo a la sombra de un cansancio prado
sobre este suelo en el cual reposo.
Busco eso que dices
sin hablar... El ansia se eleva
en su descenso
y caigo.
Ausencias que recorren como sombras la sala,
en un blanco de tela arrugada. Vidas vestidas,
verde, de lo que ha sido, y:
“Vas a escribir sobre esto”.
¿El nacimiento de la tragedia?.
Aniversario en un estruendo
que me despertó aturdido,
y aturdido,
no deje de escuchar ese estruendo.
No podría escribir sobre ello.
Sobre ello solo puedo pensarme
atravesando un parque.
Pasos que se detienen,
un nombre
y números que no somos.
Sobre este encierro
solo veo luz sobre la noche siempre.
Se hace lluvia la idea
y vuelve a estar frío
el temor de no saber donde.
Cuanto mas próximo a la idea
del alcance absoluto de todas las cosas,
mas inútiles se vuelven mis aspiraciones innecesarias.
Y teniendo lo posibilidad,
ansió esos momentos imperfectos,
de libros equivocados, lecturas interrumpidas.
Amontonado saber que nunca se comprende.
Conocimientos que intuyo.
Una sola imagen hecha sombra.
Mi memoria y confusa voz.
Mis ojos siguen las manos
que se abren. Sin orden,
porque nada lo tiene.
Sobre ello
solo puedo sentirme en medio de dos extremos,
unidos por ningún puente.
Todo es en la medida que no sepamos,
y cuanto menos se comprende
mas próximo lo distante.
Tu mirarme
me hace ver.
de Rafael Teruel
Nacionalidad: Argentino
Edad: 32 Años
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pero soy en ella
esto que niego.
Materia del alma. Nostalgia
que añora
el futuro de lo incierto,
y en esa visión;
Es internamente todo cuanto sé,
y es meramente imposible
todo cuanto pienso.
No hay leyes universales del espacio y del tiempo.
No encuentro lógica en mi manera
de no lograr más que la confusión,
y se vuelve inevitable
mi acercarme a la verdad
que abrazas.
Todo a medias. Lo inalterable.
Voz de todo lo inadmisible.
Dias que son y horas que llegan.
Fechas que gritan y años que callan.
Duermo a la sombra de un cansancio prado
sobre este suelo en el cual reposo.
Busco eso que dices
sin hablar... El ansia se eleva
en su descenso
y caigo.
Ausencias que recorren como sombras la sala,
en un blanco de tela arrugada. Vidas vestidas,
verde, de lo que ha sido, y:
“Vas a escribir sobre esto”.
¿El nacimiento de la tragedia?.
Aniversario en un estruendo
que me despertó aturdido,
y aturdido,
no deje de escuchar ese estruendo.
No podría escribir sobre ello.
Sobre ello solo puedo pensarme
atravesando un parque.
Pasos que se detienen,
un nombre
y números que no somos.
Sobre este encierro
solo veo luz sobre la noche siempre.
Se hace lluvia la idea
y vuelve a estar frío
el temor de no saber donde.
Cuanto mas próximo a la idea
del alcance absoluto de todas las cosas,
mas inútiles se vuelven mis aspiraciones innecesarias.
Y teniendo lo posibilidad,
ansió esos momentos imperfectos,
de libros equivocados, lecturas interrumpidas.
Amontonado saber que nunca se comprende.
Conocimientos que intuyo.
Una sola imagen hecha sombra.
Mi memoria y confusa voz.
Mis ojos siguen las manos
que se abren. Sin orden,
porque nada lo tiene.
Sobre ello
solo puedo sentirme en medio de dos extremos,
unidos por ningún puente.
Todo es en la medida que no sepamos,
y cuanto menos se comprende
mas próximo lo distante.
Tu mirarme
me hace ver.
de Rafael Teruel
Nacionalidad: Argentino
Edad: 32 Años
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Quise Besarla
Quise besarla… corrió su mejilla y conseguí la marca de sus dedos en mi mandíbula. ¡Carajo!, será otro día me dije con una sonrisa disimulando el ardor. Ella se iba altiva dejándome su mirada en ese espacio que había de sus cuatro pasos hasta mí. Me vuelve loco que haga eso.
Cayó un martes sin motivos por mi casa. Se veía hermosa y como lo esperaba no dijo perdón por el bife de la ultima vez. Entró a mi habitación sin pedir permiso como siempre lo hacía, y con esa sonrisa en su cara me pintó una mueca de sorpresa que me duró, si mal no recuerdo, hasta la madrugada, cuando por fin pude conseguir el sueño. Cuando venia de visita siempre me encontraba ordenando algo, no por iniciativa, mucho menos por ser pulcro; mi vieja solía decir que mi cuarto era un asco, y que si no lo encontraba limpio en su rutina me haría barrer el patio con ese ridículo delantal floreado que le regalé en su último cumpleaños. Debí haber elegido el mantel.
María solía hablar mucho, esa tarde sin embargo corrió con pocas palabras en su haber, creo que yo tenía más monedas que la cantidad de sus oraciones en una hora. Esperaba que dijera algo sobre el sacudon de su mano, por lo contrario, no le di el gusto y me tiré en mi cama con un libro que encontré debajo de la almohada. Ella se sentó a mis pies y miró aquel volumen viejísimo de una enciclopedia que le compré a un cartonero en la salada.
_ ¿De donde la sacaste?
_ Me la regaló mi abuela –mentí, y seguí haciéndome el interesado en aquel libro que había encontrado, aunque lo cierto es que solo pensaba en sus ojos, o en esa boca loca que moría por besar… me pregunté entonces que hubiera sido si hubiera robado su beso aquella tarde.
_ ¿Podès leerlo al revés?
_ ¿Qué?, ha, es que así me dijeron que uno puede aprender a asimilar mejor la trama– mentira otra vez, soy un idiota que no puede dejar de pensar en vos y que no presta ni un poquito de atención a nada cuando estas a tu lado. Como diablos me hubiera gustado gritarle eso.
Sonrió. Era inútil que mis mentiras fueran a encubrir mi estupidez. Ella sutilmente me miró con esos ojos verdes celosos, diciendo de alguna forma que era obvio que estaba pensando en ella. Siempre esa situación, la de su mirada en la mía, el tiempo un poco más lento, o eso es lo que imaginé.
Se acomodó un poco a mis pies, su mano tocó mi rodilla y los escalofríos no hicieron parada por mi cuerpo. Parecía una lavadora con agua fría. Me estremecí, luego intente disimular mis movimientos. Me volví una roca y creo que pudo notarlo.
_ ¿Que te pasa amor?, uppss….
Casi muero en aquella cama. Esas cuatro letras fueron a cultivar ilusiones en mi cabeza… si, se le escaparon… ¿y que?, ¿eso no es seguramente es un deseo reprimido en su interior?… el llamarme amor lo había estado deseando, es por eso, que no pudo retenerlo entre sus palabras y vino a florecer en mi cama… y para mi suerte, justo frente a mi.
_ Martín, tengo que irme- apuró nerviosa-, ahora que recuerdo tengo cosas importantes que hacer... después te llamo -salió entonces disparada por la puerta hacia el pasillo, y de ay hasta la puerta de entrada en el vestíbulo, desde allí a la vereda, y hasta su cama, en su casa, acostada y pensando en mi no pararía de correr. Así de tanto la conozco.
Hay veces en que sostengo la idea de que todo esto fue por azar, y es así que solo entonces puedo dormir. Se lo he dicho varias veces; eso de quitarme el sueño te hace revelar, no creas que siempre será así. Y de hecho así fue. Unos meses mas tarde su mirada tenía otras intenciones. Nada difícil de notar para alguien que no hace mas que observarle cada paso. ¿Obsesión?, ¿amor? ¿O a caso descuido de este idiota?
Desperté una mañana con ideas de besarla, creo que hace tres o cuatro meses, fue ese mi primer error, hubieran visto mi cara por aquellos días. Me habré reído un par de horas frente al espejo. Su llamado pidiendo disculpas me dio un motivo para intentarlo una y otra vez, me encantaba oírla dulcemente pidiendo perdón. No recuerdo cuando dejó de hacerlo.
María me amaba, eso lo tenía tan claro como sabido. Esquivándome los besos no llegaría a nada, mas bien sería su mano la que me buscaría en los meses siguientes un motivo para golpearme en cada oportunidad. Lo disfrutaba, eso creo, ¿pero la culpa entonces por que?
Solía pensar que los besos no llegan tan fáciles. Mi padre confirmo mis sospechas. Había intentado cuando joven robarle a mi madre un beso, y no contaba con que su futuro suegro lo observaba desde la ventana de su casa. Les aseguro que una sartén puede ser letal en tales circunstancias y sorprendentemente aerodinámica.
Cuando llamó, tres días después, yo estaba limpiando mi cuarto. Mi vieja pegó el grito y la escalera rechinido como tobogán; martín no hagas más eso-grito mamá-
_ ¿Podemos vernos hoy?, es un día hermoso. Tengo algo que contarte. ¿Donde? pregunté. En la plaza a las tres no me dejes tirada...
Que sol brillaba en aquella plaza. Pretendía imaginarme que solo brillaba por aquel encuentro, solo por nosotros. Una vez más sostenía la idea de que todo esto estaba desde algún punto premeditado. Entonces imaginé que intentaría besarla, y una vez más también, su mano, su frágil mano, se iría a estrellar contra mi cara.
Le florecían las flores a cada paso, o esa fue la primera de las impresiones que me dio al verla llegar desde la entrada sur. Vah..., siempre le florecían las flores, siempre que la observaba y en cada oportunidad que pudiera destacar su elegante y enniñada persona. No muy diferente a otras veces, aunque esta vez el sol arremetió contra su sombra. Un delgado icono de su figura aun más delgado que ella bailaba entre las hojas sueltas de este otoño temprano. Como no iba a enamorarme...
Todo parecía un juego para nosotros. Ninguno acepto comenzarlo, sin embargo de un día para el otro nos despertamos y de alguna forma las reglas ya estaban expuestas. Yo la amaría desde ese momento; ella, se dejaría amar y dejaría también coquetas muecas en mi papel de inocente amigo. No le diría nada, ella lo sabría y se encerraría en su rol de amiga que no pretende mucho más que un coqueteo de pocos motivos. En algún punto de este guión ella comenzó a quererme. Supongo que debí de interpretar demasiado bien mi papel.
Así siguió el juego, por aquellas horas, en la plaza, con ese bello día soleado, algo melancólico, algo premeditado a mi sentir, jugamos una vez más a los amigos que se aman.
_Quisiera ser un pez -llegó cantando- para mojar mi nariz en tu pecera... Nanana nanana... pasar la noche entera...en ti... -su versión, que por cierto, constaba de tarareos por olvidos de la letra, recorrió dulcemente mi rodilla, me pregunté entonces ¿por que mi rodilla? Supongo que habían quedado ecos de aquel roce aún en mi pierna.
Curiosamente no había más contacto físico entre nosotros dos más que su mano castigando mis impulsivos labios. En algún momento dejamos de ser niños, supongo, que entonces, su cuerpo comenzó a asomar los brotes de una madurez que llegó a seducirme poco a poco. En su pecho lograron la creación juvenil del deseo. Cosas con las que cada noche intentaba soñar... cada vez se volvió mas difícil acercarnos o por lo menos para mi intentar disimular que esa mirada deseosa de su cuerpo, de su boca, de su amor y los días frecuentes que potencialmente podría tenerla a mi lado al despertar; o despertar pensando en ella.
Cuando llegaba hasta a mi, enjardinando con sus pasos la plaza, me paré como haciendo reverencia a su saludo, lo había aprendido en algunos libros. Un rutinario y monótono hola escondía demasiado bien sus intenciones, y retejaba, así mismo las mías un poco mas intensas. Me floreció la cara con su saludo, con ese espejo que intentaba develar.
_Hay tanto que contarte martín –dijo-. Estos días pensé y pensé en, bueno, nosotros dos, en esto que nos esta pasando -por fin estaba oyendo lo que había querido oír durante tanto tiempo, como si las palabras las fuera escribiendo mi propio deseo dentro de su boca, ella replicaba mi cariño con esas pocas oraciones, claro que, sin la intención, o por lo menos hasta que dijo: Sabès que te quiero, que no puedo dejar de pensar que tu también me quieres, y que sin ti, también creo que lo sabes, no podría vivir... justo al corazón las palabras de su boca como gotas al mar. La miré, me miró, nos miramos... el tiempo arrinconaba nuestros sentimientos, sentí entonces ese nuevo impulso, por un momento me dije, basta, no encamines tu boca a un nuevo castigo, su beso es tan difícil, ella es tan difícil, su boca es tan difícil, nosotros somos tan difíciles. El universo, pensé, es tan difícil carajo... entones mi beso... su mejilla. Besé su mejilla. Y una vez mas su mano contra mi cara, y una mueca fugaz en su boca... su sonrisa fue mejor que cualquier beso.
de Danilo R. Roldàn
Página personal: www.todaviaestoyatiempo.blogspot.com
Buenos Aires, Argentina
edad: 18 años
Cayó un martes sin motivos por mi casa. Se veía hermosa y como lo esperaba no dijo perdón por el bife de la ultima vez. Entró a mi habitación sin pedir permiso como siempre lo hacía, y con esa sonrisa en su cara me pintó una mueca de sorpresa que me duró, si mal no recuerdo, hasta la madrugada, cuando por fin pude conseguir el sueño. Cuando venia de visita siempre me encontraba ordenando algo, no por iniciativa, mucho menos por ser pulcro; mi vieja solía decir que mi cuarto era un asco, y que si no lo encontraba limpio en su rutina me haría barrer el patio con ese ridículo delantal floreado que le regalé en su último cumpleaños. Debí haber elegido el mantel.
María solía hablar mucho, esa tarde sin embargo corrió con pocas palabras en su haber, creo que yo tenía más monedas que la cantidad de sus oraciones en una hora. Esperaba que dijera algo sobre el sacudon de su mano, por lo contrario, no le di el gusto y me tiré en mi cama con un libro que encontré debajo de la almohada. Ella se sentó a mis pies y miró aquel volumen viejísimo de una enciclopedia que le compré a un cartonero en la salada.
_ ¿De donde la sacaste?
_ Me la regaló mi abuela –mentí, y seguí haciéndome el interesado en aquel libro que había encontrado, aunque lo cierto es que solo pensaba en sus ojos, o en esa boca loca que moría por besar… me pregunté entonces que hubiera sido si hubiera robado su beso aquella tarde.
_ ¿Podès leerlo al revés?
_ ¿Qué?, ha, es que así me dijeron que uno puede aprender a asimilar mejor la trama– mentira otra vez, soy un idiota que no puede dejar de pensar en vos y que no presta ni un poquito de atención a nada cuando estas a tu lado. Como diablos me hubiera gustado gritarle eso.
Sonrió. Era inútil que mis mentiras fueran a encubrir mi estupidez. Ella sutilmente me miró con esos ojos verdes celosos, diciendo de alguna forma que era obvio que estaba pensando en ella. Siempre esa situación, la de su mirada en la mía, el tiempo un poco más lento, o eso es lo que imaginé.
Se acomodó un poco a mis pies, su mano tocó mi rodilla y los escalofríos no hicieron parada por mi cuerpo. Parecía una lavadora con agua fría. Me estremecí, luego intente disimular mis movimientos. Me volví una roca y creo que pudo notarlo.
_ ¿Que te pasa amor?, uppss….
Casi muero en aquella cama. Esas cuatro letras fueron a cultivar ilusiones en mi cabeza… si, se le escaparon… ¿y que?, ¿eso no es seguramente es un deseo reprimido en su interior?… el llamarme amor lo había estado deseando, es por eso, que no pudo retenerlo entre sus palabras y vino a florecer en mi cama… y para mi suerte, justo frente a mi.
_ Martín, tengo que irme- apuró nerviosa-, ahora que recuerdo tengo cosas importantes que hacer... después te llamo -salió entonces disparada por la puerta hacia el pasillo, y de ay hasta la puerta de entrada en el vestíbulo, desde allí a la vereda, y hasta su cama, en su casa, acostada y pensando en mi no pararía de correr. Así de tanto la conozco.
Hay veces en que sostengo la idea de que todo esto fue por azar, y es así que solo entonces puedo dormir. Se lo he dicho varias veces; eso de quitarme el sueño te hace revelar, no creas que siempre será así. Y de hecho así fue. Unos meses mas tarde su mirada tenía otras intenciones. Nada difícil de notar para alguien que no hace mas que observarle cada paso. ¿Obsesión?, ¿amor? ¿O a caso descuido de este idiota?
Desperté una mañana con ideas de besarla, creo que hace tres o cuatro meses, fue ese mi primer error, hubieran visto mi cara por aquellos días. Me habré reído un par de horas frente al espejo. Su llamado pidiendo disculpas me dio un motivo para intentarlo una y otra vez, me encantaba oírla dulcemente pidiendo perdón. No recuerdo cuando dejó de hacerlo.
María me amaba, eso lo tenía tan claro como sabido. Esquivándome los besos no llegaría a nada, mas bien sería su mano la que me buscaría en los meses siguientes un motivo para golpearme en cada oportunidad. Lo disfrutaba, eso creo, ¿pero la culpa entonces por que?
Solía pensar que los besos no llegan tan fáciles. Mi padre confirmo mis sospechas. Había intentado cuando joven robarle a mi madre un beso, y no contaba con que su futuro suegro lo observaba desde la ventana de su casa. Les aseguro que una sartén puede ser letal en tales circunstancias y sorprendentemente aerodinámica.
Cuando llamó, tres días después, yo estaba limpiando mi cuarto. Mi vieja pegó el grito y la escalera rechinido como tobogán; martín no hagas más eso-grito mamá-
_ ¿Podemos vernos hoy?, es un día hermoso. Tengo algo que contarte. ¿Donde? pregunté. En la plaza a las tres no me dejes tirada...
Que sol brillaba en aquella plaza. Pretendía imaginarme que solo brillaba por aquel encuentro, solo por nosotros. Una vez más sostenía la idea de que todo esto estaba desde algún punto premeditado. Entonces imaginé que intentaría besarla, y una vez más también, su mano, su frágil mano, se iría a estrellar contra mi cara.
Le florecían las flores a cada paso, o esa fue la primera de las impresiones que me dio al verla llegar desde la entrada sur. Vah..., siempre le florecían las flores, siempre que la observaba y en cada oportunidad que pudiera destacar su elegante y enniñada persona. No muy diferente a otras veces, aunque esta vez el sol arremetió contra su sombra. Un delgado icono de su figura aun más delgado que ella bailaba entre las hojas sueltas de este otoño temprano. Como no iba a enamorarme...
Todo parecía un juego para nosotros. Ninguno acepto comenzarlo, sin embargo de un día para el otro nos despertamos y de alguna forma las reglas ya estaban expuestas. Yo la amaría desde ese momento; ella, se dejaría amar y dejaría también coquetas muecas en mi papel de inocente amigo. No le diría nada, ella lo sabría y se encerraría en su rol de amiga que no pretende mucho más que un coqueteo de pocos motivos. En algún punto de este guión ella comenzó a quererme. Supongo que debí de interpretar demasiado bien mi papel.
Así siguió el juego, por aquellas horas, en la plaza, con ese bello día soleado, algo melancólico, algo premeditado a mi sentir, jugamos una vez más a los amigos que se aman.
_Quisiera ser un pez -llegó cantando- para mojar mi nariz en tu pecera... Nanana nanana... pasar la noche entera...en ti... -su versión, que por cierto, constaba de tarareos por olvidos de la letra, recorrió dulcemente mi rodilla, me pregunté entonces ¿por que mi rodilla? Supongo que habían quedado ecos de aquel roce aún en mi pierna.
Curiosamente no había más contacto físico entre nosotros dos más que su mano castigando mis impulsivos labios. En algún momento dejamos de ser niños, supongo, que entonces, su cuerpo comenzó a asomar los brotes de una madurez que llegó a seducirme poco a poco. En su pecho lograron la creación juvenil del deseo. Cosas con las que cada noche intentaba soñar... cada vez se volvió mas difícil acercarnos o por lo menos para mi intentar disimular que esa mirada deseosa de su cuerpo, de su boca, de su amor y los días frecuentes que potencialmente podría tenerla a mi lado al despertar; o despertar pensando en ella.
Cuando llegaba hasta a mi, enjardinando con sus pasos la plaza, me paré como haciendo reverencia a su saludo, lo había aprendido en algunos libros. Un rutinario y monótono hola escondía demasiado bien sus intenciones, y retejaba, así mismo las mías un poco mas intensas. Me floreció la cara con su saludo, con ese espejo que intentaba develar.
_Hay tanto que contarte martín –dijo-. Estos días pensé y pensé en, bueno, nosotros dos, en esto que nos esta pasando -por fin estaba oyendo lo que había querido oír durante tanto tiempo, como si las palabras las fuera escribiendo mi propio deseo dentro de su boca, ella replicaba mi cariño con esas pocas oraciones, claro que, sin la intención, o por lo menos hasta que dijo: Sabès que te quiero, que no puedo dejar de pensar que tu también me quieres, y que sin ti, también creo que lo sabes, no podría vivir... justo al corazón las palabras de su boca como gotas al mar. La miré, me miró, nos miramos... el tiempo arrinconaba nuestros sentimientos, sentí entonces ese nuevo impulso, por un momento me dije, basta, no encamines tu boca a un nuevo castigo, su beso es tan difícil, ella es tan difícil, su boca es tan difícil, nosotros somos tan difíciles. El universo, pensé, es tan difícil carajo... entones mi beso... su mejilla. Besé su mejilla. Y una vez mas su mano contra mi cara, y una mueca fugaz en su boca... su sonrisa fue mejor que cualquier beso.
de Danilo R. Roldàn
Página personal: www.todaviaestoyatiempo.blogspot.com
Buenos Aires, Argentina
edad: 18 años
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Convocatoria Letra Universal
Despertar agradecido
Cada día feliz de despertar y ver el sol nuevamente brillando, se levanta Oscar con un bostezo enorme que asusta a los pajaritos que están en la ventana para colorear la mañana con su alegre trinar. Desplaza la cortina a un lado y alzando la mano saluda a los niños que van a la escuela. Abre los pesados postigos de madera, resecos por el sol y piensa que en la primavera los tiene que renovar dándoles una pintada. Ahora siente en su rostro la suave brisa matinal que lo deja sentir vivo. Se renueva con el aire puro que entra por todos sus poros y que lo mantiene alegre. Como era de esperar cruza la calle Anita, quien no deja de enfadarse con la vida, cada minuto que pasa es un torbellino de mala onda. Oscar trata de incentivar con palabras a su vecina pero los oídos sordos de aquella no permiten que penetre la alegría y sigue parloteando descontenta.
_ Hola vecina, qué le parece la frescura de la mañana que pinta un día radiante?
_ Qué me parece, que es muy temprano para augurar buen tiempo. Además hace frío, y me puedo resfriar, los pájaros cantan y no me dejan dormir es por eso que me tengo que levantar. Qué me va a parecer.
_ Disfrute del momento, agradezca que puede oír el trino, que se puede levantar, que puede caminar y ver. Acepte las maravillas que tiene.
_ Y Ud. que tan feliz puede ser, moviéndose en una silla de ruedas.
_ Señora mía, sepa Ud. Que la felicidad es un bien interior que todos poseemos. Mi espíritu regocija de amor por el sólo hecho de estar vivo hasta que Dios el gran Maestro decida por mí, siendo el mi creador no puedo ser tan desagradecido en no disfrutar del regalo de vivir porque me faltan las piernas. Tengo ojos que me permiten ver las maravillas que el creó sin egoísmo para que cada uno de nosotros disfrutemos a diario, puedo oír las melodías y tocar los suaves pétalos, disfrutar de los aromas y compartir el amor. Mis piernas no me dejan correr, pero yo no las necesito porque no tengo prisa a donde quiero llegar necesito ir despacio para poder aprender y enseñar. Le agradezco porque me hizo recordar que tengo mucho más de lo que necesito, por eso mi consejo es que disfrute de los milagros que tiene en su poder y no traiga a la superficie la lava de su volcán interior. Sea feliz.
En ese momento y sin palabra la vecina se dio cuenta que a él sólo le faltaban las piernas, pero que a ella le faltaba todo.
de Beatriz R Cassibba
Argentina
43 años
Página web creada por su participación en Letra Universal
_ Hola vecina, qué le parece la frescura de la mañana que pinta un día radiante?
_ Qué me parece, que es muy temprano para augurar buen tiempo. Además hace frío, y me puedo resfriar, los pájaros cantan y no me dejan dormir es por eso que me tengo que levantar. Qué me va a parecer.
_ Disfrute del momento, agradezca que puede oír el trino, que se puede levantar, que puede caminar y ver. Acepte las maravillas que tiene.
_ Y Ud. que tan feliz puede ser, moviéndose en una silla de ruedas.
_ Señora mía, sepa Ud. Que la felicidad es un bien interior que todos poseemos. Mi espíritu regocija de amor por el sólo hecho de estar vivo hasta que Dios el gran Maestro decida por mí, siendo el mi creador no puedo ser tan desagradecido en no disfrutar del regalo de vivir porque me faltan las piernas. Tengo ojos que me permiten ver las maravillas que el creó sin egoísmo para que cada uno de nosotros disfrutemos a diario, puedo oír las melodías y tocar los suaves pétalos, disfrutar de los aromas y compartir el amor. Mis piernas no me dejan correr, pero yo no las necesito porque no tengo prisa a donde quiero llegar necesito ir despacio para poder aprender y enseñar. Le agradezco porque me hizo recordar que tengo mucho más de lo que necesito, por eso mi consejo es que disfrute de los milagros que tiene en su poder y no traiga a la superficie la lava de su volcán interior. Sea feliz.
En ese momento y sin palabra la vecina se dio cuenta que a él sólo le faltaban las piernas, pero que a ella le faltaba todo.
de Beatriz R Cassibba
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Convocatoria Letra Universal
De noche viene Mireya con su soledad
Mireya es un muchacho de veintiocho años, alto y con una larga cabellera rojiza, que sale todos los días a las seis y media de la tarde a trabajar. A veces también hace de peluquero en el salón de belleza de unas amigas como él, en nuestro barrio. Vive de arriendo en el piso bajo de la casa de mi abuela, frente a la nuestra. Mi abuelito lo llama «señorita», pero Mireya sabe que mi abuelo dice esas cosas por respeto.
Mireya tiene un compañero estilista que es amiga de mi madre y que a veces viene a casa para cortarme el cabello. Yo, que soy joven, trato de no hablar con ella durante las sesiones de peluquería por orden de mi madre y por ignorar cuál es el género que mejor le cuadra, «él» o «ella». Algunos dicen que Mireya y su compañero (la estilista) son gente peligrosa porque cuando pelean le desfiguran el rostro a sus adversarios. Quizá sólo son mitos, como la historia del hermafrodita asesino.
La estilista, es decir Aldemar, suele ser muy respetuosa con mi madre y mis abuelos, a los que llama «padrecitos». Mireya, por su parte, en ocasiones trae alguna degustación de los manjares que prepara para Aldemar y para él. Casi siempre se le ve rodeado de amigas y se siente orgulloso de su nombre, el cual le fue puesto por el primer novio de la adolescencia, dice él que en honor de un libro de poesía. «Es lo más bonito que tengo», afirma. «Cuando muera esa será la única marca sobre el ataúd.»
Aunque sospecho cuál es su ocupación nocturna, me llama la atención que jamás faltaba al empleo. Tampoco sé a qué hora regresa. En general, son buenas vecinas de la familia.
Es difícil pensar que una persona así pueda estar metida en líos por su condición. Mi madre advirtió el peligro que corre Mireya. En días recientes se ha desatado en la ciudad una persecución hacia los homosexuales que ejercen la prostitución en las calles de la ciudad. Varios han sido asesinados. Aún así Mireya sale todos los días puntualmente, con sus vestidos de colores, bamboleando la cartera y canturreando las baladas de Gigiola Cinquetti, algo que la convierte en el ser más pintoresco del barrio. Aunque mi madre ha hablado con Mireya para que deje el trabajo por un tiempo, ella se resiste y protesta diciendo que nadie se muere la víspera, que los travestis asesinados tenían deudas con la policía o con las putas, y que si le llega el turno ella sabe cómo defenderse.
En la juventud el universo es todavía un concepto demasiado vago, indefinido y pequeño (mi madre dice que es mejor así debido a mi problema mental). Mi universo se reduce a unos cuantos barrios de la ciudad y a unas cuantas experiencias con leyes simples como la vida de familia, el juego o el colegio. Pero mi verdadero entorno, aquello que yo puedo denominar «mi universo», son los corredores oscuros de mi casa y las cuadras que rodean el barrio. Allí he aprendido a soñar y a jugar. El universo de Mireya es más amplio y, por ende, con leyes difíciles de entender. Algún elemento misterioso del azar o del destino determina que universos paralelos tan diferentes se crucen.
Una noche cualquiera Mireya sale en busca de trabajo, pero no regresa. Aldemar irrumpe en la mañana con la noticia, cuando descubre que no ha venido a descansar como de costumbre. La buscan por todas partes pero es inútil. El único que guarda esperanzas es Aldemar, que se aferra a una imagen de la Virgen del Carmen que mi madre tiene en la habitación, pidiéndole el milagro de devolvérsela con vida. La Virgen ya la ha cuidado demasiado.
Ha pasado una semana sin noticias sobre su paradero, sólo queda la ilusión de recuperar el cuerpo. La han buscado en los hospitales, en las estaciones de policía, en la morgue. Las autoridades, ante la denuncia de la desaparición, han investigado las vías de acceso a la ciudad, las riberas del río y los parques.
Es viernes por la mañana, una mañana lluviosa y gris; no he tenido clase. Han pasado dos semanas después del suceso. Cruzo los límites imaginarios de mi universo para ir al otro extremo de la ciudad. En el trayecto paso frente a la estación de bomberos, uno de los lugares que más fascinación me despiertan. Cercanas a la estación funcionan algunas salas funerarias. Al estar frente a una de ellas, llevado por el recuerdo de los corredores de mi casa, decido conocer esos objetos que tanto temor me producen desde la muerte de mi padre, acaecida años atrás. Una extraña lógica hace que en la primera funeraria a la que ingreso me encuentre con el ataúd de un cadáver que está siendo velado desde la noche anterior. No sé si por tratarse de una funeraria pobre o por el hecho de que la muerte es una realidad individual, la sala está habitada sólo por el difunto. Me acerco. Por la ventanita de la caja alcanzo a divisar el rostro de una persona de labios amplios y delineados, las comisuras de la boca ajadas, la nariz fina y las cejas muy estrechas, como pintadas por un pincel. Aunque los rasgos se distinguen sin dificultad, revela hematomas verdes y morados en varias partes del rostro y del cuello, sobre todo en los pómulos, así como cortes de arma blanca. Cuando detallo la parte superior de la cabeza reconozco el inconfundible color rojizo del cabello de mi vecino con nombre de mujer.
Debajo del féretro hay una corona de rosas, simple como la superficie del ataúd, cruzada por una cinta morada. No hay ningún nombre.
de Miguel Páez
35 años
Colombia
Este relato pertenece a una compilación de cuentos inéditos titulado "Música de piano para gatos nostálgicos y otros relatos".
MIGUEL PÁEZ. Ibagué (1973). Licenciatura en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Se ha desempeñado como docente de Humanidades desde 1999 en el Colegio San Juan Bosco de Cali. Finalista del concurso de Poesía del Valle del Cauca 2007. Jurado en el Concurso Letra Joven de la ciudad de Cartagena (2007 y 2008). Finalista en el concurso Así escribo mi ciudad de la Editorial Grafein, con el cuento “El fantasma de Corinto” (2007). Su poemario “Cristal y Sombra” fue elegido entre los mejores de la convocatoria realizada por la Editorial Nuevo Ser (Buenos Aires, 2008). Algunos de sus cuentos y poesías han sido publicados en la revista de la UPB (Medellín, 1997-98). Trabajos publicados: Narraciones (2007) y el libro de poesía Árbol de la Noche (2008). Inéditos: Resurrección (Novela) y el libro de ensayos literarios Pasión y asombro.
Página web creada por su participación en Letra Universal
Mireya tiene un compañero estilista que es amiga de mi madre y que a veces viene a casa para cortarme el cabello. Yo, que soy joven, trato de no hablar con ella durante las sesiones de peluquería por orden de mi madre y por ignorar cuál es el género que mejor le cuadra, «él» o «ella». Algunos dicen que Mireya y su compañero (la estilista) son gente peligrosa porque cuando pelean le desfiguran el rostro a sus adversarios. Quizá sólo son mitos, como la historia del hermafrodita asesino.
La estilista, es decir Aldemar, suele ser muy respetuosa con mi madre y mis abuelos, a los que llama «padrecitos». Mireya, por su parte, en ocasiones trae alguna degustación de los manjares que prepara para Aldemar y para él. Casi siempre se le ve rodeado de amigas y se siente orgulloso de su nombre, el cual le fue puesto por el primer novio de la adolescencia, dice él que en honor de un libro de poesía. «Es lo más bonito que tengo», afirma. «Cuando muera esa será la única marca sobre el ataúd.»
Aunque sospecho cuál es su ocupación nocturna, me llama la atención que jamás faltaba al empleo. Tampoco sé a qué hora regresa. En general, son buenas vecinas de la familia.
Es difícil pensar que una persona así pueda estar metida en líos por su condición. Mi madre advirtió el peligro que corre Mireya. En días recientes se ha desatado en la ciudad una persecución hacia los homosexuales que ejercen la prostitución en las calles de la ciudad. Varios han sido asesinados. Aún así Mireya sale todos los días puntualmente, con sus vestidos de colores, bamboleando la cartera y canturreando las baladas de Gigiola Cinquetti, algo que la convierte en el ser más pintoresco del barrio. Aunque mi madre ha hablado con Mireya para que deje el trabajo por un tiempo, ella se resiste y protesta diciendo que nadie se muere la víspera, que los travestis asesinados tenían deudas con la policía o con las putas, y que si le llega el turno ella sabe cómo defenderse.
En la juventud el universo es todavía un concepto demasiado vago, indefinido y pequeño (mi madre dice que es mejor así debido a mi problema mental). Mi universo se reduce a unos cuantos barrios de la ciudad y a unas cuantas experiencias con leyes simples como la vida de familia, el juego o el colegio. Pero mi verdadero entorno, aquello que yo puedo denominar «mi universo», son los corredores oscuros de mi casa y las cuadras que rodean el barrio. Allí he aprendido a soñar y a jugar. El universo de Mireya es más amplio y, por ende, con leyes difíciles de entender. Algún elemento misterioso del azar o del destino determina que universos paralelos tan diferentes se crucen.
Una noche cualquiera Mireya sale en busca de trabajo, pero no regresa. Aldemar irrumpe en la mañana con la noticia, cuando descubre que no ha venido a descansar como de costumbre. La buscan por todas partes pero es inútil. El único que guarda esperanzas es Aldemar, que se aferra a una imagen de la Virgen del Carmen que mi madre tiene en la habitación, pidiéndole el milagro de devolvérsela con vida. La Virgen ya la ha cuidado demasiado.
Ha pasado una semana sin noticias sobre su paradero, sólo queda la ilusión de recuperar el cuerpo. La han buscado en los hospitales, en las estaciones de policía, en la morgue. Las autoridades, ante la denuncia de la desaparición, han investigado las vías de acceso a la ciudad, las riberas del río y los parques.
Es viernes por la mañana, una mañana lluviosa y gris; no he tenido clase. Han pasado dos semanas después del suceso. Cruzo los límites imaginarios de mi universo para ir al otro extremo de la ciudad. En el trayecto paso frente a la estación de bomberos, uno de los lugares que más fascinación me despiertan. Cercanas a la estación funcionan algunas salas funerarias. Al estar frente a una de ellas, llevado por el recuerdo de los corredores de mi casa, decido conocer esos objetos que tanto temor me producen desde la muerte de mi padre, acaecida años atrás. Una extraña lógica hace que en la primera funeraria a la que ingreso me encuentre con el ataúd de un cadáver que está siendo velado desde la noche anterior. No sé si por tratarse de una funeraria pobre o por el hecho de que la muerte es una realidad individual, la sala está habitada sólo por el difunto. Me acerco. Por la ventanita de la caja alcanzo a divisar el rostro de una persona de labios amplios y delineados, las comisuras de la boca ajadas, la nariz fina y las cejas muy estrechas, como pintadas por un pincel. Aunque los rasgos se distinguen sin dificultad, revela hematomas verdes y morados en varias partes del rostro y del cuello, sobre todo en los pómulos, así como cortes de arma blanca. Cuando detallo la parte superior de la cabeza reconozco el inconfundible color rojizo del cabello de mi vecino con nombre de mujer.
Debajo del féretro hay una corona de rosas, simple como la superficie del ataúd, cruzada por una cinta morada. No hay ningún nombre.
de Miguel Páez
35 años
Colombia
Este relato pertenece a una compilación de cuentos inéditos titulado "Música de piano para gatos nostálgicos y otros relatos".
MIGUEL PÁEZ. Ibagué (1973). Licenciatura en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Se ha desempeñado como docente de Humanidades desde 1999 en el Colegio San Juan Bosco de Cali. Finalista del concurso de Poesía del Valle del Cauca 2007. Jurado en el Concurso Letra Joven de la ciudad de Cartagena (2007 y 2008). Finalista en el concurso Así escribo mi ciudad de la Editorial Grafein, con el cuento “El fantasma de Corinto” (2007). Su poemario “Cristal y Sombra” fue elegido entre los mejores de la convocatoria realizada por la Editorial Nuevo Ser (Buenos Aires, 2008). Algunos de sus cuentos y poesías han sido publicados en la revista de la UPB (Medellín, 1997-98). Trabajos publicados: Narraciones (2007) y el libro de poesía Árbol de la Noche (2008). Inéditos: Resurrección (Novela) y el libro de ensayos literarios Pasión y asombro.
Página web creada por su participación en Letra Universal
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Convocatoria Letra Universal
Tributo II
Obedezco a la ley que nos gobierna
¡He dado el corazón!
Alfonsina Storni
Diste el corazón
sin guardarte nada
Lo diste por completo
sin pedir a cambio,
ni siquiera migajas
Lo diste por integra ,
por loca, por arrebatada,
como diste tus versos,
tus manos,
tus entrañas.
todo te lo quitaste,
no te quedo nada
hasta tu alma duerme
en el fondo de los mares
Diste tu corazón
hasta ser apedreada
ellos sólo callaron
porque no fuiste pura,
ni alba,
ni blanca
Por loca, por arrebatada,
por hembra ,por poeta
diste tu corazón
Hoy mis manos sangran.
de Carmen Rolandelli
Argentina
52 años
¡He dado el corazón!
Alfonsina Storni
Diste el corazón
sin guardarte nada
Lo diste por completo
sin pedir a cambio,
ni siquiera migajas
Lo diste por integra ,
por loca, por arrebatada,
como diste tus versos,
tus manos,
tus entrañas.
todo te lo quitaste,
no te quedo nada
hasta tu alma duerme
en el fondo de los mares
Diste tu corazón
hasta ser apedreada
ellos sólo callaron
porque no fuiste pura,
ni alba,
ni blanca
Por loca, por arrebatada,
por hembra ,por poeta
diste tu corazón
Hoy mis manos sangran.
de Carmen Rolandelli
Argentina
52 años
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Convocatoria Letra Universal
Solo algunas palabras
Mmmn, estee, yo estee, bueno nada; todo lo que quiero decirte es que... Uy!! hay tantans palabras, palabras y palabras, y si te pones a pensar cuantas cosas dicen una palabra, cuantas cosas dicen miles de palabras; así como una cadena que van juntitas una al lado de la otra, a veces se separan, otras son parecidas, otras no se enganchan o suenan iguales; por eso se dice, que las palabras son un conjunto de sonidos articulados que expresan una idea nueva... pensarás que estoy dando vueltas, pero no es así, creo, que me estoy acercando.
Te digo algo, a mí me gusta tanto jugar con ellas...
Por que hay palabras inesperadas, movedizas que por nada te hacen temblar, que por muvho te hacen vibrar.
Palabras nuevas, viejas y antiguas,
palabras cantadas y gritadas,
palabras ruidosas, mudas y húmedas;
Viajeras, fiesteras y hasta difrasadas, ¿Entendes? bueno no importa, hay tantas palabras, como reales, justas e injustas,
palabras ilógicas, ignorantes, estupidas.
Palabras metálicas, duras y blandas.
Palabras de aire o que quedan en el aire, esas son las que se olvidan o se pierden; como las hojas que se mecen solo un instante en ese mismo aire.
Palabras lentas, palabras rápidas que caminan y corren, suben y bajan, van, vuelven, pican, rebotan y saltan...
Están las asquerosas, palabras hambrientas, glotonas y golosas, palabras frutales, mandarina, naranja, mango y toronja... eh! ¿Entendes? no, no, de verdad, te juro que no estoy dando vueltas. Pero como es posible que no puedo encontrar la que quiero decirte.
Bueno, eeh, yo estee... Ay!! a ver, todo lo que quiero decirte es... es que te... y no encuentro la palabra que quiero decirte. Por que hay muchas, por que estan las palabras
insólitas, inmaduras y cortadas,
palabras inventadas, invertidas y teatrales;
Falsa, huecas sin eco, vanidosas y malditas que molestan tanto, como cuando el sol y el viento agrietan mi piel.
Palabras e odio, irritantes, rencor, lastima.
Palabras elásticas, que lastiman, rasguñan, raspan y sangran.
Palabras sin deseos, sin expresión, sin espíritu, como muchas veces son los besos las miradas... que duelen, me clavan, me punzan y me hieren.
Palabras transpiradas, lloradas que me elevan y me matan;
Palabras profundas, ondas y oscuras. ¿Entendes? por favor entende, por que se que hay mas palabras que persiguen, rodean y empujan;
Palqabras acorraladas, amenazantes, ¿iluminadas?
Palabras que me cuidan y me llaman.
Palabras obsenas, que acarician, que tocan, me rozan, me miman así de igual cuando me miras.
Palabras que me, me, me exitan, que gozan y me aman.
Palabras tibias, calidas y templadas, calurosas que me abrigan, me cobijan, ma acogen y me.. eh!! perdón eso no importa... yo solo... como es posible que no pueda encontrar la que quiero decirte...
¡Otra ves!, te juro que no estoy dando vueltas... Ah! y las que faltan. Verticales y horixontales, mareadas y cruzadas.
Palabras abstractas, aromáticas y aforísticas "Respirar no es vivir".
Pegajosas, ásperas y lisas; tartamudas, que se enroscan. giran se anudan y se vuelven a enroscar.
Palabras explosivas, exitosas, divinas y milagrosas.
Las palabras son mias por que viven y duermen en mi boca.
Palabras lindas, contagiosas, abiertas y cerradas, maravillosas que ríen y riman "Hermosa como el culo de la osa"... perdón no dije nada, fue, la emoción de... igual creo que la encontré, es... como se dice... estee...
Te quiero; ¿A hora como te explico como es quererte?
Mmmn es...
Quererte es estar entre tus brazos.
Quererte es tildarme como una ciudad sin luz.
Quererte es regalarte un chocolate derretido.
Quererte es caminar por los días, sin saber a donde ir.
Quererte es jugar con tus pestañas.
Quererte es descansar en tu mirada y pensar en que pensas.
Quererte es escuchar tus silencios.
Quererte es todo, es abstracto, y aunque no te lo diga Dios sabe que es cierto....
¿Entendes?
de AnimoR
30 años
Bs As (Argentina)
Te digo algo, a mí me gusta tanto jugar con ellas...
Por que hay palabras inesperadas, movedizas que por nada te hacen temblar, que por muvho te hacen vibrar.
Palabras nuevas, viejas y antiguas,
palabras cantadas y gritadas,
palabras ruidosas, mudas y húmedas;
Viajeras, fiesteras y hasta difrasadas, ¿Entendes? bueno no importa, hay tantas palabras, como reales, justas e injustas,
palabras ilógicas, ignorantes, estupidas.
Palabras metálicas, duras y blandas.
Palabras de aire o que quedan en el aire, esas son las que se olvidan o se pierden; como las hojas que se mecen solo un instante en ese mismo aire.
Palabras lentas, palabras rápidas que caminan y corren, suben y bajan, van, vuelven, pican, rebotan y saltan...
Están las asquerosas, palabras hambrientas, glotonas y golosas, palabras frutales, mandarina, naranja, mango y toronja... eh! ¿Entendes? no, no, de verdad, te juro que no estoy dando vueltas. Pero como es posible que no puedo encontrar la que quiero decirte.
Bueno, eeh, yo estee... Ay!! a ver, todo lo que quiero decirte es... es que te... y no encuentro la palabra que quiero decirte. Por que hay muchas, por que estan las palabras
insólitas, inmaduras y cortadas,
palabras inventadas, invertidas y teatrales;
Falsa, huecas sin eco, vanidosas y malditas que molestan tanto, como cuando el sol y el viento agrietan mi piel.
Palabras e odio, irritantes, rencor, lastima.
Palabras elásticas, que lastiman, rasguñan, raspan y sangran.
Palabras sin deseos, sin expresión, sin espíritu, como muchas veces son los besos las miradas... que duelen, me clavan, me punzan y me hieren.
Palabras transpiradas, lloradas que me elevan y me matan;
Palabras profundas, ondas y oscuras. ¿Entendes? por favor entende, por que se que hay mas palabras que persiguen, rodean y empujan;
Palqabras acorraladas, amenazantes, ¿iluminadas?
Palabras que me cuidan y me llaman.
Palabras obsenas, que acarician, que tocan, me rozan, me miman así de igual cuando me miras.
Palabras que me, me, me exitan, que gozan y me aman.
Palabras tibias, calidas y templadas, calurosas que me abrigan, me cobijan, ma acogen y me.. eh!! perdón eso no importa... yo solo... como es posible que no pueda encontrar la que quiero decirte...
¡Otra ves!, te juro que no estoy dando vueltas... Ah! y las que faltan. Verticales y horixontales, mareadas y cruzadas.
Palabras abstractas, aromáticas y aforísticas "Respirar no es vivir".
Pegajosas, ásperas y lisas; tartamudas, que se enroscan. giran se anudan y se vuelven a enroscar.
Palabras explosivas, exitosas, divinas y milagrosas.
Las palabras son mias por que viven y duermen en mi boca.
Palabras lindas, contagiosas, abiertas y cerradas, maravillosas que ríen y riman "Hermosa como el culo de la osa"... perdón no dije nada, fue, la emoción de... igual creo que la encontré, es... como se dice... estee...
Te quiero; ¿A hora como te explico como es quererte?
Mmmn es...
Quererte es estar entre tus brazos.
Quererte es tildarme como una ciudad sin luz.
Quererte es regalarte un chocolate derretido.
Quererte es caminar por los días, sin saber a donde ir.
Quererte es jugar con tus pestañas.
Quererte es descansar en tu mirada y pensar en que pensas.
Quererte es escuchar tus silencios.
Quererte es todo, es abstracto, y aunque no te lo diga Dios sabe que es cierto....
¿Entendes?
de AnimoR
30 años
Bs As (Argentina)
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Convocatoria Letra Universal
Todas las formas del triángulo:
Estábamos acodados en la barra del bar, tomándonos un vino, cuando comprendí con asombrosa claridad que lo único que me unía a aquel hombre era que, meses atrás, se había acostado con la mujer de mi vida. No es que yo le odiara, ni nada por el estilo, simplemente supe que lo único que esperaba de él era que, en algún momento se animara a revelarme aquellos detalles que tanto daño me iban a hacer pero que, por otra parte, alimentarían mis sueños durante mucho tiempo.
Por eso llevaba los últimos tres meses invitándole a vinos, con el convencimiento de que la costumbre y el alcohol terminarían por hacer maravillas. Ella tenía tres hijos, unas piernas preciosas y una forma de hablar que me iba a enloquecer. Pero, lo peor de todo, también tenía un marido y ese era mi hermano. Todos aquellos detalles invitaban a creer que yo no podría soportar el enterarme de que ella había terminado por revolcarse en la cama de mi socio. Sin embargo, no sólo no enloquecí, sino que incluso me alegré de que alguien se hubiera atrevido a intentar lo que yo llevaba deseando casi toda la vida y no haría nunca.
Le pedí otra ronda al camarero y Jorge cogió su copa e hizo un amago de brindis antes de llevársela a la boca. Ella iba a cumplir los treinta y cinco y seguramente se había ido con él a la cama para sentirse jóven y seductora todavía. Resulta complicado sentirse seductora entre pañales y niños exigentes, y ella había buscado la manera de reflejar su imagen más sexi en los ojos de alguien. Nunca se había fijado que, en los mios, siempre había aparecido perfecta y que cada vez que acariciaba a los niños, a mis sobrinos, soñaba con que eran mios. Mi socio, en cambio, lo tuvo todo más fácil. Sólo se dejó llevar por su melena morena y por la intimidad de aquella cena en la que los dos coincidieron sin haberlo propuesto.
Fué fácil enterarme. Sólo tuve que mirar en su correo electrónico y observarles de lejos. Al principio, quise fantasear con la idea de que ella había ido a él porque le parecía pecado haber ido hacia mí. Pero resulta imposible imaginar que alguien te desea desde los brazos de otra persona durante mucho tiempo. Cuando soñaba con ella estábamos muy cerca y me acariciaba con los ojos y, algunas veces, me arrastraba. En cambio, frente a ella, yo me volvía muy torpe y nunca conseguí decirle nada que sonara mínimamente inteligente.
Mañana me iré de la oficina más pronto porque tenemos una celebración familiar y tengo que recoger algunas cosas.
Dales recuerdos a todos- me dijo Jorge. Y yo sabía que quería decirme “Dale recuerdos a Amira y dile que tengo ganas de volver a besarle todo el cuerpo”. Por supuesto que no le diría nada. Aquella sería mi pequeña venganza. El no mantenerles conectados por nadie ajeno a ellos.
Podía empezar a hablar del trabajo de mi hermano o, incluso, de los niños y dirigir el tema hacia el cumpleaños de Amira y como las mujeres mejoran con la edad. Pero tenía pánico. Pánico de no poder contenerme o poner cara de imbécil. Pánico de que mi socio, a pesar de que tenía menos intuición que una mula de feria, comprobara que yo me habría encerrado en aquella fantasía sin futuro.
Pero era irremediable. Después de tantos vinos y como nos había ocurrido tantas noches, Jorge me invitó a su casa y yo acepté. Acepté convencida de que con él tendría el roce de la piel de Amira entre los dedos, convencida de que ya no viviría una historia de amor como la que llevaba esperando desde los quince años, más que en mis fantasías. Segura de que él no sabía por qué había empezado a atender sus demandas amorosas, hacía en torno a tres meses, después de que él llevara más de diez años intentando conquistarme. Parapetada en su seguridad de que yo había descubierto su historia con mi cuñada y que el miedo a perderle, me había hecho accesible.
Pero también angustiada ante la idea de comprometerme al fin con él y que, dentro de veinte años, Jorge ya no recordara la postura exacta en la que penetró a Amira de la misma manera en que me penetraba a mí. Y, entonces, yo dejaría de ser ella. Dejaría de ser nadie.
de Idoia Saralegui
Por eso llevaba los últimos tres meses invitándole a vinos, con el convencimiento de que la costumbre y el alcohol terminarían por hacer maravillas. Ella tenía tres hijos, unas piernas preciosas y una forma de hablar que me iba a enloquecer. Pero, lo peor de todo, también tenía un marido y ese era mi hermano. Todos aquellos detalles invitaban a creer que yo no podría soportar el enterarme de que ella había terminado por revolcarse en la cama de mi socio. Sin embargo, no sólo no enloquecí, sino que incluso me alegré de que alguien se hubiera atrevido a intentar lo que yo llevaba deseando casi toda la vida y no haría nunca.
Le pedí otra ronda al camarero y Jorge cogió su copa e hizo un amago de brindis antes de llevársela a la boca. Ella iba a cumplir los treinta y cinco y seguramente se había ido con él a la cama para sentirse jóven y seductora todavía. Resulta complicado sentirse seductora entre pañales y niños exigentes, y ella había buscado la manera de reflejar su imagen más sexi en los ojos de alguien. Nunca se había fijado que, en los mios, siempre había aparecido perfecta y que cada vez que acariciaba a los niños, a mis sobrinos, soñaba con que eran mios. Mi socio, en cambio, lo tuvo todo más fácil. Sólo se dejó llevar por su melena morena y por la intimidad de aquella cena en la que los dos coincidieron sin haberlo propuesto.
Fué fácil enterarme. Sólo tuve que mirar en su correo electrónico y observarles de lejos. Al principio, quise fantasear con la idea de que ella había ido a él porque le parecía pecado haber ido hacia mí. Pero resulta imposible imaginar que alguien te desea desde los brazos de otra persona durante mucho tiempo. Cuando soñaba con ella estábamos muy cerca y me acariciaba con los ojos y, algunas veces, me arrastraba. En cambio, frente a ella, yo me volvía muy torpe y nunca conseguí decirle nada que sonara mínimamente inteligente.
Mañana me iré de la oficina más pronto porque tenemos una celebración familiar y tengo que recoger algunas cosas.
Dales recuerdos a todos- me dijo Jorge. Y yo sabía que quería decirme “Dale recuerdos a Amira y dile que tengo ganas de volver a besarle todo el cuerpo”. Por supuesto que no le diría nada. Aquella sería mi pequeña venganza. El no mantenerles conectados por nadie ajeno a ellos.
Podía empezar a hablar del trabajo de mi hermano o, incluso, de los niños y dirigir el tema hacia el cumpleaños de Amira y como las mujeres mejoran con la edad. Pero tenía pánico. Pánico de no poder contenerme o poner cara de imbécil. Pánico de que mi socio, a pesar de que tenía menos intuición que una mula de feria, comprobara que yo me habría encerrado en aquella fantasía sin futuro.
Pero era irremediable. Después de tantos vinos y como nos había ocurrido tantas noches, Jorge me invitó a su casa y yo acepté. Acepté convencida de que con él tendría el roce de la piel de Amira entre los dedos, convencida de que ya no viviría una historia de amor como la que llevaba esperando desde los quince años, más que en mis fantasías. Segura de que él no sabía por qué había empezado a atender sus demandas amorosas, hacía en torno a tres meses, después de que él llevara más de diez años intentando conquistarme. Parapetada en su seguridad de que yo había descubierto su historia con mi cuñada y que el miedo a perderle, me había hecho accesible.
Pero también angustiada ante la idea de comprometerme al fin con él y que, dentro de veinte años, Jorge ya no recordara la postura exacta en la que penetró a Amira de la misma manera en que me penetraba a mí. Y, entonces, yo dejaría de ser ella. Dejaría de ser nadie.
de Idoia Saralegui
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Convocatoria Letra Universal
La casa estaba vacía
Toqué la puerta, no tenía llave, entré.
Todo era muy fuerte.
Había cicatrices en el alma, en las paredes, en el techo y recordé aquellas palabras que nos hicieron tanto mal.
“ Ustedes han perdido la cabeza”
Caminé…caminé por la casa, estaba fría. Entonces decidí escribirte una carta.
Querido mío:
No sé si está bien, pero para mi seguís siendo mi querido.
Estuve en la casa ¡nuestra casa! La encontré vacía de presencia. ¿Sabés? Caminé lentamente, mis ojos seguían cada rincón y sobre la mesa estaba “ese” libro que no dejaste de leer un solo día y a mi me disgustaba
La pantalla de la lámpara que vos mismo habías decorado.
¡Nuestro cuarto! Solo estaban las cortinas blancas.
Todo era recuerdo y… ¡dolía tanto! Tanto como cuando aquella mañana me levanté corrí para abrir la ventana y…no estabas.
Solo encontré un papel con tu prolija letra que decía: ¡Perdón! Ya me entenderás, pero me voy.
Y así comenzó esta incertidumbre.
Por comentarios me enteré que, cuando tus obligaciones te lo permiten, pasas por la casa para regar el jazminero, ese que habíamos plantado juntos.
Lo pude comprobar la segunda vez que entré porque detrás de la puerta en el perchero de madera estaba colgada tu sotana.
de Rosalia Estela Bojanich.
Manuel Ocampo, Pcia Bs As. Argentina
64 años.
Todo era muy fuerte.
Había cicatrices en el alma, en las paredes, en el techo y recordé aquellas palabras que nos hicieron tanto mal.
“ Ustedes han perdido la cabeza”
Caminé…caminé por la casa, estaba fría. Entonces decidí escribirte una carta.
Querido mío:
No sé si está bien, pero para mi seguís siendo mi querido.
Estuve en la casa ¡nuestra casa! La encontré vacía de presencia. ¿Sabés? Caminé lentamente, mis ojos seguían cada rincón y sobre la mesa estaba “ese” libro que no dejaste de leer un solo día y a mi me disgustaba
La pantalla de la lámpara que vos mismo habías decorado.
¡Nuestro cuarto! Solo estaban las cortinas blancas.
Todo era recuerdo y… ¡dolía tanto! Tanto como cuando aquella mañana me levanté corrí para abrir la ventana y…no estabas.
Solo encontré un papel con tu prolija letra que decía: ¡Perdón! Ya me entenderás, pero me voy.
Y así comenzó esta incertidumbre.
Por comentarios me enteré que, cuando tus obligaciones te lo permiten, pasas por la casa para regar el jazminero, ese que habíamos plantado juntos.
Lo pude comprobar la segunda vez que entré porque detrás de la puerta en el perchero de madera estaba colgada tu sotana.
de Rosalia Estela Bojanich.
Manuel Ocampo, Pcia Bs As. Argentina
64 años.
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Convocatoria Letra Universal
El Federico
"... Y hoy fue un día especial ¿vio?; un día distinto. De esos escasos en el año, en los cuales uno se llena de emoción y carga su alma de energía, aunque me queden pocas a esta altura. Es que, ¿sabe Marta?, uno ya no es un pibe, lleva una mochila en su espalda cargada de sucesos, de vivencias, alegrías, tristezas, que fue recogiendo a lo largo de la vida y ahora, de viejo, todo eso pesa ¿me entiende? Pero no importa, querida, porque siento que me esta volviendo la felicidad que había perdido por tantos años. Y eso es lo que vale"... Así, de esta manera, Don Jaime desde la cama en la habitación 14 del hogar San Ignacio, le explicaba la razón de su dicha a su enfermera; quien sentada a un costado no salía del asombro al ver al anciano tan feliz. Un rasgo poco frecuente de notar en su personalidad desde que llegó al geriátrico, menos aún luego de la muerte de Abdo, su compañero de pieza y fiel amigo de la infancia.
El responsable de todo ese bienestar en Jaime se llama Federico. No, no es el Fede Parneri, el autor, ayer, del gol en el ajustado 1-0 de Argentina ante Mozambique por los octavos de final del Mundial de Canadá. Tampoco es un niño como usted puede presumir; sino un tren. Si, leyó correctamente. El tren de larga distancia que después de 65 años volvió a transitar las vías del Urquiza uniendo Rojas con la estación Federico Lacroze, en Capital Federal... era motivo suficiente como para que Jaime se mostrara tan complacido, ya que este rojense es hijo de ferroviario, creció junto al tren y sufrió como pocos cuando le quitaron la vida suprimiendo sus viajes.
Toda la historia de este hombre estuvo estrechamente ligada a esa mole de hierro sobre rieles que, justamente hoy, sábado 10 de junio de 2058, tras décadas de desolación y soledad, volvió a visitar Rojas. Y Don Jaime, a pesar del frío y de sus 89 años, estuvo ahí, en la histórica estación del pueblo, paradito en el andén que tantas veces recorrió en su niñez, junto a miles de vecinos que se acercaron para darle la bienvenida al Federico en su regreso a estos pagos. Claro, su viejo compañero retoma el servicio de transporte de pasajeros para el bien de la ciudad, brindándole (entre otras cosas) trabajo a mucha gente y dibujándole una última sonrisa a Jaime, antes de dormirse.
Ya son casi las once de la noche, todos se han ido a la cama en este cálido hogar, incluyendo a Don Bruno y Delfina, quienes todas las noches se quedan un ratito chateando con sus primos de Gualeguaychú en la antigua computadora del living. La enfermera -como es habitual- apaga la luz y sale cautelosamente de la habitación al ver que el anciano había cerrado sus ojos. Dicen que los sueños traducen los propios miedos, los propios deseos; pero también las esperanzas y los recuerdos. Y Jaime comenzó a soñar...
- "Ché, loco,
acuérdense que cuando suena el pito del tren se termina el partido"- En el placentero descanso, comienzan a dar vueltas en su mente frases, gritos, que representan, de algún modo, la proximidad entre su mundo y el ferrocarril; llevándolo a diversas etapas de su vida. -"... Y que no vale fundir"-, aclaraba siempre el Galguito Forlino, antes que largue a rodar la pelota en los clásicos encuentros de fútbol "barrio contra barrio". Nosotros éramos La Loma y teníamos la canchita al lado del terraplén de la vía; por lo que el pitaso de la locomotora en su arribo a la ciudad, indicaba que el partido culminaba. El que iba ganando se quedaba con todas las botellas de Coca y Crush que habíamos comprado en una vaquita general.
Uhyy, ¡si habremos tomado gaseosa! El tema es que teníamos un equipazo, pero de los que se dice equipazo-equipazo, ¿eh?, y nunca perdíamos; menos si jugábamos en el potrero de la vía. Con el Galgo Forlino en el arco, que sí, era un poco "arrugón" pero hacía unas tapadas de otro planeta; los Melli Narváez en el fondo; el Cuchillo Gutiérrez en el medio; y la dupla, arriba, compuesta por el Turquito Abdo y yo (alias Diego Armando como me autobautizé ante el desacuerdo del grupo); arrasábamos.
Corría el verano de 1981, éramos una manga de pibes que solo nos importaba ganarle a barrio Progreso o al Centro los sábados. El tren era solo un referí para mí y mis amigos, aunque en realidad era mucho más que eso.
-"¡¡¡Juanca, arriba viejo, que se te va el tren!!!"-
...otra frase que retumba en el inconsciente de Don Jaime, que relata a sí mismo su vida en el propio sueño, como si ello le produjera goce alguno. Y vaya si lo lograba.
Mi viejo era maquinista y todos los lunes se levantaba a las tres para conducir el tren que salía a las cuatro para Lacroze. El grito de Helena, mi vieja, era inconfundible despertando no solo a papá, sino también a Marianito, mi hermano, y a mí; aunque nosotros contábamos con el privilegio de continuar durmiendo un rato más. Al viejo no lo veíamos hasta el viernes; allá se quedaba en la pensión ferroviaria ¡Cómo lo extrañábamos en la semana!, pero bueno, eran cuestiones de laburo y así nos hacía entender mamá.
A medida que fue transcurriendo el tiempo, me fui dando cuenta que el tren no significaba únicamente el bbbuuupfff que finalizaba los partidos del potrero. Era la fuente de trabajo en casa, lo que alimentaba a mi familia, a la del Turco y a muchas más en el barrio.
-" ¡¡¡Empanadas calentitas de Jaimitooo, la gran delicia del Federicooo!!!"- , ese era mi cantito preferido, si. Me acuerdo que subía al tren con la canasta preparada por la vieja, los 4 de diciembre rumbo a Salto. El día de Pancho Sierra la muchedumbre se agolpaba en la vecina localidad y yo, un muchacho en ese entonces, ayudaba a mi familia vendiendo cositas en ocasiones especiales como ésa. Tenía el viaje gratis si convidaba unas empanadas y allá, en Salto, seguro hacía el negocio. ¡Cuánta gente!, la cantidad de micros y autos no dejaba de impresionarme... Si hubiera existido el speeder en esa época.
Don Jaime inunda de añoranzas su profundo sueño. Practica una especie de balance de vida en un momento indudablemente marcado por la satisfacción; aunque no tuvo verdaderas intenciones de hacerlo si tenemos en cuenta su condición de dormido. Quizás un psicólogo podría explicarlo mejor ¿no?
Ahh, esa máquina me llevaba a todos lados... ¡A Italpark! Ya eramos grandulones con el Turco y el Galgo; pero igual, teníamos la excusa de llevarlo al Marianito, mi hermano menor. A decir verdad, la farra era de nosotros y allá nos comíamos cinco horas en el tren un par de veces al año para subir a esa montaña rusa... Y pensar que el Dani, el primo del Galgo, se bajaba en Villa Linch para ir a ver a Estudiantes de Buenos Aires. Nosotros todo el día en el parque y este coso se mandaba a la cancha a ver un partido de la "B" o de la "C"... ¿podés creer? Claro, el abuelo vivía en Caseros y lo hizo de Estudiantes. A la tardecita lo encontrábamos de vuelta en el tren, casi siempre con cara larga. El ni hablaba, pero parece que tenían un equipo de medio pelo y acostumbraban a perder.
Luego vinieron los estudios para ser maquinista, como el viejo, y nuevamente el Federico, firme, de transporte, como no podía ser de otro modo.
Adorable compañero: fuiste un juego en mi humilde infancia, un servicio en mi juventud y habías empezado a ser un trabajo en mi adultez, a la hora de criar mis propios hijos.
De repente, algo interrumpe sus agradables pensamientos y despierta sobresaltadamente al anciano. La sensación de angustia lo invade por completo y se manifiesta con el sudor humedeciendo la agrietada piel de su rostro. Es evidente, el dulce sueño se transformó en pesadilla al captar el terrible episodio de su despido, cuando suspendieron los viajes de larga distancia. "La empresa le comunica que prescindirá de su servicio a partir del 10 de diciembre" decía el telegrama que arruinó su vida.
-"Todo eso pasó; lo superé y hoy la realidad es otra"- susurra ahora, desvelado, Don Jaime, con voz tenue pero elocuente. Su mirada fija en las agujas fosforescentes del reloj que marcan las cuatro en punto, a un costado de la habitación 14 del hogar.
La historia del ferrocarril con relación a este pueblo es larga y es probable que muchos hayan compartido, al menos, parte de ella. Lo cierto es que a finales del siglo pasado, hace ya mucho tiempo, le dieron un durísimo golpe al Federico; un golpe de muerte, pero no lograron aniquilarlo del todo. Ayer resucitó con algunos cambios tecnológicos y retomó los extensos recorridos como en las viejas épocas. Ayer volvió a Rojas para reencontrarse con un amigo, superando una hiriente e infinita agonía que, por fortuna, no terminó como suelen terminar las agonías; dejando atrás un vacío doloroso que duró 65 años. Por eso, Don Jaime, que ya se dio vuelta en la antigua
y desgastada cama, recupera la sonrisa entre lágrimas. El típico gesto que delata a la felicidad en un tendal de melancolía.
Cuatro y diez de la madrugada. El frío viento de otoño se hace notar golpeando la persiana de la ventana; aunque el silencio de la noche es el principal protagonista de la escena en el desolado Hogar San Ignacio. Sin embargo, a lo lejos, se perciben aromas, sonidos que ya estaban olvidados; o mejor dicho, parecían sepultados por el inoxerable paso del tiempo y que se presentan como extrañas ante mucha gente, sobretodo a las últimas generaciones. Pero claro, no para Don Jaime.
Esos alegóricos sonidos en el corazón de la noche; todo ese clima emocionante se traduce en un apenas perceptible bbbuuuuppffff ... que provoca una última mueca en el viejo, a punto de caer en el abismo del sueño... ¿Se imagina qué puede ser?
Nombre autor: Luciano Cabezon
Nacionalidad: Argentino
Edad: 34 años
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El responsable de todo ese bienestar en Jaime se llama Federico. No, no es el Fede Parneri, el autor, ayer, del gol en el ajustado 1-0 de Argentina ante Mozambique por los octavos de final del Mundial de Canadá. Tampoco es un niño como usted puede presumir; sino un tren. Si, leyó correctamente. El tren de larga distancia que después de 65 años volvió a transitar las vías del Urquiza uniendo Rojas con la estación Federico Lacroze, en Capital Federal... era motivo suficiente como para que Jaime se mostrara tan complacido, ya que este rojense es hijo de ferroviario, creció junto al tren y sufrió como pocos cuando le quitaron la vida suprimiendo sus viajes.
Toda la historia de este hombre estuvo estrechamente ligada a esa mole de hierro sobre rieles que, justamente hoy, sábado 10 de junio de 2058, tras décadas de desolación y soledad, volvió a visitar Rojas. Y Don Jaime, a pesar del frío y de sus 89 años, estuvo ahí, en la histórica estación del pueblo, paradito en el andén que tantas veces recorrió en su niñez, junto a miles de vecinos que se acercaron para darle la bienvenida al Federico en su regreso a estos pagos. Claro, su viejo compañero retoma el servicio de transporte de pasajeros para el bien de la ciudad, brindándole (entre otras cosas) trabajo a mucha gente y dibujándole una última sonrisa a Jaime, antes de dormirse.
Ya son casi las once de la noche, todos se han ido a la cama en este cálido hogar, incluyendo a Don Bruno y Delfina, quienes todas las noches se quedan un ratito chateando con sus primos de Gualeguaychú en la antigua computadora del living. La enfermera -como es habitual- apaga la luz y sale cautelosamente de la habitación al ver que el anciano había cerrado sus ojos. Dicen que los sueños traducen los propios miedos, los propios deseos; pero también las esperanzas y los recuerdos. Y Jaime comenzó a soñar...
- "Ché, loco,
acuérdense que cuando suena el pito del tren se termina el partido"- En el placentero descanso, comienzan a dar vueltas en su mente frases, gritos, que representan, de algún modo, la proximidad entre su mundo y el ferrocarril; llevándolo a diversas etapas de su vida. -"... Y que no vale fundir"-, aclaraba siempre el Galguito Forlino, antes que largue a rodar la pelota en los clásicos encuentros de fútbol "barrio contra barrio". Nosotros éramos La Loma y teníamos la canchita al lado del terraplén de la vía; por lo que el pitaso de la locomotora en su arribo a la ciudad, indicaba que el partido culminaba. El que iba ganando se quedaba con todas las botellas de Coca y Crush que habíamos comprado en una vaquita general.
Uhyy, ¡si habremos tomado gaseosa! El tema es que teníamos un equipazo, pero de los que se dice equipazo-equipazo, ¿eh?, y nunca perdíamos; menos si jugábamos en el potrero de la vía. Con el Galgo Forlino en el arco, que sí, era un poco "arrugón" pero hacía unas tapadas de otro planeta; los Melli Narváez en el fondo; el Cuchillo Gutiérrez en el medio; y la dupla, arriba, compuesta por el Turquito Abdo y yo (alias Diego Armando como me autobautizé ante el desacuerdo del grupo); arrasábamos.
Corría el verano de 1981, éramos una manga de pibes que solo nos importaba ganarle a barrio Progreso o al Centro los sábados. El tren era solo un referí para mí y mis amigos, aunque en realidad era mucho más que eso.
-"¡¡¡Juanca, arriba viejo, que se te va el tren!!!"-
...otra frase que retumba en el inconsciente de Don Jaime, que relata a sí mismo su vida en el propio sueño, como si ello le produjera goce alguno. Y vaya si lo lograba.
Mi viejo era maquinista y todos los lunes se levantaba a las tres para conducir el tren que salía a las cuatro para Lacroze. El grito de Helena, mi vieja, era inconfundible despertando no solo a papá, sino también a Marianito, mi hermano, y a mí; aunque nosotros contábamos con el privilegio de continuar durmiendo un rato más. Al viejo no lo veíamos hasta el viernes; allá se quedaba en la pensión ferroviaria ¡Cómo lo extrañábamos en la semana!, pero bueno, eran cuestiones de laburo y así nos hacía entender mamá.
A medida que fue transcurriendo el tiempo, me fui dando cuenta que el tren no significaba únicamente el bbbuuupfff que finalizaba los partidos del potrero. Era la fuente de trabajo en casa, lo que alimentaba a mi familia, a la del Turco y a muchas más en el barrio.
-" ¡¡¡Empanadas calentitas de Jaimitooo, la gran delicia del Federicooo!!!"- , ese era mi cantito preferido, si. Me acuerdo que subía al tren con la canasta preparada por la vieja, los 4 de diciembre rumbo a Salto. El día de Pancho Sierra la muchedumbre se agolpaba en la vecina localidad y yo, un muchacho en ese entonces, ayudaba a mi familia vendiendo cositas en ocasiones especiales como ésa. Tenía el viaje gratis si convidaba unas empanadas y allá, en Salto, seguro hacía el negocio. ¡Cuánta gente!, la cantidad de micros y autos no dejaba de impresionarme... Si hubiera existido el speeder en esa época.
Don Jaime inunda de añoranzas su profundo sueño. Practica una especie de balance de vida en un momento indudablemente marcado por la satisfacción; aunque no tuvo verdaderas intenciones de hacerlo si tenemos en cuenta su condición de dormido. Quizás un psicólogo podría explicarlo mejor ¿no?
Ahh, esa máquina me llevaba a todos lados... ¡A Italpark! Ya eramos grandulones con el Turco y el Galgo; pero igual, teníamos la excusa de llevarlo al Marianito, mi hermano menor. A decir verdad, la farra era de nosotros y allá nos comíamos cinco horas en el tren un par de veces al año para subir a esa montaña rusa... Y pensar que el Dani, el primo del Galgo, se bajaba en Villa Linch para ir a ver a Estudiantes de Buenos Aires. Nosotros todo el día en el parque y este coso se mandaba a la cancha a ver un partido de la "B" o de la "C"... ¿podés creer? Claro, el abuelo vivía en Caseros y lo hizo de Estudiantes. A la tardecita lo encontrábamos de vuelta en el tren, casi siempre con cara larga. El ni hablaba, pero parece que tenían un equipo de medio pelo y acostumbraban a perder.
Luego vinieron los estudios para ser maquinista, como el viejo, y nuevamente el Federico, firme, de transporte, como no podía ser de otro modo.
Adorable compañero: fuiste un juego en mi humilde infancia, un servicio en mi juventud y habías empezado a ser un trabajo en mi adultez, a la hora de criar mis propios hijos.
De repente, algo interrumpe sus agradables pensamientos y despierta sobresaltadamente al anciano. La sensación de angustia lo invade por completo y se manifiesta con el sudor humedeciendo la agrietada piel de su rostro. Es evidente, el dulce sueño se transformó en pesadilla al captar el terrible episodio de su despido, cuando suspendieron los viajes de larga distancia. "La empresa le comunica que prescindirá de su servicio a partir del 10 de diciembre" decía el telegrama que arruinó su vida.
-"Todo eso pasó; lo superé y hoy la realidad es otra"- susurra ahora, desvelado, Don Jaime, con voz tenue pero elocuente. Su mirada fija en las agujas fosforescentes del reloj que marcan las cuatro en punto, a un costado de la habitación 14 del hogar.
La historia del ferrocarril con relación a este pueblo es larga y es probable que muchos hayan compartido, al menos, parte de ella. Lo cierto es que a finales del siglo pasado, hace ya mucho tiempo, le dieron un durísimo golpe al Federico; un golpe de muerte, pero no lograron aniquilarlo del todo. Ayer resucitó con algunos cambios tecnológicos y retomó los extensos recorridos como en las viejas épocas. Ayer volvió a Rojas para reencontrarse con un amigo, superando una hiriente e infinita agonía que, por fortuna, no terminó como suelen terminar las agonías; dejando atrás un vacío doloroso que duró 65 años. Por eso, Don Jaime, que ya se dio vuelta en la antigua
y desgastada cama, recupera la sonrisa entre lágrimas. El típico gesto que delata a la felicidad en un tendal de melancolía.
Cuatro y diez de la madrugada. El frío viento de otoño se hace notar golpeando la persiana de la ventana; aunque el silencio de la noche es el principal protagonista de la escena en el desolado Hogar San Ignacio. Sin embargo, a lo lejos, se perciben aromas, sonidos que ya estaban olvidados; o mejor dicho, parecían sepultados por el inoxerable paso del tiempo y que se presentan como extrañas ante mucha gente, sobretodo a las últimas generaciones. Pero claro, no para Don Jaime.
Esos alegóricos sonidos en el corazón de la noche; todo ese clima emocionante se traduce en un apenas perceptible bbbuuuuppffff ... que provoca una última mueca en el viejo, a punto de caer en el abismo del sueño... ¿Se imagina qué puede ser?
Nombre autor: Luciano Cabezon
Nacionalidad: Argentino
Edad: 34 años
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Convocatoria Letra Universal
Para justificar a Caín
Lucifer
Había compartido la inocencia
en un tiempo sin tiempo desplegó sus alas entre vértigos
y espejismos,
estaba hecho con la sustancia de lo eterno,
con la luz de la luz, tejidas sus sombras.
Estaba
en un tiempo sin tiempo
- era inocente -
y seguramente ensayaba ciertas travesías,
verbos por la niebla con apariencia de sueño.
Entre todos los ángeles fue El Elegido
para uncir a los fuegos del Infierno.
Debió apremiar las sombras y ensayar hogueras,
aprender el incierto oficio de maldades.
Estaba
en un tiempo sin tiempo
- era inocente -
Y desertó de Yaveh , acatando su llamado.
Ahora lo nombran Lucifer,
el que nos ofrece el pecado,
Su Infierno, es el Infierno de Dios.
de María Amelia Diaz
57 años
República Argentina
Había compartido la inocencia
en un tiempo sin tiempo desplegó sus alas entre vértigos
y espejismos,
estaba hecho con la sustancia de lo eterno,
con la luz de la luz, tejidas sus sombras.
Estaba
en un tiempo sin tiempo
- era inocente -
y seguramente ensayaba ciertas travesías,
verbos por la niebla con apariencia de sueño.
Entre todos los ángeles fue El Elegido
para uncir a los fuegos del Infierno.
Debió apremiar las sombras y ensayar hogueras,
aprender el incierto oficio de maldades.
Estaba
en un tiempo sin tiempo
- era inocente -
Y desertó de Yaveh , acatando su llamado.
Ahora lo nombran Lucifer,
el que nos ofrece el pecado,
Su Infierno, es el Infierno de Dios.
de María Amelia Diaz
57 años
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Tristeza
Vuelas incógnitas
Surges violenta
Rompes mi piedra
Tibia te ovillas
Sobre mi alfombra
Pides y clamas.
Nadie te escucha
Nadie te llama...
Cristales mojados
Oculto mi pena
En puños cerrados
Ya ni sueño…
Sólo… anhelo
Otra mañana… sin penas
Nubes muy blancas
Llenas de flores… se alejan.
Te tuerces…te estrujas.
Entraña vacía…
Tan mía...tan fría, sin luz.
Sin sol de mañana...
Tristeza...Qué sola...
Qué dura... Qué inmensa… Que mía.
Carcajadas…Avanzan...Avanzan
Arrastras la nada.
de Marìa Concepciòn Montenegro
PAIS DE ORIGEN: Argentina
EDAD: 57 años
Surges violenta
Rompes mi piedra
Tibia te ovillas
Sobre mi alfombra
Pides y clamas.
Nadie te escucha
Nadie te llama...
Cristales mojados
Oculto mi pena
En puños cerrados
Ya ni sueño…
Sólo… anhelo
Otra mañana… sin penas
Nubes muy blancas
Llenas de flores… se alejan.
Te tuerces…te estrujas.
Entraña vacía…
Tan mía...tan fría, sin luz.
Sin sol de mañana...
Tristeza...Qué sola...
Qué dura... Qué inmensa… Que mía.
Carcajadas…Avanzan...Avanzan
Arrastras la nada.
de Marìa Concepciòn Montenegro
PAIS DE ORIGEN: Argentina
EDAD: 57 años
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Convocatoria Letra Universal
El dolor es un mito
Tantos monstruos al cerrar la ventana,
comillas que el tiempo rumorea, repitiendo:
“Aquí ha pasado algo”
sino ¿Por qué la huella?
Dolor que vuelve mismo, equivalente,
sediento de envergadura.
Taciturno en su espacio busca el hiato
por donde redondear con su navaja,
meterle a fuerza miedo,
abrir el párpado,
mechar brazo y abrazo.
El dolor me recuerda al infinito:
tan vestido y desnudo,
dolor que no da cuenta,
vuelve vuelve a lo mismo
porque es dolor de siglos, deslenguado
y tiene los cuerpos y las ropas de la vida
para esconder sus permisos,
su nombre entero, su cansancio.
El dolor es un mito,
cada vez que le cuento las personas,
los días o qué caminos,
desamparo a mi género.
Mito que muerde la lengua…
El dolor es un punto inquebrantable
que no ingresa por el mundo,
no cabe puro,
se gesta en cada espuma de la mente,
se regenera, degenera y cede anestesiado.
Yo le llamo dolor porque no quiero
y nombrarlo ya es lucha, perdida de antemano.
Lacónico paseo que le doy cuando
lo traigo a este mundo parlante,
de las frases y lugares comunes.
El dolor refuta el clima de palabras,
con su impaciente retorno de otras cosas,
de las que no recuerdo sino imperfectamente
con colores y maneras y siluetas,
de las que me pregunto
y les ponen comillas los silencios,
comillas infinitas, solamente:
“Aquí ha pasado algo”.
de Seudónimo: Natalia Cuello
País de orígen: Argentina
Edad: 26 años
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comillas que el tiempo rumorea, repitiendo:
“Aquí ha pasado algo”
sino ¿Por qué la huella?
Dolor que vuelve mismo, equivalente,
sediento de envergadura.
Taciturno en su espacio busca el hiato
por donde redondear con su navaja,
meterle a fuerza miedo,
abrir el párpado,
mechar brazo y abrazo.
El dolor me recuerda al infinito:
tan vestido y desnudo,
dolor que no da cuenta,
vuelve vuelve a lo mismo
porque es dolor de siglos, deslenguado
y tiene los cuerpos y las ropas de la vida
para esconder sus permisos,
su nombre entero, su cansancio.
El dolor es un mito,
cada vez que le cuento las personas,
los días o qué caminos,
desamparo a mi género.
Mito que muerde la lengua…
El dolor es un punto inquebrantable
que no ingresa por el mundo,
no cabe puro,
se gesta en cada espuma de la mente,
se regenera, degenera y cede anestesiado.
Yo le llamo dolor porque no quiero
y nombrarlo ya es lucha, perdida de antemano.
Lacónico paseo que le doy cuando
lo traigo a este mundo parlante,
de las frases y lugares comunes.
El dolor refuta el clima de palabras,
con su impaciente retorno de otras cosas,
de las que no recuerdo sino imperfectamente
con colores y maneras y siluetas,
de las que me pregunto
y les ponen comillas los silencios,
comillas infinitas, solamente:
“Aquí ha pasado algo”.
de Seudónimo: Natalia Cuello
País de orígen: Argentina
Edad: 26 años
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Convocatoria Letra Universal
Mi Mayor Evita
El toque de diana reventó el dulce sueño de los agotados cuerpos que descansaban profundamente amodorrados en las alineadas literas de las cuatro compañías de infantería del personal de tropa hasta los dormitorios de la villa de oficiales en el Batallón 5to. Guayas; de la pesada noche que se extinguía finalmente interrumpida por el canto afinado de los gallos tenores, encaramados en lo alto de las ramas de los árboles frutales de las casas colindantes; de la guardia nocturna externa combinada entre personal antiguo y atolondrados reclutas, que entre cabeceos turdidos gesticulaban sordos y cansinos bostezos (los clases de menor grado, soldados y conscriptos antiguos dejaban a los reclutas la responsabilidad de la vigilia mientras ellos soñaban a ronquido partido o se iban de “vacile” con las peroleras nocturnas”).
La trompeta esparció por última vez su armonía marcial, anunciando que empezaba un nuevo día de trabajo, de instrucción de combate, de insultos mortificantes, de ¡carrera mar, animales! para luego ir –podridos de sudor- a tomar el desayuno con sabor a un espesoso concho de café pasado en un viejo e inservible colador que utilizaban sólo por costumbre los perezosos y obesos cocineros. Los panaderos, sudorosos, también se afanaban por entregar las decenas de panes que habían laborado la noche anterior encima de esas mesas patulecas por donde se disputaban a diario, los abundantes desperdicios de la faena, un hervidero de asquerosas cucarachas; ese era el preludio que se repetía comida tras comida. Era un asunto de locos lograr llegar a tiempo para alcanzar la comida del mediodía que se les atravesaba en la garganta con permanente sensación de vómito a los reclutas, pero el hambre apretaba la repulsión y poco a poco irían dominando su asco hasta tomarle gusto. Apenas si tenían tiempo para aprovechar los pocos nutrientes que degustaban, pues apresuradamente tenían que engullir la sopa caliente, el arroz caliente, la escuálida presa caliente y correr a los grifos de los largos lavabos a enjuagar con el chorro de agua las mantecosas vajillas que secaban en la tela de la camisa del mugriento y descolorido uniforme de campaña, mientras el clase de semana llamaba nuevamente a formación.
El toque de diana era como un bicho fastidioso que zumbaba en el pabellón auricular con necia insistencia, jodía, reventaba dentro del cerebro alterando la quietud del descanso. Fue entonces cuando comenzó el alboroto de la rutina diaria de las botas huérfanas; de las camisas estranguladas en nudos difíciles con lo que se distraían los centinelas al interior de las cuadras para no quedarse dormidos en sus rondas; de los ¡Putamadre, carajo! ¡Reclutas huevones, fifiriches! Que provenían del proverbial lenguaje militar del clase de semana que aprovechaba la confusión para repartir guachazos a diestra y siniestra; de la advertencia que caía con el golpe certero en cualquier parte del cuerpo ¡No regreses a mirar pendejo, hijo del burro! (¡A este me lo como afuera cuando salga de esta guevada! –El primer pensamiento que explota raudo en la psiquis del recluta- ¡Si, me lo como chucha! !Ya vas a ver...... cuando salga de esta guevada!).
Los conscriptos corrían apresuradamente en busca de la salida, atropellándose en esa hilera de apuro loco mientras terminaban de arreglar artísticamente -cual equilibristas- sus prendas militares, en la carrera.
Los reclutas de la compañía comando (nadie sabía porque se la llamaba de ese modo, pero en ella estaba el personal de varios servicios) se fueron alineando de acuerdo a su estatura y esperaron un poco más calmados ya, al clase de semana, mientras se refregaban los ojos enrojecidos, por última vez.
Un gordo alto, colorado, con bigotes chistosos y de cara maliciosa hizo su aparición, se ubicó frente de la hilera y empezó a ordenar ¡alinien... arrrrrrr, reclutas mal amansados, mamarachos! Y la hilera se movió como una serpiente asustada, contorneándose de un lado a otro, intentando la rigidez uniforme de una formación disciplinada ¡Atención... firrrr! Los cuerpos se templaron y los dedos de las manos apuntaron hacia el suelo como puntas de lanzas suspendidas. ¡Vista a la deeeeeeee re! Las cabezas hicieron un medio giro en dirección a los primeros hombres de las filas (algunos cuellos crujieron con el movimiento) mientras la odiosa voz del militar de cachetes rojos e inflados atronó nuevamente en el espacio ¡numeren... arrrrrrr!, Números veloces se desprendían de los labios de los reclutas... uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, ocho, nue... nue ¡vuelta la cuadra hijos del burro, carrera mar! Al tiempo que los cuadrúpedos se desbocaban en loca velocidad alrededor de la cuadra para cumplir con la orden del uniformado ganadero.
Una y otra vez fueron enviados a galopar alrededor de la compañía (cuadra), el sudor empezaba a despertar agrios olores en las axilas de los reclutas, corría desde las sienes en líneas profusas hacia el cuello, por entre sus partes íntimas, los empapaba. Una y otra vez obedecieron las mismas ordenes, acostumbrados, desde luego, a ese maltrato psicológico diario, llevando en el interior de sus pensamientos cada uno a su manera, la forma en como se desquitarían allá, afuera, “en la vida civil” todas las humillaciones recibidas (promesas personalisimas que jamás se cumplirían pues la costumbre mata la motivación y las excepciones eran mínimas). Por fin, el grasoso cachetón colorado dio la voz de mando de ¡a la deeeeré... marrrrrr! Y los reclutas hicieron un medio giro a la derecha en dirección al patio central.
La voz roncona del Mayor Evaristo Panchis, comandante encargado del Batallón, borracho de serranía, de páramo húmedo y de imponencia se prendió como un chispazo eléctrico en el naciente amanecer custodiado de un poderoso sol que ya empezaba a quemar.
“Eva”, así lo llamaban a escondidas los oficiales de menor grado, estaba sumamente furioso, tenía los ojos enrojecidos por la ira y su cholo mechón de pelo necio al estilo hitleriano se le venía hasta la mitad de la frente. Se podía notar con facilidad las gruesas venas que se le inflaban en el delgado cuello cuando empezó a gesticular después de la ceremonia del parte diario (Eva, le había dicho su histérica mujer, Evaaaa -justo a las dos de la mañana- hay un ruido extraño en la cocina –insistió tanto que Evaristo tuvo que levantarse, rastrillar la pistola de dotación y seguir el rastro del ruido hasta el descanso de la escalera de acceso a los pisos altos del condominio de oficiales, fue allí cuando, a través, de la puerta de rejas sorprendió al clase y al recluta de la guardia exterior nocturna profundamente dormidos bajo el almendro-, un gato callejero pasó sobándosele por el pijama, estuvo a punto de dispararle), miró en dirección de la tropa; la guardia nocturna de los dos últimos turnos había sido sorprendida en un dulce descanso. Su cuerpo maduro y entrado en años adquiría una rigidez máxima, se esmeraba en componer la figura militar, los brazos un tanto hacía atrás, las manos ubicadas a la altura de los muslos, el pecho firme y la barbilla formando un ángulo disciplinado. Parecía luchar contra un ataque de ansiedad poderoso, su impaciencia le desesperaba, con el ceño fruncido agilitaba la recepción del parte, la lectura de la contraseña del día, el informe de plaza y ascensos de soldados y clases para el fin del semestre (Evita, Evaaaaaa –cuando lo llamaba así sentía un tibio ardor en los testículos-, que mismo pasó mijo; apura, ven Evita que me estoy muriendo de miedo –le repitió una y otra vez-).
El centro del patio quedó desierto, los oficiales una vez terminado el parte regresaron al comando de sus compañías a esperar las ordenes de su comandante; la formación dibujaba una disciplinada U que ocupaba los tres cuartos del patio o plaza de partes y ceremonias castrenses. Los clases de menor grado, soldados, conscriptos antiguos y reclutas en actitud profundamente silenciosa parecían pegados al suelo, clavados, por un peso martillante, desesperante, que los estresaba hasta el colmo.
El Mayor Evaristo se adelantó unos pasos, lentamente, repasando con la mirada una y otra vez la formación de la tropa, se detuvo y empezó a exprimir un severo y confuso discurso militar, Que ¡yo recuerdo cuando era apenas un muchacho, uno de mis profesores decía que la disciplina y la letra entran con sangre y hoy reconozco que tenía mucha razón! ¡Reclutas mal amansados, hijos del burro, nenas, mariquitas muérganos! Y él sentía que esos imbéciles conceptos e insultos insulsos le eran recíprocos por parte de sus agredidos subordinados.
¡Mis soldaditos de plomo también “rucos” en la guardia, dando el mal ejemplo a esta tarea de inservibles mariquitas civiles!. Los reclutas murmuraban en voz baja, en sus pensamientos más íntimos ¡Tu madre! ¡Eva, Evitaaaa, viejo gorila maricón!
Panchis se ubicó justo en el centro de la plaza de ceremonias, asentó los puños sobre los costados de su cintura y ordenó poseso de ira a toda voz ¡Todos los clases mayores ubicarse detrás de estos costeños maricas hijos del burro! Algunos sargentos de la costa sintieron un cosquilleo insubordinado a dos cuartas del ombligo, pero al fin eran militares y había una orden que cumplir.
Parecía que todo estaba listo en ese mismo momento para convertirse en una pequeña mañana negra, de pronto un mensajero se acercó hasta el mayor para llevarle un comunicado ¡Solicito permiso mi Mayor para hablar! ¿Si, que deseas? –Respondió ásperamente Evaristo- ¡Con la novedad mi Mayor que tiene una llamada urgente en la P1! –Contestó el mensajero- ¡Esta bien; Capitán Huerta hágase cargo un momento, vaya suavizándomelos un poco que ya regreso! ¿Entendido? –Enfatizó- ¡Si mi Mayor! la mueca morbosa del oficial subalterno se dibujo en el rostro como una máscara diabólica, al responder.
¡Permiso, me retiro mi Mayor! –El mensajero saludo con la punta de los dedos en la visera del casco, espoleó las botas en un golpe seco y sonoro; dio un medio giro y salió disparado a su puesto de guardia-.
* * *
El Mayor –sumamente contrariado- se dirigió a la oficina comando para solucionar el pequeño contratiempo. Lo hizo muy rápido, apenas pasaron unos cuantos minutos. Ya de regreso, observó al comandante (encargado) como se deleitaba propinándole golpes de puño en la mejilla de un recluta ¡haz pucho, muérgano! –Le decía el capitán a su indefenso subordinado, mientras a este le corrían gruesos hilos de sangre por la comisura de los labios de los fuertes golpes asestados- (un odio profundo se revelaba en el interior impotente del joven recluta).
Conscriptos reclutas y antiguos empezaban a sentir nuevamente el meloso sudor que les empapaba la piel después de un par de vueltas por detrás de las compañías y las oficinas que rodeaban al patio de ceremonias del Batallón. De los lados de las cabezas blancas y rapadas supuraba un liquido lechoso de las llagas hechas por el sol canicular de la mayoría de los días.
¡Capitán Huerta! –Le dijo el mayor Evaristo- ¡Prepare al personal de inmediato! ¡A la orden mi Mayor! -respondió el malicioso oficial-
¡Alinien... arrrrrrr! – sonó la voz del capitán, como un trueno, en el silencioso espacio de las miradas y pensamientos sorprendidos del personal de tropa de las cuatro compañías-.
Cada compañía formaba con el oficial de semana a la cabeza, le seguía el clase de semana con un tablero con mango (en la mano) cubierto por una funda plástica a la medida, en el que se introducía la hoja de partes; los clases por orden de antigüedad, soldados y luego los conscriptos. En el momento de los partes (en el patio de ceremonias), el clase de semana se colocaba frente a la compañía para anotar las novedades del día, luego lo hacía llegar al oficial de semana que se encontraba tras de él y este a su vez se dirigía al mismo tiempo con los otros oficiales al centro superior del patio donde se hallaba el comandante del batallón (titular) para la recepción del parte.
¡Numeren arrrrrrr!.... ¡Uno, dos, tres, cuatro... cincuenta y cinco, cincuenta y seis, cincuenta y seis! -Se equivocó un recluta- ¡Bruto, tarado, sáquenle la madre! –Murmuraron una multitud de voces iracundas- ¡Vuelta a las compañías, muérganos, carrera marrrrrr! –Surgió la orden rabiosa de la boca del capitán Huerta- ¡Alinien... arrrrrrr! ¡Numeren... arrrrrrr! ¡Vuelta a la compañía Comando, carrera marrrrrr!.
Por fin hubo orden, el cansancio empezaba a manifestarse en los cuerpos cansados de los reclutas que en diez días más se convertirían en antiguos; pero eso no era todo, se venía algo más fuerte, ellos lo sabían en su interior (habían aprendido en esos cuatro meses a percibir), sin lugar a dudas, cuando la cosa se ponía muy fea.
El Mayor Evaristo también percibía el miedo, la rabia impotente, la fatiga, la desesperación que reinaba en el personal de tropa (con excepción de los Cabos primeros hasta los oficiales) y sentía que la adrenalina del poder lo estimulaba hasta la locura (el comandante titular, el teniente coronel Carlos García se encontraba con licencia de quince días, era una alma de Dios). Colocó las manos a la altura de la cintura, abrió un poco las piernas hasta formar un ángulo de cuarenta y cinco grados, escupió un par de veces y exclamó ¡Reclutas! ¡Ah, mis Reclutitas! Como si se tratase de una gran reflexión filosófica.
Había llegado el momento esperado (¡Eva, Evitaaaa, algo está haciendo ruido en la puerta del pasillo le había dicho su mujer a las dos de la mañana) en que los músculos de las piernas asumían una independencia total del cuerpo, temblaban, tiritaban. En el pensamiento miles de ideas disparatadas se arremolinaban ¿Qué nos irá a hacer este Evita? ¡Evitaaaa, tu madre que te parió, viejo maricón! ¡Eva, Evitaaaa, milico saco largo!
¡Trípode colocarse, muérganos reclutas! Las pobres cabezas rapadas se zambulleron en forma inmediata (los guachazos caían como lluvia en la demora) sobre las piedrecillas del piso que se incrustaban dolorosamente en el cuero cabelludo. La multitud de cabezas rapadas se movía de un lado a otro, buscando acomodo con el mechón sobreviviente de su cabello trasquilado, hasta quedarse sumisamente quietas; parecía que la sangre se convertía en un océano incontenible que buscaba salirse por los ojos, por la nariz, por las mejillas, por los sudorosos poros dilatados. En esa posición tenían la impresión de que las voces provenían desde un planeta distante; algunos cuerpos caían a los costados, encima de otros y volvían a la posición obligados por los latigazos de las varas con los que los azotaban los clases mayores.
¿Y ustedes soldados muérganos, que miran? ¡Vuelta al policlínico! ¡Vuelta a las oficinas comando! ¡Vuelta a la oficina comando! ¡Vuelta a la oficina de comunicaciones, carrera marrrrrr! -los soldados se iban de bruces, tropezaban en el tira y jala de la carrera con los cuerpos clavados de cabeza en el piso-.
Como se sufría en esa terrible posición, el rostro arropado de un rojo sanguíneo se templaba dolorosamente. Comenzó el relajo de los golpes traicioneros; de las puntas de las botas que chocaban contra los muslos firmes; que buscaban la suavidad de los flácidos estómagos de los pocos obesos reclutas; que se aplastaban contra cualquier parte del cuerpo empujándolos a cualquier lado en dirección del golpe; de los latigazos de las ramas que dejaban surcos de sangre en las abombadas carnes de algunos glúteos casi desnudos.
¡Ah, el trípode! ¡Evaristo, Eva, Evitaaaa, viejo muérgano, saco largoooo!
El dolor se hacía cada vez más intolerante, insoportable. El desmayo iba llenando el cerebro con un cansancio fatal, fatigoso, la voz del mayor vuelve a sonar ronca y burlona ¡Levantarse bellas durmientes! ¡Vuelta al policlínico, carrera marrrrrr! Y salieron como borrachos en loca carrera desde la saliente posición, pero con rabia, con ñufa, con ñeque, apretando los puños, gritando con el pensamiento ¡Serrano homosexual, Eva, Evitaaaa saco largo!. Sentían ganas de llorar interiormente esa impotencia que se encerraba pecho adentro con una dificultad maldita que les impedía la respiración normal, pero no se dejarían vencer ¡No, chucha, no!. Caían y levantaban del suelo, pies traicioneros aparecían de pronto y les cortaban el paso con salvaje violencia. Ya no había más reclutas, de allí en adelante no se lamentarían más; en esa mañana creció indudablemente su máxima hombría, ellos seguirían la tradición.
Así pasarían al Rancho, fuertes, agresivos; recordando a los débiles civiles que fueron, cuando bajaron desordenadamente desde los buses por primera vez hasta el patio militar.
* * *
Los buses militares y civiles fueron colocándose uno tras otro, la gritería de los jóvenes que venían a cumplir con el servicio militar obligatorio despertaba las huellas del ¡carrera marrrrrr!. Rostros felices, ingenuos o amalandrinados se asomaban con júbilo por las ventanillas, bromeándose, llamándose por sus chapas o alias, imaginando que aquella experiencia en las filas militares sería sumamente divertida.
Empezaron a bajar de los buses y fueron conducidos hasta el patio central, allí los recibió el Tnte. Coronel comandante del batallón, un hombre amable y disciplinado, blanco, alto de estatura, de dulces ojos verdes; les felicitó por su actitud cívica y delegó al capitán Huertas junto a un grupo de clases y soldados para que les indicaran las dependencias. Ellos (los reclutas) se sentían divinos, esto era buena nota; y mientras desfilaban, perceptiblemente ordenados, por las dependencias del batallón iban siendo interrogados ¿entendieron reclutas? ¡Sí! –Contestaban, con una afirmación displicente y monótona-. Al tiempo que las respuestas salían de sus gargantas inexpresivas y burlonas, un racimo de guachazos perceptiblemente molestosos que caían sobre sus cuellos acompañados de voces que los iban adaptando a la disciplina militar, les sugerían... se dice ¡Sí mi capitán, reclutas mal amansados! ¡Y todos hablan al unísono, civiles fifiriches!
La voz del tosco oficial preguntó socarronamente, por pura costumbre ¿Se encuentran a gusto, señores? Esta vez, la respuesta lejos de ser indiferente fue más bien temerosa y unísona pero aún débil ¡Sí mi capitán! Los guachazos volvieron a caer como lluvia torrencial sobre los desacostumbrados cuellos, la respuesta fue entonces explosiva, fuerte, ensordecedora ¡SÍ, MI CAPITÁN!
Muy pronto las cuadras se llenarían del olor pestilente a pezuña; a sudor hediondo; a maletas plagiadas; a bolsillos huérfanos; a almidón humano en las sabanas; a camisas estranguladas en nudos difíciles y a la desesperación irrefrenable de desertar; a ese deseo inevitable de que ¡me voy a largar un día de estos, porque ya no aguanto esta guevada!
* * *
¡Eva, Evitaaaa, contestó su mujer, al otro lado de la línea del teléfono, apenas tomó el auricular! El personal de tropa esperaba afuera, a unos metros de la oficina comando.
¿Eva, Evitaaaa, no estará castigando a los pobres reclutas, verdad que no mijo? ¡Verá mijo, le llamaba para recordarle que esta noche tenemos la reunón con esos de los Derechos Humanos...!
Evaristo asentó el auricular a un lado, hizo una seña cómplice al centinela y salió. La señora Panchis presintió (las mujeres tienen un afinado sexto sentido) que hablaba sola y empezó a llamarlo ¡Eva, Evitaaaa, contéstame! ¡No me dejes hablando sola; no seas pécora carajo! ¡Eva..... Evitaaaaaaaaaaaaaa!
¡Trípode colocarse, hijos del burro! ¡No faltaba más, reclutas muérganos! ¡A mi nadie me ordena que hacer! –Vociferó el Mayor-
¡Tú madrecita, milico mariconcito!........ -responde un pensamiento extenuado-
¡Eva, Evitaaaa, viejo pécora... maricón..... mandarina! –La saeta léxica de todos los reclutas emerge del contenido gris que está a punto de colapsar- !Evaristo, Evaaaa…… Evitaaaaaaaaaaaaaaaaaaa….. no seas tan putasssssssssss¡
de Seudonimo: Martín Relata
Página web: http://www.poetasypoesia.galeon.com
Huaquillas, El Oro, Ecuador
Edad: 45 años
La trompeta esparció por última vez su armonía marcial, anunciando que empezaba un nuevo día de trabajo, de instrucción de combate, de insultos mortificantes, de ¡carrera mar, animales! para luego ir –podridos de sudor- a tomar el desayuno con sabor a un espesoso concho de café pasado en un viejo e inservible colador que utilizaban sólo por costumbre los perezosos y obesos cocineros. Los panaderos, sudorosos, también se afanaban por entregar las decenas de panes que habían laborado la noche anterior encima de esas mesas patulecas por donde se disputaban a diario, los abundantes desperdicios de la faena, un hervidero de asquerosas cucarachas; ese era el preludio que se repetía comida tras comida. Era un asunto de locos lograr llegar a tiempo para alcanzar la comida del mediodía que se les atravesaba en la garganta con permanente sensación de vómito a los reclutas, pero el hambre apretaba la repulsión y poco a poco irían dominando su asco hasta tomarle gusto. Apenas si tenían tiempo para aprovechar los pocos nutrientes que degustaban, pues apresuradamente tenían que engullir la sopa caliente, el arroz caliente, la escuálida presa caliente y correr a los grifos de los largos lavabos a enjuagar con el chorro de agua las mantecosas vajillas que secaban en la tela de la camisa del mugriento y descolorido uniforme de campaña, mientras el clase de semana llamaba nuevamente a formación.
El toque de diana era como un bicho fastidioso que zumbaba en el pabellón auricular con necia insistencia, jodía, reventaba dentro del cerebro alterando la quietud del descanso. Fue entonces cuando comenzó el alboroto de la rutina diaria de las botas huérfanas; de las camisas estranguladas en nudos difíciles con lo que se distraían los centinelas al interior de las cuadras para no quedarse dormidos en sus rondas; de los ¡Putamadre, carajo! ¡Reclutas huevones, fifiriches! Que provenían del proverbial lenguaje militar del clase de semana que aprovechaba la confusión para repartir guachazos a diestra y siniestra; de la advertencia que caía con el golpe certero en cualquier parte del cuerpo ¡No regreses a mirar pendejo, hijo del burro! (¡A este me lo como afuera cuando salga de esta guevada! –El primer pensamiento que explota raudo en la psiquis del recluta- ¡Si, me lo como chucha! !Ya vas a ver...... cuando salga de esta guevada!).
Los conscriptos corrían apresuradamente en busca de la salida, atropellándose en esa hilera de apuro loco mientras terminaban de arreglar artísticamente -cual equilibristas- sus prendas militares, en la carrera.
Los reclutas de la compañía comando (nadie sabía porque se la llamaba de ese modo, pero en ella estaba el personal de varios servicios) se fueron alineando de acuerdo a su estatura y esperaron un poco más calmados ya, al clase de semana, mientras se refregaban los ojos enrojecidos, por última vez.
Un gordo alto, colorado, con bigotes chistosos y de cara maliciosa hizo su aparición, se ubicó frente de la hilera y empezó a ordenar ¡alinien... arrrrrrr, reclutas mal amansados, mamarachos! Y la hilera se movió como una serpiente asustada, contorneándose de un lado a otro, intentando la rigidez uniforme de una formación disciplinada ¡Atención... firrrr! Los cuerpos se templaron y los dedos de las manos apuntaron hacia el suelo como puntas de lanzas suspendidas. ¡Vista a la deeeeeeee re! Las cabezas hicieron un medio giro en dirección a los primeros hombres de las filas (algunos cuellos crujieron con el movimiento) mientras la odiosa voz del militar de cachetes rojos e inflados atronó nuevamente en el espacio ¡numeren... arrrrrrr!, Números veloces se desprendían de los labios de los reclutas... uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, ocho, nue... nue ¡vuelta la cuadra hijos del burro, carrera mar! Al tiempo que los cuadrúpedos se desbocaban en loca velocidad alrededor de la cuadra para cumplir con la orden del uniformado ganadero.
Una y otra vez fueron enviados a galopar alrededor de la compañía (cuadra), el sudor empezaba a despertar agrios olores en las axilas de los reclutas, corría desde las sienes en líneas profusas hacia el cuello, por entre sus partes íntimas, los empapaba. Una y otra vez obedecieron las mismas ordenes, acostumbrados, desde luego, a ese maltrato psicológico diario, llevando en el interior de sus pensamientos cada uno a su manera, la forma en como se desquitarían allá, afuera, “en la vida civil” todas las humillaciones recibidas (promesas personalisimas que jamás se cumplirían pues la costumbre mata la motivación y las excepciones eran mínimas). Por fin, el grasoso cachetón colorado dio la voz de mando de ¡a la deeeeré... marrrrrr! Y los reclutas hicieron un medio giro a la derecha en dirección al patio central.
La voz roncona del Mayor Evaristo Panchis, comandante encargado del Batallón, borracho de serranía, de páramo húmedo y de imponencia se prendió como un chispazo eléctrico en el naciente amanecer custodiado de un poderoso sol que ya empezaba a quemar.
“Eva”, así lo llamaban a escondidas los oficiales de menor grado, estaba sumamente furioso, tenía los ojos enrojecidos por la ira y su cholo mechón de pelo necio al estilo hitleriano se le venía hasta la mitad de la frente. Se podía notar con facilidad las gruesas venas que se le inflaban en el delgado cuello cuando empezó a gesticular después de la ceremonia del parte diario (Eva, le había dicho su histérica mujer, Evaaaa -justo a las dos de la mañana- hay un ruido extraño en la cocina –insistió tanto que Evaristo tuvo que levantarse, rastrillar la pistola de dotación y seguir el rastro del ruido hasta el descanso de la escalera de acceso a los pisos altos del condominio de oficiales, fue allí cuando, a través, de la puerta de rejas sorprendió al clase y al recluta de la guardia exterior nocturna profundamente dormidos bajo el almendro-, un gato callejero pasó sobándosele por el pijama, estuvo a punto de dispararle), miró en dirección de la tropa; la guardia nocturna de los dos últimos turnos había sido sorprendida en un dulce descanso. Su cuerpo maduro y entrado en años adquiría una rigidez máxima, se esmeraba en componer la figura militar, los brazos un tanto hacía atrás, las manos ubicadas a la altura de los muslos, el pecho firme y la barbilla formando un ángulo disciplinado. Parecía luchar contra un ataque de ansiedad poderoso, su impaciencia le desesperaba, con el ceño fruncido agilitaba la recepción del parte, la lectura de la contraseña del día, el informe de plaza y ascensos de soldados y clases para el fin del semestre (Evita, Evaaaaaa –cuando lo llamaba así sentía un tibio ardor en los testículos-, que mismo pasó mijo; apura, ven Evita que me estoy muriendo de miedo –le repitió una y otra vez-).
El centro del patio quedó desierto, los oficiales una vez terminado el parte regresaron al comando de sus compañías a esperar las ordenes de su comandante; la formación dibujaba una disciplinada U que ocupaba los tres cuartos del patio o plaza de partes y ceremonias castrenses. Los clases de menor grado, soldados, conscriptos antiguos y reclutas en actitud profundamente silenciosa parecían pegados al suelo, clavados, por un peso martillante, desesperante, que los estresaba hasta el colmo.
El Mayor Evaristo se adelantó unos pasos, lentamente, repasando con la mirada una y otra vez la formación de la tropa, se detuvo y empezó a exprimir un severo y confuso discurso militar, Que ¡yo recuerdo cuando era apenas un muchacho, uno de mis profesores decía que la disciplina y la letra entran con sangre y hoy reconozco que tenía mucha razón! ¡Reclutas mal amansados, hijos del burro, nenas, mariquitas muérganos! Y él sentía que esos imbéciles conceptos e insultos insulsos le eran recíprocos por parte de sus agredidos subordinados.
¡Mis soldaditos de plomo también “rucos” en la guardia, dando el mal ejemplo a esta tarea de inservibles mariquitas civiles!. Los reclutas murmuraban en voz baja, en sus pensamientos más íntimos ¡Tu madre! ¡Eva, Evitaaaa, viejo gorila maricón!
Panchis se ubicó justo en el centro de la plaza de ceremonias, asentó los puños sobre los costados de su cintura y ordenó poseso de ira a toda voz ¡Todos los clases mayores ubicarse detrás de estos costeños maricas hijos del burro! Algunos sargentos de la costa sintieron un cosquilleo insubordinado a dos cuartas del ombligo, pero al fin eran militares y había una orden que cumplir.
Parecía que todo estaba listo en ese mismo momento para convertirse en una pequeña mañana negra, de pronto un mensajero se acercó hasta el mayor para llevarle un comunicado ¡Solicito permiso mi Mayor para hablar! ¿Si, que deseas? –Respondió ásperamente Evaristo- ¡Con la novedad mi Mayor que tiene una llamada urgente en la P1! –Contestó el mensajero- ¡Esta bien; Capitán Huerta hágase cargo un momento, vaya suavizándomelos un poco que ya regreso! ¿Entendido? –Enfatizó- ¡Si mi Mayor! la mueca morbosa del oficial subalterno se dibujo en el rostro como una máscara diabólica, al responder.
¡Permiso, me retiro mi Mayor! –El mensajero saludo con la punta de los dedos en la visera del casco, espoleó las botas en un golpe seco y sonoro; dio un medio giro y salió disparado a su puesto de guardia-.
* * *
El Mayor –sumamente contrariado- se dirigió a la oficina comando para solucionar el pequeño contratiempo. Lo hizo muy rápido, apenas pasaron unos cuantos minutos. Ya de regreso, observó al comandante (encargado) como se deleitaba propinándole golpes de puño en la mejilla de un recluta ¡haz pucho, muérgano! –Le decía el capitán a su indefenso subordinado, mientras a este le corrían gruesos hilos de sangre por la comisura de los labios de los fuertes golpes asestados- (un odio profundo se revelaba en el interior impotente del joven recluta).
Conscriptos reclutas y antiguos empezaban a sentir nuevamente el meloso sudor que les empapaba la piel después de un par de vueltas por detrás de las compañías y las oficinas que rodeaban al patio de ceremonias del Batallón. De los lados de las cabezas blancas y rapadas supuraba un liquido lechoso de las llagas hechas por el sol canicular de la mayoría de los días.
¡Capitán Huerta! –Le dijo el mayor Evaristo- ¡Prepare al personal de inmediato! ¡A la orden mi Mayor! -respondió el malicioso oficial-
¡Alinien... arrrrrrr! – sonó la voz del capitán, como un trueno, en el silencioso espacio de las miradas y pensamientos sorprendidos del personal de tropa de las cuatro compañías-.
Cada compañía formaba con el oficial de semana a la cabeza, le seguía el clase de semana con un tablero con mango (en la mano) cubierto por una funda plástica a la medida, en el que se introducía la hoja de partes; los clases por orden de antigüedad, soldados y luego los conscriptos. En el momento de los partes (en el patio de ceremonias), el clase de semana se colocaba frente a la compañía para anotar las novedades del día, luego lo hacía llegar al oficial de semana que se encontraba tras de él y este a su vez se dirigía al mismo tiempo con los otros oficiales al centro superior del patio donde se hallaba el comandante del batallón (titular) para la recepción del parte.
¡Numeren arrrrrrr!.... ¡Uno, dos, tres, cuatro... cincuenta y cinco, cincuenta y seis, cincuenta y seis! -Se equivocó un recluta- ¡Bruto, tarado, sáquenle la madre! –Murmuraron una multitud de voces iracundas- ¡Vuelta a las compañías, muérganos, carrera marrrrrr! –Surgió la orden rabiosa de la boca del capitán Huerta- ¡Alinien... arrrrrrr! ¡Numeren... arrrrrrr! ¡Vuelta a la compañía Comando, carrera marrrrrr!.
Por fin hubo orden, el cansancio empezaba a manifestarse en los cuerpos cansados de los reclutas que en diez días más se convertirían en antiguos; pero eso no era todo, se venía algo más fuerte, ellos lo sabían en su interior (habían aprendido en esos cuatro meses a percibir), sin lugar a dudas, cuando la cosa se ponía muy fea.
El Mayor Evaristo también percibía el miedo, la rabia impotente, la fatiga, la desesperación que reinaba en el personal de tropa (con excepción de los Cabos primeros hasta los oficiales) y sentía que la adrenalina del poder lo estimulaba hasta la locura (el comandante titular, el teniente coronel Carlos García se encontraba con licencia de quince días, era una alma de Dios). Colocó las manos a la altura de la cintura, abrió un poco las piernas hasta formar un ángulo de cuarenta y cinco grados, escupió un par de veces y exclamó ¡Reclutas! ¡Ah, mis Reclutitas! Como si se tratase de una gran reflexión filosófica.
Había llegado el momento esperado (¡Eva, Evitaaaa, algo está haciendo ruido en la puerta del pasillo le había dicho su mujer a las dos de la mañana) en que los músculos de las piernas asumían una independencia total del cuerpo, temblaban, tiritaban. En el pensamiento miles de ideas disparatadas se arremolinaban ¿Qué nos irá a hacer este Evita? ¡Evitaaaa, tu madre que te parió, viejo maricón! ¡Eva, Evitaaaa, milico saco largo!
¡Trípode colocarse, muérganos reclutas! Las pobres cabezas rapadas se zambulleron en forma inmediata (los guachazos caían como lluvia en la demora) sobre las piedrecillas del piso que se incrustaban dolorosamente en el cuero cabelludo. La multitud de cabezas rapadas se movía de un lado a otro, buscando acomodo con el mechón sobreviviente de su cabello trasquilado, hasta quedarse sumisamente quietas; parecía que la sangre se convertía en un océano incontenible que buscaba salirse por los ojos, por la nariz, por las mejillas, por los sudorosos poros dilatados. En esa posición tenían la impresión de que las voces provenían desde un planeta distante; algunos cuerpos caían a los costados, encima de otros y volvían a la posición obligados por los latigazos de las varas con los que los azotaban los clases mayores.
¿Y ustedes soldados muérganos, que miran? ¡Vuelta al policlínico! ¡Vuelta a las oficinas comando! ¡Vuelta a la oficina comando! ¡Vuelta a la oficina de comunicaciones, carrera marrrrrr! -los soldados se iban de bruces, tropezaban en el tira y jala de la carrera con los cuerpos clavados de cabeza en el piso-.
Como se sufría en esa terrible posición, el rostro arropado de un rojo sanguíneo se templaba dolorosamente. Comenzó el relajo de los golpes traicioneros; de las puntas de las botas que chocaban contra los muslos firmes; que buscaban la suavidad de los flácidos estómagos de los pocos obesos reclutas; que se aplastaban contra cualquier parte del cuerpo empujándolos a cualquier lado en dirección del golpe; de los latigazos de las ramas que dejaban surcos de sangre en las abombadas carnes de algunos glúteos casi desnudos.
¡Ah, el trípode! ¡Evaristo, Eva, Evitaaaa, viejo muérgano, saco largoooo!
El dolor se hacía cada vez más intolerante, insoportable. El desmayo iba llenando el cerebro con un cansancio fatal, fatigoso, la voz del mayor vuelve a sonar ronca y burlona ¡Levantarse bellas durmientes! ¡Vuelta al policlínico, carrera marrrrrr! Y salieron como borrachos en loca carrera desde la saliente posición, pero con rabia, con ñufa, con ñeque, apretando los puños, gritando con el pensamiento ¡Serrano homosexual, Eva, Evitaaaa saco largo!. Sentían ganas de llorar interiormente esa impotencia que se encerraba pecho adentro con una dificultad maldita que les impedía la respiración normal, pero no se dejarían vencer ¡No, chucha, no!. Caían y levantaban del suelo, pies traicioneros aparecían de pronto y les cortaban el paso con salvaje violencia. Ya no había más reclutas, de allí en adelante no se lamentarían más; en esa mañana creció indudablemente su máxima hombría, ellos seguirían la tradición.
Así pasarían al Rancho, fuertes, agresivos; recordando a los débiles civiles que fueron, cuando bajaron desordenadamente desde los buses por primera vez hasta el patio militar.
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Los buses militares y civiles fueron colocándose uno tras otro, la gritería de los jóvenes que venían a cumplir con el servicio militar obligatorio despertaba las huellas del ¡carrera marrrrrr!. Rostros felices, ingenuos o amalandrinados se asomaban con júbilo por las ventanillas, bromeándose, llamándose por sus chapas o alias, imaginando que aquella experiencia en las filas militares sería sumamente divertida.
Empezaron a bajar de los buses y fueron conducidos hasta el patio central, allí los recibió el Tnte. Coronel comandante del batallón, un hombre amable y disciplinado, blanco, alto de estatura, de dulces ojos verdes; les felicitó por su actitud cívica y delegó al capitán Huertas junto a un grupo de clases y soldados para que les indicaran las dependencias. Ellos (los reclutas) se sentían divinos, esto era buena nota; y mientras desfilaban, perceptiblemente ordenados, por las dependencias del batallón iban siendo interrogados ¿entendieron reclutas? ¡Sí! –Contestaban, con una afirmación displicente y monótona-. Al tiempo que las respuestas salían de sus gargantas inexpresivas y burlonas, un racimo de guachazos perceptiblemente molestosos que caían sobre sus cuellos acompañados de voces que los iban adaptando a la disciplina militar, les sugerían... se dice ¡Sí mi capitán, reclutas mal amansados! ¡Y todos hablan al unísono, civiles fifiriches!
La voz del tosco oficial preguntó socarronamente, por pura costumbre ¿Se encuentran a gusto, señores? Esta vez, la respuesta lejos de ser indiferente fue más bien temerosa y unísona pero aún débil ¡Sí mi capitán! Los guachazos volvieron a caer como lluvia torrencial sobre los desacostumbrados cuellos, la respuesta fue entonces explosiva, fuerte, ensordecedora ¡SÍ, MI CAPITÁN!
Muy pronto las cuadras se llenarían del olor pestilente a pezuña; a sudor hediondo; a maletas plagiadas; a bolsillos huérfanos; a almidón humano en las sabanas; a camisas estranguladas en nudos difíciles y a la desesperación irrefrenable de desertar; a ese deseo inevitable de que ¡me voy a largar un día de estos, porque ya no aguanto esta guevada!
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¡Eva, Evitaaaa, contestó su mujer, al otro lado de la línea del teléfono, apenas tomó el auricular! El personal de tropa esperaba afuera, a unos metros de la oficina comando.
¿Eva, Evitaaaa, no estará castigando a los pobres reclutas, verdad que no mijo? ¡Verá mijo, le llamaba para recordarle que esta noche tenemos la reunón con esos de los Derechos Humanos...!
Evaristo asentó el auricular a un lado, hizo una seña cómplice al centinela y salió. La señora Panchis presintió (las mujeres tienen un afinado sexto sentido) que hablaba sola y empezó a llamarlo ¡Eva, Evitaaaa, contéstame! ¡No me dejes hablando sola; no seas pécora carajo! ¡Eva..... Evitaaaaaaaaaaaaaa!
¡Trípode colocarse, hijos del burro! ¡No faltaba más, reclutas muérganos! ¡A mi nadie me ordena que hacer! –Vociferó el Mayor-
¡Tú madrecita, milico mariconcito!........ -responde un pensamiento extenuado-
¡Eva, Evitaaaa, viejo pécora... maricón..... mandarina! –La saeta léxica de todos los reclutas emerge del contenido gris que está a punto de colapsar- !Evaristo, Evaaaa…… Evitaaaaaaaaaaaaaaaaaaa….. no seas tan putasssssssssss¡
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