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Me suicide un viernes

Preso de una disforia incontrolable y absorbente.
Intoxicado hasta los huesos en alcohol y opiáceos.

Un lamentable y trivial error me hizo escuchar la canción menos adecuada: “House of de Rising Sun” de Eric Burdon.

Desde adolescente fantaseaba con el tiro de gracia acompañado por esos arpegios tan simples y armoniosos. Imaginaba un viejo tocadiscos con el clásico y adictivo sonido a fritura mientras la púa danzaba circularmente sobre el vinilo, imaginaba estar frente a la ventana, escuchando y cargando las balas del arma.

A house.. in New Orleáns..

Apunte el cañón de la vieja 32 justo debajo de mi mandíbula, un punto medio entre el mentón y la nuez de Adán. Pensé... ¿Qué probabilidades habría de que esa bendita bala tuviese la voluntad suficiente como para atravesarme todo el cráneo, o... aun así, si lo lograba ¿Cuántos casos de intentos fallidos existen? ¿Cuántos vegetales en coma por haberlo hecho apresuradamente, sin tomarse el tiempo adecuado para el cálculo anatómico de una cuestión tan importante?

Decidí meter el cañón en mi boca y clavarlo bien firme en mi paladar. Ahora, ya no habría mandíbula que produjera algún terrible y fatal desvío de mi destino, seria una inserción explosiva en viaje directo al cerebro. ¡Seria perra la suerte que aun así me dejase con algún vestigio de existencia!

Disparé.

No hubo luz alguna; ni viejos familiares con los brazos abiertos. Ni siquiera una recepción de Dios rodeado de Ángeles melancólicos; tampoco estaba Lucifer ni sus aliados risueños y hambrientos.

Había leído que la famosa luz y sus alucinaciones posteriores se debían a un proceso químico del cerebro al dejar de recibir oxigeno. ¡Claro! ¿Como podría ver todo aquel espectáculo si había destrozado mi cerebro desparramándolo en matices grisáceos y rojizos por toda la habitación?

Lo que sucedió realmente, fue impredecible, al menos para mí.

Reencarne.

Pero no fue una típica reencarnación, simplemente ¡reencarne en mi mismo!

Me vi. sentado en un banco de la vieja plaza del barrio, mis manos lucían diferentes, mi aroma de adolescente junto con mis jeans deshilachados a la altura de las rodillas; y esa típica polera roja que usaba continuamente a los quince años; es que... ¡tenia quince años nuevamente!

¡Me volé los sesos a los treinta y tres y viaje hacia atrás dieciocho años! ¿Cuál era el significado de este viaje? Lo comprendí en menos de dos minutos.

Hurgue en el bolsillo de mi pantalón y encontré la receta del sedante que un medico me había recomendado en esa época; recordé, esperaba a mi primera novia en aquel banco de aquella plaza iluminada por el sol de otoño; lejos de la magia y el romance, nuestra tarde soleada con aroma de hojas secas, consistiría en una breve y silenciosa caminata rumbo a la farmacia mas cercana.

Me pregunte si de eso se trataba la muerte; de llevarte al punto exacto en el cual tu destino sin previo aviso te bifurca el camino y espera que decidas nuevamente sin saberlo; espera siniestramente tu paso en falso, el paso trivial que define tus próximos años.

Hice pedazos la receta, aguarde por aquel primer amor, cuando llego la bese con una experiencia atípica que la dejo sorprendida; caminamos juntos y mas enamorados de lo que nunca habíamos estado.

El famoso paraíso, suele presentarse de formas inesperadas. Al igual que la muerte.




de Diego Martín Rotondo
http://elcafemilagroso.blogspot.com/
País; Argentina
Edad: 34 años

1 comentario:

Anónimo dijo...

genial, increible...

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