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El Federico

"... Y hoy fue un día especial ¿vio?; un día distinto. De esos escasos en el año, en los cuales uno se llena de emoción y carga su alma de energía, aunque me queden pocas a esta altura. Es que, ¿sabe Marta?, uno ya no es un pibe, lleva una mochila en su espalda cargada de sucesos, de vivencias, alegrías, tristezas, que fue recogiendo a lo largo de la vida y ahora, de viejo, todo eso pesa ¿me entiende? Pero no importa, querida, porque siento que me esta volviendo la felicidad que había perdido por tantos años. Y eso es lo que vale"... Así, de esta manera, Don Jaime desde la cama en la habitación 14 del hogar San Ignacio, le explicaba la razón de su dicha a su enfermera; quien sentada a un costado no salía del asombro al ver al anciano tan feliz. Un rasgo poco frecuente de notar en su personalidad desde que llegó al geriátrico, menos aún luego de la muerte de Abdo, su compañero de pieza y fiel amigo de la infancia.
El responsable de todo ese bienestar en Jaime se llama Federico. No, no es el Fede Parneri, el autor, ayer, del gol en el ajustado 1-0 de Argentina ante Mozambique por los octavos de final del Mundial de Canadá. Tampoco es un niño como usted puede presumir; sino un tren. Si, leyó correctamente. El tren de larga distancia que después de 65 años volvió a transitar las vías del Urquiza uniendo Rojas con la estación Federico Lacroze, en Capital Federal... era motivo suficiente como para que Jaime se mostrara tan complacido, ya que este rojense es hijo de ferroviario, creció junto al tren y sufrió como pocos cuando le quitaron la vida suprimiendo sus viajes.
Toda la historia de este hombre estuvo estrechamente ligada a esa mole de hierro sobre rieles que, justamente hoy, sábado 10 de junio de 2058, tras décadas de desolación y soledad, volvió a visitar Rojas. Y Don Jaime, a pesar del frío y de sus 89 años, estuvo ahí, en la histórica estación del pueblo, paradito en el andén que tantas veces recorrió en su niñez, junto a miles de vecinos que se acercaron para darle la bienvenida al Federico en su regreso a estos pagos. Claro, su viejo compañero retoma el servicio de transporte de pasajeros para el bien de la ciudad, brindándole (entre otras cosas) trabajo a mucha gente y dibujándole una última sonrisa a Jaime, antes de dormirse.
Ya son casi las once de la noche, todos se han ido a la cama en este cálido hogar, incluyendo a Don Bruno y Delfina, quienes todas las noches se quedan un ratito chateando con sus primos de Gualeguaychú en la antigua computadora del living. La enfermera -como es habitual- apaga la luz y sale cautelosamente de la habitación al ver que el anciano había cerrado sus ojos. Dicen que los sueños traducen los propios miedos, los propios deseos; pero también las esperanzas y los recuerdos. Y Jaime comenzó a soñar...
- "Ché, loco,
acuérdense que cuando suena el pito del tren se termina el partido"- En el placentero descanso, comienzan a dar vueltas en su mente frases, gritos, que representan, de algún modo, la proximidad entre su mundo y el ferrocarril; llevándolo a diversas etapas de su vida. -"... Y que no vale fundir"-, aclaraba siempre el Galguito Forlino, antes que largue a rodar la pelota en los clásicos encuentros de fútbol "barrio contra barrio". Nosotros éramos La Loma y teníamos la canchita al lado del terraplén de la vía; por lo que el pitaso de la locomotora en su arribo a la ciudad, indicaba que el partido culminaba. El que iba ganando se quedaba con todas las botellas de Coca y Crush que habíamos comprado en una vaquita general.
Uhyy, ¡si habremos tomado gaseosa! El tema es que teníamos un equipazo, pero de los que se dice equipazo-equipazo, ¿eh?, y nunca perdíamos; menos si jugábamos en el potrero de la vía. Con el Galgo Forlino en el arco, que sí, era un poco "arrugón" pero hacía unas tapadas de otro planeta; los Melli Narváez en el fondo; el Cuchillo Gutiérrez en el medio; y la dupla, arriba, compuesta por el Turquito Abdo y yo (alias Diego Armando como me autobautizé ante el desacuerdo del grupo); arrasábamos.
Corría el verano de 1981, éramos una manga de pibes que solo nos importaba ganarle a barrio Progreso o al Centro los sábados. El tren era solo un referí para mí y mis amigos, aunque en realidad era mucho más que eso.
-"¡¡¡Juanca, arriba viejo, que se te va el tren!!!"-
...otra frase que retumba en el inconsciente de Don Jaime, que relata a sí mismo su vida en el propio sueño, como si ello le produjera goce alguno. Y vaya si lo lograba.
Mi viejo era maquinista y todos los lunes se levantaba a las tres para conducir el tren que salía a las cuatro para Lacroze. El grito de Helena, mi vieja, era inconfundible despertando no solo a papá, sino también a Marianito, mi hermano, y a mí; aunque nosotros contábamos con el privilegio de continuar durmiendo un rato más. Al viejo no lo veíamos hasta el viernes; allá se quedaba en la pensión ferroviaria ¡Cómo lo extrañábamos en la semana!, pero bueno, eran cuestiones de laburo y así nos hacía entender mamá.
A medida que fue transcurriendo el tiempo, me fui dando cuenta que el tren no significaba únicamente el bbbuuupfff que finalizaba los partidos del potrero. Era la fuente de trabajo en casa, lo que alimentaba a mi familia, a la del Turco y a muchas más en el barrio.
-" ¡¡¡Empanadas calentitas de Jaimitooo, la gran delicia del Federicooo!!!"- , ese era mi cantito preferido, si. Me acuerdo que subía al tren con la canasta preparada por la vieja, los 4 de diciembre rumbo a Salto. El día de Pancho Sierra la muchedumbre se agolpaba en la vecina localidad y yo, un muchacho en ese entonces, ayudaba a mi familia vendiendo cositas en ocasiones especiales como ésa. Tenía el viaje gratis si convidaba unas empanadas y allá, en Salto, seguro hacía el negocio. ¡Cuánta gente!, la cantidad de micros y autos no dejaba de impresionarme... Si hubiera existido el speeder en esa época.
Don Jaime inunda de añoranzas su profundo sueño. Practica una especie de balance de vida en un momento indudablemente marcado por la satisfacción; aunque no tuvo verdaderas intenciones de hacerlo si tenemos en cuenta su condición de dormido. Quizás un psicólogo podría explicarlo mejor ¿no?
Ahh, esa máquina me llevaba a todos lados... ¡A Italpark! Ya eramos grandulones con el Turco y el Galgo; pero igual, teníamos la excusa de llevarlo al Marianito, mi hermano menor. A decir verdad, la farra era de nosotros y allá nos comíamos cinco horas en el tren un par de veces al año para subir a esa montaña rusa... Y pensar que el Dani, el primo del Galgo, se bajaba en Villa Linch para ir a ver a Estudiantes de Buenos Aires. Nosotros todo el día en el parque y este coso se mandaba a la cancha a ver un partido de la "B" o de la "C"... ¿podés creer? Claro, el abuelo vivía en Caseros y lo hizo de Estudiantes. A la tardecita lo encontrábamos de vuelta en el tren, casi siempre con cara larga. El ni hablaba, pero parece que tenían un equipo de medio pelo y acostumbraban a perder.
Luego vinieron los estudios para ser maquinista, como el viejo, y nuevamente el Federico, firme, de transporte, como no podía ser de otro modo.
Adorable compañero: fuiste un juego en mi humilde infancia, un servicio en mi juventud y habías empezado a ser un trabajo en mi adultez, a la hora de criar mis propios hijos.
De repente, algo interrumpe sus agradables pensamientos y despierta sobresaltadamente al anciano. La sensación de angustia lo invade por completo y se manifiesta con el sudor humedeciendo la agrietada piel de su rostro. Es evidente, el dulce sueño se transformó en pesadilla al captar el terrible episodio de su despido, cuando suspendieron los viajes de larga distancia. "La empresa le comunica que prescindirá de su servicio a partir del 10 de diciembre" decía el telegrama que arruinó su vida.
-"Todo eso pasó; lo superé y hoy la realidad es otra"- susurra ahora, desvelado, Don Jaime, con voz tenue pero elocuente. Su mirada fija en las agujas fosforescentes del reloj que marcan las cuatro en punto, a un costado de la habitación 14 del hogar.
La historia del ferrocarril con relación a este pueblo es larga y es probable que muchos hayan compartido, al menos, parte de ella. Lo cierto es que a finales del siglo pasado, hace ya mucho tiempo, le dieron un durísimo golpe al Federico; un golpe de muerte, pero no lograron aniquilarlo del todo. Ayer resucitó con algunos cambios tecnológicos y retomó los extensos recorridos como en las viejas épocas. Ayer volvió a Rojas para reencontrarse con un amigo, superando una hiriente e infinita agonía que, por fortuna, no terminó como suelen terminar las agonías; dejando atrás un vacío doloroso que duró 65 años. Por eso, Don Jaime, que ya se dio vuelta en la antigua
y desgastada cama, recupera la sonrisa entre lágrimas. El típico gesto que delata a la felicidad en un tendal de melancolía.
Cuatro y diez de la madrugada. El frío viento de otoño se hace notar golpeando la persiana de la ventana; aunque el silencio de la noche es el principal protagonista de la escena en el desolado Hogar San Ignacio. Sin embargo, a lo lejos, se perciben aromas, sonidos que ya estaban olvidados; o mejor dicho, parecían sepultados por el inoxerable paso del tiempo y que se presentan como extrañas ante mucha gente, sobretodo a las últimas generaciones. Pero claro, no para Don Jaime.
Esos alegóricos sonidos en el corazón de la noche; todo ese clima emocionante se traduce en un apenas perceptible bbbuuuuppffff ... que provoca una última mueca en el viejo, a punto de caer en el abismo del sueño... ¿Se imagina qué puede ser?



Nombre autor: Luciano Cabezon
Nacionalidad: Argentino
Edad: 34 años


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