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Quise Besarla

Quise besarla… corrió su mejilla y conseguí la marca de sus dedos en mi mandíbula. ¡Carajo!, será otro día me dije con una sonrisa disimulando el ardor. Ella se iba altiva dejándome su mirada en ese espacio que había de sus cuatro pasos hasta mí. Me vuelve loco que haga eso.
Cayó un martes sin motivos por mi casa. Se veía hermosa y como lo esperaba no dijo perdón por el bife de la ultima vez. Entró a mi habitación sin pedir permiso como siempre lo hacía, y con esa sonrisa en su cara me pintó una mueca de sorpresa que me duró, si mal no recuerdo, hasta la madrugada, cuando por fin pude conseguir el sueño. Cuando venia de visita siempre me encontraba ordenando algo, no por iniciativa, mucho menos por ser pulcro; mi vieja solía decir que mi cuarto era un asco, y que si no lo encontraba limpio en su rutina me haría barrer el patio con ese ridículo delantal floreado que le regalé en su último cumpleaños. Debí haber elegido el mantel.
María solía hablar mucho, esa tarde sin embargo corrió con pocas palabras en su haber, creo que yo tenía más monedas que la cantidad de sus oraciones en una hora. Esperaba que dijera algo sobre el sacudon de su mano, por lo contrario, no le di el gusto y me tiré en mi cama con un libro que encontré debajo de la almohada. Ella se sentó a mis pies y miró aquel volumen viejísimo de una enciclopedia que le compré a un cartonero en la salada.
_ ¿De donde la sacaste?
_ Me la regaló mi abuela –mentí, y seguí haciéndome el interesado en aquel libro que había encontrado, aunque lo cierto es que solo pensaba en sus ojos, o en esa boca loca que moría por besar… me pregunté entonces que hubiera sido si hubiera robado su beso aquella tarde.
_ ¿Podès leerlo al revés?
_ ¿Qué?, ha, es que así me dijeron que uno puede aprender a asimilar mejor la trama– mentira otra vez, soy un idiota que no puede dejar de pensar en vos y que no presta ni un poquito de atención a nada cuando estas a tu lado. Como diablos me hubiera gustado gritarle eso.
Sonrió. Era inútil que mis mentiras fueran a encubrir mi estupidez. Ella sutilmente me miró con esos ojos verdes celosos, diciendo de alguna forma que era obvio que estaba pensando en ella. Siempre esa situación, la de su mirada en la mía, el tiempo un poco más lento, o eso es lo que imaginé.
Se acomodó un poco a mis pies, su mano tocó mi rodilla y los escalofríos no hicieron parada por mi cuerpo. Parecía una lavadora con agua fría. Me estremecí, luego intente disimular mis movimientos. Me volví una roca y creo que pudo notarlo.
_ ¿Que te pasa amor?, uppss….
Casi muero en aquella cama. Esas cuatro letras fueron a cultivar ilusiones en mi cabeza… si, se le escaparon… ¿y que?, ¿eso no es seguramente es un deseo reprimido en su interior?… el llamarme amor lo había estado deseando, es por eso, que no pudo retenerlo entre sus palabras y vino a florecer en mi cama… y para mi suerte, justo frente a mi.
_ Martín, tengo que irme- apuró nerviosa-, ahora que recuerdo tengo cosas importantes que hacer... después te llamo -salió entonces disparada por la puerta hacia el pasillo, y de ay hasta la puerta de entrada en el vestíbulo, desde allí a la vereda, y hasta su cama, en su casa, acostada y pensando en mi no pararía de correr. Así de tanto la conozco.
Hay veces en que sostengo la idea de que todo esto fue por azar, y es así que solo entonces puedo dormir. Se lo he dicho varias veces; eso de quitarme el sueño te hace revelar, no creas que siempre será así. Y de hecho así fue. Unos meses mas tarde su mirada tenía otras intenciones. Nada difícil de notar para alguien que no hace mas que observarle cada paso. ¿Obsesión?, ¿amor? ¿O a caso descuido de este idiota?
Desperté una mañana con ideas de besarla, creo que hace tres o cuatro meses, fue ese mi primer error, hubieran visto mi cara por aquellos días. Me habré reído un par de horas frente al espejo. Su llamado pidiendo disculpas me dio un motivo para intentarlo una y otra vez, me encantaba oírla dulcemente pidiendo perdón. No recuerdo cuando dejó de hacerlo.
María me amaba, eso lo tenía tan claro como sabido. Esquivándome los besos no llegaría a nada, mas bien sería su mano la que me buscaría en los meses siguientes un motivo para golpearme en cada oportunidad. Lo disfrutaba, eso creo, ¿pero la culpa entonces por que?
Solía pensar que los besos no llegan tan fáciles. Mi padre confirmo mis sospechas. Había intentado cuando joven robarle a mi madre un beso, y no contaba con que su futuro suegro lo observaba desde la ventana de su casa. Les aseguro que una sartén puede ser letal en tales circunstancias y sorprendentemente aerodinámica.
Cuando llamó, tres días después, yo estaba limpiando mi cuarto. Mi vieja pegó el grito y la escalera rechinido como tobogán; martín no hagas más eso-grito mamá-
_ ¿Podemos vernos hoy?, es un día hermoso. Tengo algo que contarte. ¿Donde? pregunté. En la plaza a las tres no me dejes tirada...
Que sol brillaba en aquella plaza. Pretendía imaginarme que solo brillaba por aquel encuentro, solo por nosotros. Una vez más sostenía la idea de que todo esto estaba desde algún punto premeditado. Entonces imaginé que intentaría besarla, y una vez más también, su mano, su frágil mano, se iría a estrellar contra mi cara.
Le florecían las flores a cada paso, o esa fue la primera de las impresiones que me dio al verla llegar desde la entrada sur. Vah..., siempre le florecían las flores, siempre que la observaba y en cada oportunidad que pudiera destacar su elegante y enniñada persona. No muy diferente a otras veces, aunque esta vez el sol arremetió contra su sombra. Un delgado icono de su figura aun más delgado que ella bailaba entre las hojas sueltas de este otoño temprano. Como no iba a enamorarme...
Todo parecía un juego para nosotros. Ninguno acepto comenzarlo, sin embargo de un día para el otro nos despertamos y de alguna forma las reglas ya estaban expuestas. Yo la amaría desde ese momento; ella, se dejaría amar y dejaría también coquetas muecas en mi papel de inocente amigo. No le diría nada, ella lo sabría y se encerraría en su rol de amiga que no pretende mucho más que un coqueteo de pocos motivos. En algún punto de este guión ella comenzó a quererme. Supongo que debí de interpretar demasiado bien mi papel.
Así siguió el juego, por aquellas horas, en la plaza, con ese bello día soleado, algo melancólico, algo premeditado a mi sentir, jugamos una vez más a los amigos que se aman.
_Quisiera ser un pez -llegó cantando- para mojar mi nariz en tu pecera... Nanana nanana... pasar la noche entera...en ti... -su versión, que por cierto, constaba de tarareos por olvidos de la letra, recorrió dulcemente mi rodilla, me pregunté entonces ¿por que mi rodilla? Supongo que habían quedado ecos de aquel roce aún en mi pierna.
Curiosamente no había más contacto físico entre nosotros dos más que su mano castigando mis impulsivos labios. En algún momento dejamos de ser niños, supongo, que entonces, su cuerpo comenzó a asomar los brotes de una madurez que llegó a seducirme poco a poco. En su pecho lograron la creación juvenil del deseo. Cosas con las que cada noche intentaba soñar... cada vez se volvió mas difícil acercarnos o por lo menos para mi intentar disimular que esa mirada deseosa de su cuerpo, de su boca, de su amor y los días frecuentes que potencialmente podría tenerla a mi lado al despertar; o despertar pensando en ella.
Cuando llegaba hasta a mi, enjardinando con sus pasos la plaza, me paré como haciendo reverencia a su saludo, lo había aprendido en algunos libros. Un rutinario y monótono hola escondía demasiado bien sus intenciones, y retejaba, así mismo las mías un poco mas intensas. Me floreció la cara con su saludo, con ese espejo que intentaba develar.
_Hay tanto que contarte martín –dijo-. Estos días pensé y pensé en, bueno, nosotros dos, en esto que nos esta pasando -por fin estaba oyendo lo que había querido oír durante tanto tiempo, como si las palabras las fuera escribiendo mi propio deseo dentro de su boca, ella replicaba mi cariño con esas pocas oraciones, claro que, sin la intención, o por lo menos hasta que dijo: Sabès que te quiero, que no puedo dejar de pensar que tu también me quieres, y que sin ti, también creo que lo sabes, no podría vivir... justo al corazón las palabras de su boca como gotas al mar. La miré, me miró, nos miramos... el tiempo arrinconaba nuestros sentimientos, sentí entonces ese nuevo impulso, por un momento me dije, basta, no encamines tu boca a un nuevo castigo, su beso es tan difícil, ella es tan difícil, su boca es tan difícil, nosotros somos tan difíciles. El universo, pensé, es tan difícil carajo... entones mi beso... su mejilla. Besé su mejilla. Y una vez mas su mano contra mi cara, y una mueca fugaz en su boca... su sonrisa fue mejor que cualquier beso.


de Danilo R. Roldàn
Página personal: www.todaviaestoyatiempo.blogspot.com

Buenos Aires, Argentina
edad: 18 años

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me cagué de risa!!!! Está fantástico!

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