Ismael entró en la vieja cuadra donde guardaba los antiguos aperos de
labranza y los útiles que todavía usaba de vez en cuando: las tijeras de
podar, el rastrillo de hierro, la pala, el azadón. La enorme sala estaba
fría y húmeda, sin el calor de los animales de otro tiempo. Un leve
escalofrío le hizo encogerse y toser. ¡Maldita tos!, murmuró. Fue
retocando las herramientas, sin moverlas demasiado, como queriendo
asegurarse de que todavía, a pesar de los años, seguían siendo útiles.
De un enorme arcón de madera, recompuesto por varios sitios con clavos
oxidados y trozos de hojalata, sacó un envoltorio de saco en el que
guardaba la motosierra.
Ismael le quitó la funda. La observó, pasó el dedo por la cadena y vio
que estaba polvorienta, la sacudió un poco y el polvo se le introdujo
en los bronquios. Ismael carraspeó y empezó a toser. ¡Maldita tos! .
La limpió con un trapo y la untó con aceite lubricante.
Tiró del cordón de arranque con energía y el motor se encendió al
momento.
—Y decía Pedro que era vieja, que ya no servía para nada —pensó.
Ismael se fue hacia el huerto donde estaban los árboles que iba a
podar.
Hacía frío aquella mañana. Había un sol pálido de invierno que apenas
si levantaba del horizonte y que no calentaba. Una brisa fresca del norte
hacía vibrar los matojos y se metía por los entresijos del cuerpo. Se
había puesto una gorra de orejeras y una bufanda de lana verde que le
tejió Luciana, su esposa, el mes anterior durante su estancia en el
hospital. Últimamente Ismael pasaba mucho más tiempo en el hospital que
en casa.
Ten cuidado —le había dicho Luciana— no vayas a sudar y te constipes de
nuevo y otra vez al hospital. ¿Por qué no te esperas? , pronto vendrá
Pedro y lo hará, tu ya no estás para esos trotes..
Es la época, mujer. Si se adelanta la primavera, las yemas brotarán
enseguida. Los hijos no se preocupan de nada masculló.
Dejó el motor al ralentí y se metió en el huerto. Se acercó a uno de los
manzanos que tenía que podar. Se detuvo ante él. Lo miró y quedó un
momento pensativo.
Al intentar cortar la primera rama la motosierra quedó enganchada en la
madera y empezó a soltar un humo negro por el escape hasta que se paró.
Ismael forcejeó para desclavarla, pero el esfuerzo le hizo toser y
soltar la empuñadura. La motosierra se cayó al suelo y se le salió la
cadena. .
Ismael tosió de nuevo ¡Maldita tos!. Recogió la máquina del suelo,
recompuso como pudo la cadena y tiró otra vez del cordón de arranque, el
motor hizo intención de ponerse en marcha, “carraspeó” un poco y se
detuvo. Ismael volvió a tirar una tercera vez y una cuarta y empezó a
sudar. Se le desató una tos asmática y la motosierra siguió sin
funcionar.
¡Maldita tos, malditos cachivaches y maldita vejez! dijo entre toses
Ismael . Dejó la motosierra en el suelo y con paso vacilante se fue al
interior de la casa. Se sentó al lado de la estufa y pidió a Luciana
que le trajera el spray con los aerosoles y el mando del televisor, Esa
tarde la corrida era de rejones.
Autor: José Alberto Clemente Maroto.
50 años
Alcobendas, Madrid, España
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