Encamado, el enfermo balbuceó sonriendo tras la ceguera que encubrían sus enormes gafas de pasta negra:
-¡Déjaselo bien claro a estos señores! ¡O podemos meter una vaca en la habitación o yo me vuelvo con tu madre!
Marina repitió en voz alta la última frase de su tío. Desconcertada, marcó una mueca de sorpresa y se dirigió a los presentes:
-No lo entiendo, caballeros. De veras que no lo entiendo. Antes de que llegaran…
-Parafraseaste perfectamente, hija. A todos nos pareció entender lo mismo –afirmó el viejo doctor de la familia guardando el estetoscopio en su maletín.
Uno a uno, los visitantes abandonaron cabizbajos la habitación. Estaba claro, su mente privilegiada acababa de sucumbir al irremediable curso de la enfermedad.
-¡Pobre Papini! -decían unos-. Ya no es sólo la parálisis…
-Es una pena. ¡Con lo que fue! –se lamentaron los otros.
Censurándole, su sobrina le habló bajito:
-Tío Giovanni, ¿qué pretendes?
Entreabriendo con dificultad su boca deforme, Giovanni Papini balbuceó sonriente:
-¿Ya se fueron? Te guiñé el ojo metafóricamente. No te enfades. Quería estar a solas contigo. ¡Estábamos tan a gusto antes de que llegara toda esa gente!
de Rubén Martín
España
34 años
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