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El Camino

La estaba viendo venir por un camino que ella jamás había tomado antes. En realidad, se trataba de la misma calle, sólo que estaba caminando por el extremo contrario al que había tomado desde siempre.


Aunque ella nunca había dado muestras de apreciar las flores, él había comprado un matojillo con una salpicaduras de azahar y jazmín; las flores que a él más le gustaban, desde siempre. Hundió la nariz en la melena del ramo, no entre las flores; entre los hierbajos, para no estropear los capullos. Conectó su concentración en el aroma. Al principio, claro, sólo hubo el choque agradable del olor y algún recuerdo que se glosaba en esta fragancia, pero luego, una sensación uniforme le absorbió, y dejó de fijarse en el ruido de los coches, en los sonidos de pasos picando en la acera... Había relacionado su alma, utilizando la nariz, con esa pequeña primavera compactada en un matojillo de azahares y jazmines que lo envolvían, ahuyentándolo por un momento de todo su alrededor, sumergiéndolo en un estado plano, que le ayudaba a pensar más pura y más sagazmente. Las flores emanaban concentración.


Y pensó; pensó que había pensado mal. Que, seguramente, lo que él había fantaseado que sería un encuentro para que ella lo perdonara, iba a ser un encuentro en el que ella le iba a explicar cuánto le había cambiado la vida. Ella venía ya hacia él, venía desde una dirección distinta a la de siempre, distinta a la que él le conocía. Él, si hubiera sido posible, hubiera querido arrojar su olor a colonia a la basura. Un autobús resopló y se paró frente a sus pies, como si hubiera sido un perro gigantescamente rojo y viejo al que él hubiera llamado.


-Anda ya, me voy -se dijo.


Se acercó a la papelera que tenía al lado, miró dentro: periódicos de ésos gratis que reparten en el metro y envoltorios de plástico que envuelven la merienda de los críos.


-Pues aquí mismo -volvió a decirse.


Se montó en el perro gigantescamente rojo y viejo, un perro que parecía especialmente adiestrado para salir corriendo antes de que ella llegara.


Ella, que siempre caminaba distraída mirando al suelo o concentrada en la música que escuchaba, llegó sin haberse enterado de nada y le estuvo esperando un rato. Como vio que no venía, se aburrió y decidió cambiar de chicle, cuando iba a escupirlo sobre la papelera, se dio cuenta de que alguien la había convertido en una lápida, tan llena estaba de flores.



de Iván Legrán Bizarro
23 años
España, Barcelona.



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