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De noche viene Mireya con su soledad

Mireya es un muchacho de veintiocho años, alto y con una larga cabellera rojiza, que sale todos los días a las seis y media de la tarde a trabajar. A veces también hace de peluquero en el salón de belleza de unas amigas como él, en nuestro barrio. Vive de arriendo en el piso bajo de la casa de mi abuela, frente a la nuestra. Mi abuelito lo llama «señorita», pero Mireya sabe que mi abuelo dice esas cosas por respeto.
Mireya tiene un compañero estilista que es amiga de mi madre y que a veces viene a casa para cortarme el cabello. Yo, que soy joven, trato de no hablar con ella durante las sesiones de peluquería por orden de mi madre y por ignorar cuál es el género que mejor le cuadra, «él» o «ella». Algunos dicen que Mireya y su compañero (la estilista) son gente peligrosa porque cuando pelean le desfiguran el rostro a sus adversarios. Quizá sólo son mitos, como la historia del hermafrodita asesino.
La estilista, es decir Aldemar, suele ser muy respetuosa con mi madre y mis abuelos, a los que llama «padrecitos». Mireya, por su parte, en ocasiones trae alguna degustación de los manjares que prepara para Aldemar y para él. Casi siempre se le ve rodeado de amigas y se siente orgulloso de su nombre, el cual le fue puesto por el primer novio de la adolescencia, dice él que en honor de un libro de poesía. «Es lo más bonito que tengo», afirma. «Cuando muera esa será la única marca sobre el ataúd.»
Aunque sospecho cuál es su ocupación nocturna, me llama la atención que jamás faltaba al empleo. Tampoco sé a qué hora regresa. En general, son buenas vecinas de la familia.
Es difícil pensar que una persona así pueda estar metida en líos por su condición. Mi madre advirtió el peligro que corre Mireya. En días recientes se ha desatado en la ciudad una persecución hacia los homosexuales que ejercen la prostitución en las calles de la ciudad. Varios han sido asesinados. Aún así Mireya sale todos los días puntualmente, con sus vestidos de colores, bamboleando la cartera y canturreando las baladas de Gigiola Cinquetti, algo que la convierte en el ser más pintoresco del barrio. Aunque mi madre ha hablado con Mireya para que deje el trabajo por un tiempo, ella se resiste y protesta diciendo que nadie se muere la víspera, que los travestis asesinados tenían deudas con la policía o con las putas, y que si le llega el turno ella sabe cómo defenderse.
En la juventud el universo es todavía un concepto demasiado vago, indefinido y pequeño (mi madre dice que es mejor así debido a mi problema mental). Mi universo se reduce a unos cuantos barrios de la ciudad y a unas cuantas experiencias con leyes simples como la vida de familia, el juego o el colegio. Pero mi verdadero entorno, aquello que yo puedo denominar «mi universo», son los corredores oscuros de mi casa y las cuadras que rodean el barrio. Allí he aprendido a soñar y a jugar. El universo de Mireya es más amplio y, por ende, con leyes difíciles de entender. Algún elemento misterioso del azar o del destino determina que universos paralelos tan diferentes se crucen.
Una noche cualquiera Mireya sale en busca de trabajo, pero no regresa. Aldemar irrumpe en la mañana con la noticia, cuando descubre que no ha venido a descansar como de costumbre. La buscan por todas partes pero es inútil. El único que guarda esperanzas es Aldemar, que se aferra a una imagen de la Virgen del Carmen que mi madre tiene en la habitación, pidiéndole el milagro de devolvérsela con vida. La Virgen ya la ha cuidado demasiado.
Ha pasado una semana sin noticias sobre su paradero, sólo queda la ilusión de recuperar el cuerpo. La han buscado en los hospitales, en las estaciones de policía, en la morgue. Las autoridades, ante la denuncia de la desaparición, han investigado las vías de acceso a la ciudad, las riberas del río y los parques.
Es viernes por la mañana, una mañana lluviosa y gris; no he tenido clase. Han pasado dos semanas después del suceso. Cruzo los límites imaginarios de mi universo para ir al otro extremo de la ciudad. En el trayecto paso frente a la estación de bomberos, uno de los lugares que más fascinación me despiertan. Cercanas a la estación funcionan algunas salas funerarias. Al estar frente a una de ellas, llevado por el recuerdo de los corredores de mi casa, decido conocer esos objetos que tanto temor me producen desde la muerte de mi padre, acaecida años atrás. Una extraña lógica hace que en la primera funeraria a la que ingreso me encuentre con el ataúd de un cadáver que está siendo velado desde la noche anterior. No sé si por tratarse de una funeraria pobre o por el hecho de que la muerte es una realidad individual, la sala está habitada sólo por el difunto. Me acerco. Por la ventanita de la caja alcanzo a divisar el rostro de una persona de labios amplios y delineados, las comisuras de la boca ajadas, la nariz fina y las cejas muy estrechas, como pintadas por un pincel. Aunque los rasgos se distinguen sin dificultad, revela hematomas verdes y morados en varias partes del rostro y del cuello, sobre todo en los pómulos, así como cortes de arma blanca. Cuando detallo la parte superior de la cabeza reconozco el inconfundible color rojizo del cabello de mi vecino con nombre de mujer.
Debajo del féretro hay una corona de rosas, simple como la superficie del ataúd, cruzada por una cinta morada. No hay ningún nombre.



de Miguel Páez
35 años
Colombia

Este relato pertenece a una compilación de cuentos inéditos titulado "Música de piano para gatos nostálgicos y otros relatos".

MIGUEL PÁEZ. Ibagué (1973). Licenciatura en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Se ha desempeñado como docente de Humanidades desde 1999 en el Colegio San Juan Bosco de Cali. Finalista del concurso de Poesía del Valle del Cauca 2007. Jurado en el Concurso Letra Joven de la ciudad de Cartagena (2007 y 2008). Finalista en el concurso Así escribo mi ciudad de la Editorial Grafein, con el cuento “El fantasma de Corinto” (2007). Su poemario “Cristal y Sombra” fue elegido entre los mejores de la convocatoria realizada por la Editorial Nuevo Ser (Buenos Aires, 2008). Algunos de sus cuentos y poesías han sido publicados en la revista de la UPB (Medellín, 1997-98). Trabajos publicados: Narraciones (2007) y el libro de poesía Árbol de la Noche (2008). Inéditos: Resurrección (Novela) y el libro de ensayos literarios Pasión y asombro.



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2 comentarios:

Sara dijo...

Me parece un cuento fascinante que trata una realidad que afecta el mundo ya que no hay respeto por las diferencias sexuales de las personas. Me encanta la forma en que està narrado y como van sucediando las cosas, lo que no entiendo es si el niño lo viò de verdad o solo se lo imaginò.

Anónimo dijo...

ME PARECE UN CUENTO ESPECTACULAR PUES NOS TRASLADA A UN MUNDO QUE HEMOS EMPEZADO A VER CON INDIFERENCIA Y NOS HEMOS VUELTO INSENSIBLES ANTE ESTA CRUDA REALIDAD QUE SIN SABERLO NOS AFECTA DIRECTA E INDIRECTANENTE A TODOS

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