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El retrato de Toño

El cuerpo rígido, a primera vista daba la impresión de ser un muñeco acurrucado sobre un colchón. Tenía la boca exageradamente abierta. Parecía haberse congelado así, en una mueca de protesta ante la intromisión de aquél pájaro negro.


Nunca se supo por donde entró, pero de alguna manera el cuervo estaba allí, posado sobre el pecho de Toño picoteando lo que quedaba de su ojo derecho dentro de la cuenca oscura y casi vacía.


Dios, desde un cuadro sin cristal colgaba sobre la cabecera de la cama. Se sujetaba el corazón mientras observaba el monótono trabajo del cuervo. El brazo derecho de Toño colgaba a un costado de la cama con la mano abierta casi tocando unos botines negros, como si su intención fuera agarrar uno de ellos para espantar al terrible destripador. Sobre la mesita de noche próximo al camastro, una botella de moscatel, un vaso a medio llenar y un ejemplar corroído de Madame Bovarie. El cuervo introdujo su afilado pico en la boca abierta de Toño. La lengua pareció moverse. El pájaro aterrorizado huyó por la ventana; no le estaba permitido ingerir desechos humanos hasta que la vida se ausentara de ellos.


Toño formaba parte de esa comunidad invisible que sobrevive día a día las calles de Nueva York. Con excepción de aquél cuervo, nadie en los últimos años, había tomado en serio su presencia ni la de otros cientos que pululan los barrios bajos de manhattan. Aunque hay que admitir que en ocasiones el tema de la escoria daba lugar a apasionantes discusiones en los emporios de la gran ciudad sobre un taza de café y un croissant con queso.


Ser parte del desecho humano nunca fue un enigma para Toño. Mucho antes de la visita del cuervo ya había muerto en vida.


de Seudónimo: Wisepapa
Oviedo, España



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