Creneas y Pegeas fueron durante años las sombras de dos amigas de infancia que compartieron escuela, juegos, secretos y paseos hasta el momento en que eligieron diferentes futuras carreras. El hecho de concurrir a distintas universidades, más el tiempo requerido para el estudio fue espaciando los encuentros hasta entonces tan asiduos. Pero sus sombras se habían hecho muy amigas y no deseaban separarse. Habían pasado tantos años juntas, disfrutado tantas horas compartiendo el verdor del parque mientras las chicas charlaban tiradas en el pasto frente a la fuente o sentadas en un banco bajo algún frondoso, añejo árbol.
Las sombras escucharon, aprendieron, crecieron y se asombraron juntas. Conocieron la alegría, la tristeza, la preocupación, el amor, el odio, en fin, todos los sentimientos humanos, habiendo sido mudos testigos de aquella larga y profunda amistad. Hasta tomaron sus nombres de una conversación: la joven de familia griega, un día contó a su amiga acerca de las náyades, ninfas asociadas a las aguas dulces en la mitología griega. Cuando escucharon esos dos nombres entre otros, las sombras se miraron y sonrieron: Creneas era la náyade de las fuentes y Pegeas de los manantiales. Jamás habían escuchado esos nombres, ni en el parque ni los patios de recreo. Y los adoptaron con entusiasmo.
Lo que las sombras ignoraban era la vulnerabilidad de los sentimientos humanos muchas veces supeditados a las circunstancias y los tiempos. Por eso jamás habían imaginado la posibilidad de un paulatino distanciamiento entre aquellas dos intimas amigas.
Contrariadas por aquella inesperada incipiente separación un día decidieron desprenderse de sus dueñas.
Por supuesto se quedaron a vivir en aquel parque que tan bien conocían y amaban, mezclándose con personas de todas las edades: niños jugando a la pelota o andando en bicicleta, adolescentes abrazados, ancianos sentados en un banco leyendo o simplemente disfrutando la calidez del los rayos solares. De noche se refugiaban en la redonda y techada pérgola ubicada en el centro del parque.
Al principio extrañaban a sus viejas dueñas; hasta se sentían algo perdidas. Empezaron ubicándose tras las sombras de otras personas, pero muy pronto descubrieron las delicias de la libertad, la posibilidad de desplazarse a su antojo e independientemente por todo el parque.
Creneas y Pegeas siguen vagando por ahí, ya que mientras exista el sol ellas siempre estarán.
Han pasado años desde su elegido desprendimiento.
Nadie las vio nunca en la oscuridad nocturna. Pero los cuidadores del parque jamás entendieron cómo en la pérgola aparecen dos improvisados lechos de ramas al amanecer.
Por el barrio corre una leyenda acerca de dos sombras: que suelen correr, saltar y hasta bailar por el parque en pleno día. Las llaman “los fantasmas del parque”. Ellas se ríen porque la gente no conoce sus nombres: Creneas y Pegeas.
Por otro lado, las dos jóvenes terminaron sus respectivas carreras y se casaron continuando con sus vidas por separado. Casi lo único que tienen en común actualmente es aquel inevitable y sorprendido comentario de algún conocido o amigo observador:
- ¡Qué extraño! Vos no hacés sombra. Vení, parate al lado mío ¿Ves que no tenés sombra?
María Rita Gil
Nacionalidad: argentina
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