Cuando ella lo rechazó, se marchó lejos, muy lejos, demasiado lejos. No había transcurrido ni una semana, cuando la mujer empezó a añorar la presencia del ausente, el síntoma inequívoco de que su rechazo había sido un lamentable error, tal vez el más grande de su vida. Al amanecer del octavo día, emprendió la búsqueda a ciegas. Como no tenía ni la más remota idea de hacia dónde se había ido su enamorado, la mujer se limitó a caminar de un lado a otro, esperanzada de que, en un golpe de fortuna, sus pies encontraran el camino que conducía hasta él. Al caer la tarde, se detuvo a reponer fuerzas en la glorieta de un pueblo pequeño. Sentada junto a una fuente, pensando en el amor perdido mientras mordisqueaba una manzana, sus ojos se llenaron de lágrimas.
-¿Qué te ocurre, mujer? –le preguntó una anciana que, apoyada en un bastón, daba vueltas en torno a la glorieta.
-He perdido al amor y no sé dónde buscarlo.
-¿El amor te ama?
-Hace unos días, sí; ahora, no lo sé. Lo rechacé porque, idiota de mí, creía que no lo amaba.
-Si él te quiere, lo encontrarás.
-¿Cómo?
-Déjate guiar por la brújula del amor.
-¿Qué brújula es esa?
La anciana se llevó la mano al pecho.
-La del corazón. Camina, y el corazón te guiará.
-¿Y qué hago cuando llegue a un cruce de caminos?
-Escucha el latido de tu corazón, y sabrás qué dirección tomar.
La mujer agradeció a la anciana su ayuda, dio otro par de mordiscos a la manzana y reanudó la marcha con la mano en el pecho. Latido a latido, fue aproximándose a una laguna. Allí, su corazón incrementó con frenesí sus palpitaciones. Alguien la miraba desde el fondo. Era un hermoso pez. La mujer, sin pensárselo dos veces, empujada por su aliento vital, se desvistió y se arrojó al agua desnuda, tal y como había venido al mundo.
Al día siguiente, la anciana de la glorieta, apoyada en su bastón, se acercó al borde de la laguna. Si el corazón la había guiado hasta allí, tendría sus motivos, pero ¿cuáles serían? Iba a volver sobre sus pasos, cuando el viejo corazón la detuvo en seco con un latido espectacular, impropio de sus ochenta y tantos años. En la laguna estaba la respuesta. La mujer se caló las gafas para la miopía justo a tiempo de ver pasar ante sus atónitos ojos a una pareja de hermosos peces; se deslizaban muy juntos, como si temiesen separarse. “El amor es inmortal”, se dijo la anciana mientras se desnudaba con parsimonia.
AUTOR: Salvador Robles Miras
España
51 años
1 comentario:
¡Qué estupendo relato! Si las palabras que nos brinda el autor nos dicen muchas cosas, más aún lo hacen entre líneas.
El Amor, la mágica palabra que todo lo puede en la distancia y en el tiempo, se viste de gala en esta narración plena de ternura.
¡Felicitaciones!
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