En Lota, pueblo minero de la provincia de Concepción, nace Baldomero Lillo Figueroa el 6 de enero de 1867, sus padres fueron José Nazario Lillo Mendoza y Mercedes Figueroa. El matrimonio tuvo ocho hijos: Filomena (1865), Fernando (1869), Samuel (1870), Emilio (1871), Leonor (1873), Eduardo (1875), Elvira (1876); Samuel, Fernando y Emilio tenían inclinaciones literarias. Su madre enseñó a los hijos las primeras letras.
Sus primeros años de estudio los cursó en una escuelita mixta de Bucalebu y, posteriormente, en 1883 al trasladarse la familia a Lebu, ingresó al Liceo, donde cursó hasta segundo año Humanidades; su hermano Samuel recuerda que «Lebu era un pueblo recién fundado, rodeado de árboles naturales de la región, no plantados por el hombre. Vivíamos al pie de la montaña. (...) En el liceo; Baldomero nunca pudo hacer estudios regulares. Pasó ramos sueltos». Allí leyó el Quijote, Martín Rivas, Julio Verne, además de los chilenos Ramón Pacheco, Liborio Brebia, Vicuña Mackena, Martín Palma, Barros Arana. Seguramente su salud precaria -padeció de tos convulsiva-, unida a una falta de interés por los estudios convencionales lo hacen abondonar el liceo y comenzar a trabajar como dependiente de una pulpería, «La Quincena» de la Compañía de Lota. Al fallecer su padre en 1895 le correspondió asumir la responsabilidad de mantener a su familia, trabaja como jefe de una pulpería en el Buen Retiro, establecimiento carbonífero, ubicado en los alrededores de Coronel; esta experiencia laboral le permitió observar y conocer de primera fuente las precarias condiciones en que vivían los mineros, como se refleja en algunos de sus relatos, sobre todo en «Tienda y trastienda».
Su inclinación por la literatura la habría heredado tal vez de su padre, don José Nazario, quien seducido por la noticia del oro de California se desplazó hasta las riberas del río Sacramento; a su regreso en su equipaje no traía el tan anhelado metal amarillo, pero a cambio de éste cargaba las experiencias vividas, los lugares visitados y la curiosidad que despertaban sus relatos de las historias oídas en aquellos parajes. Se dice que es muy probable que él haya leído a sus hijos los cuentos de Bret Harte que evocaban el «Gold Rush», estos relatos ficticios mezclados con las vivencias del padre habrían despertado la imaginación de los hijos, especialmente de Baldomero, que de este modo habría desarrollado tempranamente sus aptitudes literarias. Pero hay quienes afirman que el origen de este interés por fabular estaría en una visita que hiciera a Concepción. Vagabundeando por la ciudad habría encontrado por azar, en una tienda de libros, Bocetos Californianos de Bret Harte.
Se sabe que el padre del escritor fue capataz o jefe de cuadrilla en Lota y es posible que realizando este oficio haya conducido a sus hijos al interior de esta mina de carbón; las visitas a estas galerías subterráneas que se internaban varios kilómetros bajo las aguas del Océano Pacífico dejaron en el espíritu de Lillo un recuerdo imperecedero que se reflejaría nítidamente en sus cuentos de Sub Terra.
Los años pasados en el Buen Retiro le permitieron observar la vida miserable de los mineros, esta vida plana y puritana de la pequeña aldea despertó en él una verdadera pasión por la lectura, Armando Donoso en Los Nuevos escribe: «Leía todo lo que caía en su poder, desde las fabulosas y disparatadas aventuras de Rocambole, hasta las novelas de Julio Verne y Mayne Reid. (...) compró... en Concepción, tres libros: La casa de los muertos de Dostoievski, Germinal de Zola y Humo de Turguenev. A partir de ese instante dejó de leer a los Julio Verne, Dumas y Rocambole... luego cayeron en sus manos obras de Maupassant, Eça de Queiroz, Dickens y Balzac».
Su aspecto físico enfermizo, de delgadez extrema, contrastaba con su gusto por las largas caminatas que se traducían en excursiones de caza donde su excelente puntería causaba la admiración de sus acompañantes. Este deporte dará pie para sus relatos «Caza mayor» y «Cañuela y Petaca».
En 1897 se casa con Natividad Miller con quien tiene cuatro hijos. En 1898 se establece en Santiago con su hermano Samuel, que trabajaba en la Universidad de Chile. Este le consigue un puesto como Oficial Segundo de la Sección Universitaria el 13 de abril de 1899, lo que le permite trasladar a su familia a la capital.
En 1903 participa en un certamen literario organizado por la Revista Católica, bajo el seudónimo de «Ars» envía «Juan Fariña», relato que recibe el primer premio y que lo lanza de manera definitiva en su carrera literaria. Al año siguiente (1904), publicará Sub Terra, libro en el que reúne ocho cuentos incluyendo «Juan Fariña». Todos están inspirados, a excepción de «Caza mayor», en la vida subhumana llevada por los mineros del carbón; muchos de estos relatos ya estaban publicados en diarios y revistas. La edición fue un verdadero éxito, se agotó en tres meses. Durante este año se presenta a un concurso organizado por el diario El Mercurio con el seudónimo «Danko», su cuento «Sub Sole» es premiado.
Colabora en las revistas Panthesis, Zig-Zag, Pacífico Magazine y en los diarios Las Últimas Noticias y El Mercurio, en este último firmaba bajo el seudónimo de «Vladimir».
La revista Zig-Zag, fundada en 1905, le publica nuevos cuentos que más tarde darán cuerpo a su segundo libro Sub Sole. Por esa época entrega también al diario El Mercurio sus Relatos populares, éstos serán reunidos póstumamente en un volumen de título homónimo por Santos Vera en 1942. En 1907 publica Sub Sole, colección de cuentos cuyo escenario ya no es el de las profundidades sino que está ambientado a ras de suelo bajo la luz del sol, escribe sobre modos de vida y de trabajo del mundo campesino. La acogida prestada por la crítica a este libro no fue favorable, pues se consideró que el escritor tocaba asuntos que no conocía bien y adolecía de una cierta falta de dominio en el uso del lenguaje, que demandaba la conveniencia de volver sobre lo escrito; todo esto significó que su lucimiento fuera inferior al libro precedente: Sub Terra.
El 21 de diciembre de ese mismo año se produjo la masacre de la Escuela Santa María de Iquique, esta huelga de las salitreras que se prolongó por dos semanas terminaría en una sangrienta represión sobre los obreros ejecutada por el ejército al mando de Silva Renard, dejando un saldo de más de dos mil víctimas, hombres, niños, ancianos y mujeres. Este hecho golpea fuertemente al escritor quien comenzaría a proyectar la idea de escribir una novela sobre este tema. En 1909, año en que muere su madre, fue enviado a Copiapó para solucionar un conflicto educacional, ocasión que aprovecha para recorrer las oficinas salitreras y el lugar de la masacre, donde logra conversar con algunos sobrevivientes y recoger material para su novela. La visita a estos lugares le permitió entender que en este hacinamiento, miseria y desolación, existía un destino común que hermanaba a la clase obrera y que le recordaba estampas de su niñez, allá en el sur junto a los mineros del carbón. De vuelta en Santiago dictó una conferencia en la Universidad de Chile: «El obrero chileno en la pampa salitrera», que comienza así: «La gran huelga de Iquique y la horrorosa matanza de obreros que le puso fin, despertaron en mi ánimo el deseo de conocer las regiones de la pampa salitrera para relatar después las impresiones que su visita me sugiriera, en forma de cuentos o de novela».
En 1912 muere su esposa, y queda a cargo de sus cuatro hijos pequeños: Aurora, Eduardo, Laura y María. Su proyecto de escribir un relato de largo aliento fracasó, tal vez por su salud siempre precaria o porque la imposición de una determinada forma y asunto escapaba a la espontaneidad que surcaban sus relatos. En este sentido, en una velada de homenaje póstuma, realizada el 10 de noviembre de 1923, Eduardo Barrios, compañero de oficina del escritor, leía en el Ateneo: «El novelista planeó su libro. Debía reflejar la vida obrera en el salitre; pero él no la conocía por experiencia directa y vivida. Me consultó entonces -lo digo sin petulancia-, me consultó mucho, anotó elementos que yo, como ex empleado de la pampa de fuego, pude allegarle. Hasta hizo un viaje, durante unas breves vacaciones. Mas desistió al cabo. Se atribuye el abandono de esta concepción a la decadencia rápida de los pulmones del escritor. La causa fue la honradez de su conciencia artística. Me lo dijo un día: "No sé lo bastante de ese ambiente, no lo he asimilado como el de las minas del carbón". De este proyecto fallido quedan algunos esbozos, borradores, un primer capítulo que se llama "La huelga", huellas del esfuerzo en que se empleara el escritor por afinar la pluma que reflejara vivamente lo escuchado y las emociones sentidas ante esa visión fugaz de la pampa y su gente».
La mayor parte de su trabajo literario lo desarrolló Lillo siendo funcionario de la Universidad de Chile, ambiente propicio para estimular su veta creativa, allí compartió con los escritores Diego Dublé Urrutia, Rafael Maluenda, Max Jara, Carlos Mondaca, Eduardo Barrios (todos funcionarios de la Universidad) y con su hermano Samuel; en la oficina de este último se celebraban tertulias memorables a las que acudían como invitados Guillermo y Amanda Labarca, Antonio Bórquez Solar, Federico Gana, Valentín Brandau, Luis Ross Mujica, Eduardo García Guerrero, V. D. Silva, Manuel Magallanes Moure, además de escritores americanos y españoles. El 2 de enero de 1905 fue nombrado Oficial de Archivo y de Canje y Publicaciones, cargo que mantuvo hasta su retiro voluntario el 10 de mayo de 1917 aquejado por una tuberculosis pulmonar crónica, que le impedía cumplir con los horarios a los que su trabajo le obligaba.
La imposibilidad de escribir esta novela lo sume en un profundo silencio pues no logra encontrar la forma ni el estilo que satisfagan su propuesta estética y que, por otro lado, no traicionen el sentimiento que había provocado en él los luctuosos hechos acaecidos en la pampa salitrera. Los estímulos permanentes de sus compañeros de generación no son suficientes para sacarle de su abulia, su debilidad pulmonar mina día a día su lazo con este mundo, que finalmente se rompe el 10 de septiembre de 1923.
Fuente: http://www.cervantesvirtual.com/
Cuento para leer:
Víspera de difuntos
El alma de la máquina
Cambiadores
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