Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles y la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales coceché siempre rosas.
... Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas,
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado; el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
(De "Elevación", 1817)
de Amado Nervo
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