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Una buena pareja

Hacía tiempo que no visitaba Bilbao y por eso acogí con alegría que me encomendaran en la empresa una gestión en esa ciudad, lo que me daría ocasión para visitar el museo Guggenheim y contactar con mis antiguos amigos, en especial con Juan María Oyarzábal y su encantadora esposa , de la que guardaba un grato recuerdo.

Una vez terminadas las gestiones de trabajo que debía realizar, me puse en contacto con mi amigo, para concertar un encuentro y reavivar nuestra amistad. Pero el tiempo no pasa en balde. Juan María Oyarzábal - que ahora había convertido su nombre al euskera y ponía en sus tarjetas Jon Mirena Oyarzábal - estaba solo. Su mujer había fallecido hacía poco tiempo y sus hijos, ya casados, vivían lejos de la casa paterna, por lo que Jon, en su piso de Las Arenas se sentía aislado. Una vez enterado de estas novedades, le propuse comer juntos y recordar tiempos pasados, además de comentar las cuestiones del día a día.

- Podríamos ir a comer a Lasa, si todavía existe - le propuse.
- ¿Aún te acuerdas de Alejandra? - me contestó haciendo referencia a una antigua camarera del citado restaurante de extraordinaria belleza. Y continuó diciendo: - Prefiero no alejarme de mi zona, por lo que te sugiero ir a Los Tamarises. Siempre hemos comido bien allí, veremos el mar y podemos ir andando desde mi casa, que está cerca.
Así lo hicimos y nos encontramos en el restaurante. Tras el fuerte abrazo que siguió al saludo inicial, Jon se emocionó un momento recordando a su esposa, por cuyo fallecimiento le expresé mi condolencia. Superado el trance, nos situamos junto a un amplio ventanal, dispuestos a saborear una exquisita comida, ante un paisaje agradable y apacible.

Durante la comida nos fuimos contando el devenir de nuestras vidas y la situación actual. Jon, como es lógico, respiraba cierta tristeza a causa de su viudedad y el alejamiento de sus hijos. Se había jubilado anticipadamente, por lo que aun era relativamente joven. Organizaba su vida con sus paseos por la playa, sus lecturas y su música, además de cultivar algunas amistades de su misma edad.

Volvimos a hacer referencia a encuentros y comidas anteriores y a la antes mencionada Alejandra, de la que yo dije que había quedado en mi recuerdo como una mujer muy atractiva y cuyos modales hacían pensar que no era una camarera corriente.

- Como que no lo era - dijo Jon - Era la hija del gerente del restaurante y estaba haciendo prácticas porque estudiaba en la Escuela de Hostelería de Suiza, donde debía volver al poco tiempo para graduarse con vistas a llegar al nivel de Director de Hotel.
- ¿Y como sabes todo eso? - le pregunté no sin cierta malicia.
- Pues, hombre - trataba de justificarse Jon - Volví otras veces por el restaurante.. Incluso tuve oportunidad de hablar con ella en un par de ocasiones. Luego perdí su pista, pero no hace mucho la he vuelto a encontrar. Más mayor, como es natural, pero igual de esbelta, guapa y simpática. Por cierto que vive también en Las Arenas y a veces nos cruzamos por la calle. - No queriendo dar más explicaciones sobre el tema, se interrumpió un momento y siguió, cambiando la conversación:
- Dejemos esos temas y volvamos a nuestras buenas costumbres: Después de la comida y el café, solíamos saborear lentamente una copa de buen cognac. Te sugiero ir a mi casa donde tengo una botella de reserva de excelente calidad. ¿De acuerdo?

Nos dirigimos hacia su casa, dando un pequeño paseo, pues realmente no estaba lejos del restaurante. Una vez allí pude comprobar cómo había montado la mejor habitación de la vivienda - piso alto, contemplando el mar - donde tenía su mesa de trabajo, la televisión, su cadena de música, su bien nutrida biblioteca y un cómodo sillón para instalarse relajadamente mientras leía o escuchaba las noticias o su música preferida. Y, por supuesto, su tablero de ajedrez con una mesita auxiliar al lado en la que se apilaban libros y revistas de este juego.

- Hombre, Juan María o Jon Mirena, como gustes que te llame, hemos hablado de momentos de soledad y de reflexión , de música y literatura que te acompañan a veces, pero no me has contado nada sobre tu carrera de ajedrecista. Porque tu fuiste campeón regional de ajedrez,
¿ no es así? y escribías en las revistas y hacías problemas....
- Sí, sí, pero ten en cuenta que de eso hace ya algunos años. Después he seguido jugando, enviando algún problema a las revistas, pero poco más.
- Me alegra oírte decir eso porque significa que tienes un aliciente más para combatir tu soledad.
- En efecto. Pero dadas las pocas relaciones que ahora tengo, es difícil practicar con frecuencia: no encuentro jugadores y menos, perdón por la inmodestia, de mi nivel.

Me quedé reflexionando mientras le escuchaba. Repasé todo lo que había visto en su salón y caí en la cuenta de que en el conjunto de aparatos no había nada relacionado con la moderna informática por lo que no pude evitar el exclamar

- ¡Pero Jon! ¿ No tienes ordenador?
- No. Yo he llegado tarde a la informática y ya tengo bastante con lo que tengo.
- Nunca es tarde, hombre - repliqué - Se me ocurre que te hace falta un ordenador, una conexión permanente con internet y un enlace con las revistas de ajedrez, los ajedrecistas de todo el mundo, con los que podrías comentar partidas, intercambiar información ¡ y también jugar con los mejores! Puedes combinar tu mayor afición y tus conocimientos con los avances técnicos que ponen a nuestro alcance tantas facilidades. - De repente, yo había comprendido la gran compañía que internet podía suponer para mi amigo.

Calló un momento, sopesando sin duda lo que le había dicho. Realmente le parecía un buen proyecto, pero ¿por donde empezar? No tenia ganas de iniciar nuevos proyectos, aunque la idea de resucitar y activar su vieja afición le ilusionaba. No obstante trató de alejar la cuestión pero yo le insistía.

- Viniendo hacia tu casa he visto en la calle una tienda de electrónica e informática. Vamos a hacerle una visita y tal vez el propietario de la misma te convenza mejor que yo de lo bueno que sería para ti entrar en la red con el ajedrez.
- Ya estás atropellando, como siempre -me recriminó.
- No, yo no te atropello. Bueno, tal vez sí. Pero vamos a la tienda.

Dicho y hecho. El vendedor del establecimiento conocía a Jon porque ya le había suministrado algunos de los aparatos que tenía y mantenían una cierta relación amistosa. Acogió entusiasmado la idea y le animó a empezar inmediatamente, ofreciéndose a ayudarle en sus primeros contactos con la red.. Al día siguiente mandaría al técnico para que le instalase el ordenador y le diera las primeras lecciones de manejo.

- Ya te decía que eras un atropellador - me dijo con una sonrisa, porque en el fondo, a pesar de su resistencia inicial, le hacía cierta ilusión meterse en esa aventura, impulsado por el vendedor y por mí. -Sin duda el vendedor actuó pronto y bien, pues luego supe que mi amigo Jon Mirena se había iniciado rápidamente en el manejo de internet y lo utilizaba todos los días.

Poco después me fui de Bilbao y regresé a Madrid. Por correo y por teléfono supe que se había se había integrado en un grupo internacional de ajedrecistas. Estaba muy contento. Un día me dijo por teléfono:

- Estoy encantado. Me hiciste un gran favor metiéndome en este lío. Por cierto ¿sabes que he visto a Alejandra y que ella también juega al ajedrez aunque sea poco? El otro día he jugado una gran partida con un ajedrecista de Buenos Aires y lo pasamos muy bien los dos. No cabe duda de que el ajedrez e Internet forman una buena pareja.

Como pasa siempre en la vida, tras una temporada de comunicaciones intensas, se perdió el ritmo y sobrevino el silencio. Muy de tarde en tarde intercambiábamos noticias, por lo general a raíz de algún suceso concreto. Y así fue como un día recibí un correo electrónico de Juan lleno de la simpatía y el afecto de un antiguo y buen amigo, en el que me informaba :

- Internet y ajedrez forman una buena pareja, pero les he traicionado un poco a los dos, porque ya no estoy solo. Me he casado con Alejandra. Un abrazo . Jon



de Alvaro Rodríguez
Zaragoza - España

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