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Pedro solo

Eliana, hermosa, con ojos inimaginados, era una atracción extra de la feria, y no pasó inadvertida para los pocos muchachos del pueblo, en especial para Pedro Solo.
Ella era la encargada del stand de los patos y las argollas; en el tiro al blanco estaba Silvano Gauna, uno de los hermanos, dueños del parque de diversiones.
El día de la inauguración no faltó nadie. Desde el intendente hasta el cura párroco, desde el jefe de policía hasta la directora de la única escuela. Todos estaban allí, con la sonrisa prendida en la cara, como un chico que estrena bicicleta nueva.
Pedro Solo, siempre hosco y apartado de todos, también había ido, aunque miraba todo desde lejos, pero con los ojos clavados en la chica.
Nadie faltó a la cita, todo el pueble se encontraba en el predio a la vuelta de la iglesia. Será por eso que pasaron cosas.
Cuando el parque llegó al pueblo, en apenas tres o cuatro días, todo estaba preparado para la inauguración: GRAN PARQUE DE DIVERSIONES DE LOS HERMANOS SMITH, el letrero de neón a la entrada, anunciaba así que allí empezaba la alegría. Llegaron al baldío y, tras desmalezar, empezaron a bajar andamios, tablones, hierros, todos de colores radiantes, que iban disponiendo como un rompecabezas bien aprendido.
Los hermanos Smith eran los Gauna, así, lisa y llanamente, pero el apellido importado le daba más jerarquía al parque, nada más.

Silvano Gauna era el menor de los hermanos, y por eso tenía privilegios: trabajaba poco, ganaba bien, las mujeres eran su diversión más habitual. Eliana no fue la excepción a su regla, ella también estaba en la lista de sus conquistas.
A pesar de la fama de Don Juan, la chica tenía sentimientos hacia él, que no eran correspondidos.
Tal vez por eso, Pedro Solo tuvo una oportunidad con ella, ganándose la envidia de muchos y el rencor de unos pocos.
Pedro Solo, así a secas. Un hombre sin familia, sin afectos. De ahí el apodo de Solo, nadie conocía su apellido y a él, parecía importarle poco.
La duración de las presentaciones estaba pautada para ocho fines de semana. Dos meses de alegría y nuevos comentarios en ese pueblo rural donde nunca pasaba nada, en los que Pedro Solo, tal vez se animó a soñar.
Varias tardes se lo vió con Eliana, conversando en la heladería del pueblo. Otras veces, caminando por la plaza, a la sombra de los viejos álamos. Charlaban animadamente. Pedro Solo hasta comenzó a sonreír.
Silvano tenía el ceño fruncido y las cejas, más que juntas. Se notaba que no le caía bien ese hombre, lugareño que de pronto, se había convertido en el hombre del pueblo.
En realidad, no era el único que aspiraba a estar con la muchacha. Otros en ese rincón de la provincia tenían iguales intenciones, pero las decían en voz baja, casi en secreto.

Pasaron cosas en el tiempo que el parque estuvo allí.
Una noche, mientras los fuegos artificiales iluminaban los ojos de los más chicos y el alma de los mayores, desvalijaron el almacén de Don Goyo. Almacén de Ramos Generales, al que no dejaron ni la balanza. ¿Quién? ¿Por qué a Don Goyo, siempre tan bueno? Sin respuestas, nadie vio ni oyó nada. La policía no tuvo pistas.
Se miraban unos a otros. Todos eran inocentes y culpables a la vez.
A la semana siguiente, durante la función, una humareda y fuego a lo lejos, hablaban de un incendio. El campo de los Ibarra estaba en llamas. Tampoco se supo nada, otro caso sin culpables pero con grandes daños. Se había perdido la cosecha.
Ya la gente murmuraba. Murmuraba y señalaba, aunque nadie estuviera seguro de nada.
Mientras tanto, Pedro Solo seguía sus caminatas con Eliana. Varios pares de ojos los seguían, pero ellos eran ajenos a esa discreta vigilancia.
Un día, al caer la tarde, Eliana salió del parque, para realizar una compra.
Al llegar a la esquina del corralón le cortaron el paso. Un hombre con gorra y grandes lentes oscuros le tapó la boca, y con fuerza la llevó al potrero que había cerca.
Cuando todo terminó, la chica dolorida, lastimada y con francas huellas de humillación, volvió llorando al parque.
Pedro Solo se enteró, como todo el mundo. Y no dudó.
Los hermanos Gauna tampoco dudaron.
Muchos dedos se levantaron acusadores, pero nadie tenía pruebas y Pedro Solo tenía una certeza.
Todos salieron de cacería, pero como siempre, otra vez la cosa quedó en la nada. Sospechas, solamente sospechas que recaían en algunos, con más o menos probabilidades de ser el culpable.

La noche en que de la rueda se desprendió una de las sillas, cayendo desde lo alto un hombre joven, todo fue un pandemónium. Nadie podía entender que estaba pasando, aunque el accidente fuera real. La desgracia teñía de sangre el parque de diversiones. El accidentado falleció cuando era trasladado al hospital más cercano.
Los dueños del parque no entendían cómo se había podido soltar una silla cuando ese era el juego más controlado por ser el de mayor riesgo.
Después de esto, los hermanos Gauna decidieron levantar el campamento e irse a otro pueblo. Nadie había pisado el predio desde la desgracia.
El parque se fue desmontando rápidamente. En dos días ya estaban listos para salir.
El menor de los Gauna, antes recorrió el pueblo, casa por casa, hasta que encontró lo que buscaba.


Pedro Solo fue encontrado con un tiro en la frente, de bruces en medio de su habitación. Habían pasado dos días desde el disparo.
Solamente Eliana, llorando amargamente, sabía que él era inocente.


Autor: Marta Julia Ravizzi
Nacionalidad: Argentina
Edad: 65 años

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