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La Margarita y el León

Esta historia comienza hace muchos años en África, en una gran planicie llamada “El Kalahari”; los veranos son calurosos y la falta de lluvia los transforma en la antesala del infierno. Los animales recorren grandes extensiones de tierra para encontrar agua.


Formando parte de la fauna, vivía un león salvaje, perezoso que, luego de alimentarse, buscaba refugio a la sombra de algún árbol.

Pasaron los años, se convirtió en un león adulto, fuerte y voraz, y sus días eran todos iguales, rutinarios: cazar durante las noches, alimentarse hasta el hartazgo y luego largas siestas; hasta que una primavera, que nació luego de una lluvia, don León, como de costumbre, se dispuso a hacer su siesta bajo un Baobab.

Pero esa vez sintió algo diferente en el aire. No le dio importancia, giró en el mismo lugar, logró acostarse, se estiró, bostezó y sus ojos se fueron cerrando lentamente.

Una dulce vocecita interrumpió el silencio:

- ¿Quién sos?

Como no le respondió, le preguntó nuevamente:

- ¿Quién sos?

Como el león siguió sin responderle, le dijo:

- Yo soy Margarita…

Entonces, don león se despertó sobresaltado, miró todo su entorno y no vio nada; se acostó nuevamente y, cuando comenzó a cerrar sus ojos, otra vez:

- Eh, estoy aquí, debajo de ti… soy Margarita.

Don león, de un salto, se puso frente al lugar de donde venía la voz y rugió. De pronto, entre las hierbas, vio una hermosa flor.

Don león movió la cabeza, para un lado y para el otro, como diciendo que no, o como si esa voz fuera un sonido que molestaba sus oídos.

Insistente, Margarita le preguntó:

- ¿Cómo te llamás?

Don león se le acercó con cara de malo, pero como ella no sabía qué era la maldad, no le tuvo miedo.

- Me llamo Don león.

- ¿Por qué estás siempre solo?

- Hace muchos años que estoy así.

- ¿No tenés familia?

- Sí, pero igual me siento solo.

- ¿Por qué? – preguntó Margarita.

Don león le respondió con otra pregunta, evitando responder:

- ¿Qué te pasó en tu tallo que está muy lastimado?

- Fueron algunas tormentas – le respondió con ternura Margarita.

Sin darse cuenta, iniciaron un diálogo. Don león nunca antes había hablado así con alguien.



- ¿Te duele?

- Son cicatrices; algunos días duelen mucho y otros las nostalgias mojan mis ojos.

- ¿Cómo que las nostalgias mojan tus ojos? – preguntó don león.

- Las nostalgias son recuerdos del ayer, que te causan mucha tristeza por sólo ser recuerdos y no vivir nuevamente esos hermosos momentos.



- ¿Y cómo mojan tus ojos?

- ¿Nunca lloraste y salieron lágrimas de tus ojos? – preguntó Margarita.

- Sí… me salieron lágrimas de los ojos, pero no lloré.

- Humm… ¿te entró alguna basurita?

- No

- ¿Cómo te sucedió?

- Algunas tardes de otoño, con los días grises y las hojas que remolinean en el viento, al mirar el atardecer, me sucede. ¿Estaré enfermo?

- No, sólo es tristeza, soledad.


Con el transcurso de los días, las charlas con Margarita se hicieron más prolongadas y amenas. En su salvaje interior, don León comenzaba a sentir una rara sensación, sin poder explicársela; esto hacía que su corazón latiera de forma diferente y que, por las noches, pasara largas horas mirando las estrellas; ya no vagaba, por horas, en busca de alimento.

Al no alimentarse, comenzó a perder peso lentamente; en su interior se mezclaban sentimientos de tristeza y felicidad; comenzó a sentir lo que nunca sintió ni por la más hermosa de las leonas.

La voz y la ternura de Margarita se habían instalado en su corazón. Con el transcurso del tiempo – y solo – se fue dando cuenta de que era amor.

Pero esto era imposible; no dejaba de pensar cómo un león salvaje se podía enamorar de una flor.

También Margarita comenzó a sentir lo mismo. Los dos negaban las diferencias que existían entre ellos; tenían largas charlas y don león le contaba historias de animales y cazadores de la selva.

Margarita, en tanto, le contaba historias tristes por las que había pasado su joven vida.

Una tarde, a fines del otoño, don león observó que Margarita estaba más pálida.

Cada día que pasaba, su voz era más temblorosa; él, con sus toscas garras, trataba de darle calor, pero estaba muy maltrecha por el frío. Don león la cobijó y, en los calurosos veranos del Kalahari, don león, mal alimentado, débil, cerró sus ojos para siempre, en una noche de miles de estrellas.

Margarita, poco tiempo después de la muerte de don león, sintió que su corazón se marchitaba de tristeza y murió.

Pero el amor puro y genuino perdurará eternamente, mutando cada día que termina en el que comienza.


¿Quién puede afirmar que sólo los seres humanos que habitamos el planeta podemos sentir el amor?


de Filip de León
Argentina.

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