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Él volvió

Lo vi en tus ojos amielados por instantes y en ese caminar tan gracioso que tienes últimamente. Vas como dando salticos pero sin doblar las corvas, como si anduvieras en cuatro patas; mirando hacia arriba como buscando las estrellas o algún pájaro tonto que se quede dormido. Por eso creo que él volvió a tu casa, a nuestra casa, después de haber partido.
Recuerdo cuando lo trajiste y durmió la primera noche entre nosotros. Le armaste una cama muy mullida. Como para él, dijiste mientras lo acostabas y le dabas el biberón al que no estaba acostumbrado, pero que aprendió a chupar, al igual que al muñeco con forma de perro al que le succionaba los pelos de la barriga de peluche y se quedaba dormido. Más grandecito ya no te molestaba tanto por las noches y te preocupaste hasta pensar que estaba enfermo. No te podías imaginar que él era igualito a nuestras hijas; que lo mismo que ellas jodía porque sí o porque no. No olvido que por eso casi se va al traste nuestra relación de tantos años.
Otro detalle que me hace pensar que él volvió es esa recostadera tuya por las noches cuando nos acostamos, cosa que no hacías así te lo pidiera por lo que llegué a pensar que te fastidiaba el roce de mi piel, que no me querías, que cuando aceptabas mis caricias y mi cuerpo pegado al tuyo lo hacías como una obligación, como esposa abnegada que cumplía con su deber. Fueron muchas las discusiones que tuvimos por eso. Ahora me siento feliz por los dos, mejor dicho por los tres: yo, tú y él, para decirlo de acuerdo con las tres personas del singular, no por mal educado.
Algunas veces me parece verlo agachado en la esquina mirando como hacia el infinito, concentrado de tal manera que no oía cuando lo llamabas para darle la comida y sólo cambiaba de posición cuando alguna mosca pasaba frente a sus ojos y lo distraía de su objetivo visual. Así estás tú también y esa es otra razón para creer que él está aquí.
También ha cambiado tu forma de respirar. Antes roncabas pero ahora ese ronquido es como el ruido de un motorcito, rápido pero suave, como se ha puesto tu piel.
Cuando te ponías a jugar con él y le decías “mi bebé” me daba mucha rabia pues pensaba que lo habías cambiado por mí, pues era a mí a quien siempre habías tratado de esa manera. Con el tiempo adopté esa forma de trato y parecía un marica levantándolo, haciéndole cosquillas y diciéndole ¿como está mi bebé?, “tan lindo mi bebé”. Claro que para ser sinceros le fui cogiendo cariño y cuando se fue me hizo falta. Y lo más tenaz es que al entrar al baño lo recordaba y se me salían las lágrimas.
Aquella vez que me dijiste que por qué tenía los ojos rojos y te contesté que me había caído jabón, era mentira, había estado llorando sentado en el baño, recordando que al verme venir se escondía detrás de la cortina y saltaba sobre mi cuando pasaba a su lado. La primera vez me pego un gran susto pero luego me acostumbre.
A lo único que no pude acostumbrarme fue a su intromisión entre los dos cuando hacíamos nuestras cositas. A veces pienso que tú lo llamabas, le hacías señas para que se deslizara por debajo de la cobija y se metiera entre los dos. Esto no he podido olvidarlo, pues fueron muchas veces las que me hizo enfriar, no pude terminar y de repeso tu me decías que si ya no te quería, o que en quién putas estaba pensando, por qué me desanimaba o que si era que tenía otra que me hacía más rico y ahí paraba todo, nos dábamos la espalda y a dormir. Claro que él, después de que empezábamos a alegar salía disparado y se acostaba tranquilito.
Sin embargo y pese a todo lo que te he contado me alegra que haya vuelto. La niña pequeña me dijo que lo había visto salir de la pieza, la más grandecita que lo sintió cuando se subió a la mesa y la otra soñó que se le recostaba. Y créeme estoy contento por su vuelta y sobretodo porque cambiaste de parecer. Recuerdo que el día que te fuiste a la tienda lo vi salir y cuando tocaste para que te abriera el portón lo encontré tirado, agonizando. No te quería abrir porque no sabía qué decirte. Cuando lo viste en el suelo, después de muchas lágrimas y madrazos al gordo, a quien culpas de su muerte, dijiste muy brava y llorando: ¡no vuelvo a tener animales, son muy delicados y eso de las nueve vidas es pura mierda!.



de Fernando Bedoya Londoño
Colombia.
58 años.



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