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En el nombre del padre

El temblor entre los muslos mueve la cama; ese temblor que se le afianzó a la piel y repica, y se le adentra, se le revuelve con la bata marchita y traspasa el colchón.
No puede dormirse. Se asusta de su propia sonrisa que alumbra a la habitación, la misma habitación de otras noches frías, de orgasmos fingidos, ardores truncos y silencios insomnes.
Allí está la mañana empujando a la noche, desafiando lluvia. El vestido de tela india, el desgano, un desayuno a medias y la sombrilla verde…
Él duerme, ronca, él no existe. Tiene que estar muerto para no sentirla con estos millones de potros que galopan por los muslos y le penetran por la vagina como si quisieran estrellarse contra el útero.
Ha empezado a llover de nuevo. Es una lluvia incitante, acompasada; sin el repiqueteo bárbaro de esta mañana, cuando entraba a la consulta y un trueno fortísimo dio paso a un aguacero tamborileado, arrebatador, que parecía proponerse arrancar de raíz a la vieja casucha con santos, espíritus y personas. Ella, sobrecogida. El santero se persignó ante su fundamento. Él, este otro él, el esposo, se había quedado en la casa terrenal con la madre del oficiante, negra vieja de pelo muy blanco, que con misericordia, lo miraba dormir, mientras allá, al final del patio, después de las matas de mango, la conejera, los sacos de botellas vacías, la lluvia y los truenos, despertaban otros seres.
_Qué te pasa?
Han quitado la luz eléctrica y el ventilador se detuvo.
_Nada, no puedo dormir.
_Tomaste la amitriptilina?
_No, esta noche no.
Esta noche no drogará a los demonios, no dará psicofármacos a estos potros salvajes que la recorren; quiere estar limpia para la doma, saborearles el galope, cabalgarlos hasta saciarse.
Él cierra los ojos de nuevo, como esta mañana, cuando ella estaba en la casucha de los muertos, sola, porque el santero puso las reglas_ Ante mi fundamento no consulto a un matrimonio, uno primero y otro después.
Fue el primero, sin cortesía. El eminente para estudiar al santero. Se creyó seguro; esto no podía despertar a una hembra como la suya: un negro cincuentón, feo, bajito, percudido, santero…
Ella entró con un relámpago y el furor de la lluvia pintó el aire de un irresistible olor a hembra. El santero se encomendó a Changó, su padre, que se personaba como látigo y un estampido de siete rayos. Qué dice su padre cuando alumbra a esta hembra de cabeza a pies?__Aquí está tu hijo_Y las manos en la palangana para restar este olor con el de colonia barata, por un respeto a estos fundamentos y a mi cordón espiritual: mi indio, mi gitano, mi negro congo…
El vestido a intervalos se adhiere a la piel. Las manos en plegaria. Los ojos en el piso de tierra, machetes, garabatos, maderos, colores y cintas, envoltorios en papel amarillo muy sucio, cabos de tabaco y de velas, muñecos mal paridos, notas enredadas en pedazos de lápices y trazos des uniformes, barros, vasijas y trapos olvidados… Es que ella sólo ha visitado a la iglesia de la santísima virgencita.
_Tienes un daño de aquí a aquí.
La estremeció. L a picó en tres y se quedó con todo eso que está después de los muslos y antes del ombligo.
_Quédate de pie; primero voy a despojarte.
Y un manojo de hierbas salió de la palangana, chorreante, amenazador y fue directo allí, al daño, a esa parte cercenada, sin gobierno, dividida para exorcizarle el mal. Huyendo del contacto primero; luego acercándose y afuera la lluvia como sonido de fondo y el manojo más confiado; respiración entrecortada; un poco de ron escupido con estruendo de regadera; humo de tabaco; más ron; Changó que grita algo desde el cielo y las manos con una fuerza que se rompe en la delicadeza del mazo queriendo entrar a la piel.
_Súbete el vestido.
_Por qué?
_Es muy fuerte.
Aparece el blúmers blanco, transparente por el agua sagrada del ritual.
El hijo de Changó vuelve a persignarse; pide fuerzas al padre que sigue desde arriba el ritmo litúrgico. La lluvia es una danza afro subyugada por los truenos. Ella mira al techo y concentra todas sus pulsaciones al rito del despojo.
_Abre un poquito las piernas.
Y sintió ramillete y manos rozándole el interior de los muslos y ya casi cuando debían llegar al centro mismo de la fiebre, bajaron, y por detrás, subieron a las nalgas y retozaron un poco con el deseo… Ya el clítoris había tocado la alarma para el resto de los órganos; fue cuando sus ojos bajaron en busca del abultamiento duro de la entrepierna del santero que la había tentado en el ir y venir del manojo por la pelvis, los muslos, las nalgas…
Relampagueó como si el voltaje del día se hubiera disparado, la estampida rajó la claridad y la lluvia arreció.
_Es mi padre y Ochún_susurró él. Ella siguió en pose de estampa.
_ Tienes que quitarte el blúmers_le dijo con voz rajada y se tomó un largo trago de ron.
Ella estática, él, despacio, con elegancia venerable, la desnudó y le acarició los senos en guardia que habían tratado de esconder el alborozo del sacrilegio. Las manos, sin hierbas, se aterciopelaron y recibieron la gracia de adivinar el estremecimiento de cada trozo de piel; sutiles, blandas, aniñadas, se perdieron y encontraron en cada cruce de los suspiros. Un punto y seguido en la ternura fue el pene grande, caliente, duro ; martirizando a las ganas de la vagina que lo lamía en sus falsas entradas y luego la lengua recorriendo mil kilómetros de esperas , una lengua zigzagueante que se ríe de las contorciones del cuerpo y de las manos .Y el pene y la lengua y la lluvia y la desesperación y la piel blancuzca de ella enardecida por la piel oscura de él y la flacidez de sus senos perdidos en la boca de tabaco y el jadeo y la embestida casi brutal del falo a la vagina y luego el movimiento tierno, rítmico, deleitoso, casi a punto… Y ese semen caliente, convulsionado, volcánico y un grito que surca la lluvia y se pierde en el relámpago. Un grito cargado de noches drogadas, de sábanas inertes, un grito que cura, un grito que advierte, un grito. Amén.
_Sigues sin poder dormir?.Te duele algo?
_No, ya casi me duermo.
Y se quita las manos que tiene apretadas contra los muslos. Lo mira en su posición de distancia infinita; se vuelve a la pared y trata de dormirse .Le faltan tres viernes seguidos al despojo del santero.




de Anrema
49 años.
Cuba



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