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Caminata

Las noticias, al principio se propagaban lentamente, pero de a poco fueron tomaban fuerza. Parecían lejanas, correspondientes a otro lugar del mundo, a tiempos pasados. Sin duda era un fenómeno no contemporáneo porque todo remitía a la historia.
Sin embargo allí estaban las noticias que parecían confirmar los hechos. Brasil primero…, un caso, dos casos, muchos casos. Y crecía. Paraguay después. Ciudad del Este, Luque, San Lorenzo y… ¡Asunción! ¡También Asunción…! ¡Y el hijo de un ministro!
La gente comenzó a hablar. El tema se instaló en todos los ámbitos, y aparecieron “los expertos”. Los que saben, los que sólo hablaban, los que querían saber, los que escuchaban y por supuesto, los que todo lo ignoraban, por comodidad, desidia o vaya a saber por que motivaciones.
La cuestión tomó aun más relevancia cuando la propaganda oficial inició una fuerte campaña de prevención. Volantes, televisión, radio, diarios. ¡No viaje (¡no venga!) sin tomar los debidos cuidados! Y los medios nacionales que se instalaban en la zona y que abordaban el tema. La televisión, la radio, los diarios. Y el murmullo…, el rumor…, el me contaron…, dicen que dicen… ¡que en Misiones tantos monos carayá! ¿Casos humanos? Sí, también casos humanos! Y Aquí también. No aquí no. ¡Sí! Nos ocultan la información… ¡No, no es así! Es como con el Aedes… campañas y mas campañas. Es peligroso. Tenga cuidado, use repelente. ¿Pescar…? Por un tiempo no voy…a pescar.

Van a empezar las clases. Todos los chicos deben tener su dosis. Hay colas y colas de gente en cada lugar que se la administra. Hay cierta psicosis en las personas.

El observa todo eso. Camina como todas las mañanas por esa parte de la ciudad. U otra, porque suele cambiar de recorrido. Es un adulto mayor, grande ya, pero no un anciano. Si no atlético, al menos está en buena forma y a su lado camina un perro, juguetón, alegre, como corresponde a uno que ha dejado de ser cachorro no hace mucho tiempo, pero aún no es adulto. El hombre conversa con todos, se para en la verdulería, camina con el que vende quinielas, salta el zanjón con paso largo y sigue su recorrido. Los zanjones, piensa, cuando desterraremos estas cloacas apestosas y malsanas. Eso, y la quema de basuras y pastizales que dañan a los que tenemos problemas respiratorios.
Camina y conversa,… y conversa con la gente o consigo mismo. El siempre dice que no sabe estar con los demás él que no sabe estar consigo mismo.
Juan, el de la despensa, que se queja del brusco cambio de temperaturas, le dice:
-¡Cómo ha cambiado el clima, don! Y el le responde:
- El que ha cambiado es el tiempo, el clima es un promedio meteorológico. Cambio climático es otra cosa. -Y, si le dan pié se pone a explicar la diferencia de los conceptos. Con lujos de detalles. Y habla de política, de inseguridad, de educación, de trabajo, de arte, de salud pública, de lo que la ocasión o el interlocutor determinen.
Baja de la Avenida Circunvalación por la calle Maipú penetrando en el barrio Liborsi, una ancha y polvorienta calle de tierra. Camina unas cuadras, y por una calle transversal angosta, llena de pozos y algunos charcos se dirige a hacia la ruta 11, pensando en regresar a la Cruz, aunque siempre explorando otras calles.
Era un día de febrero, y a media mañana el calor tropical comienza a sentirse. Ya en el costado de la ruta, cerca del puente del Pucú, la cruza y camina por un callejón que baja hacia el riacho y qué no sabe si tiene salida. Continua observando las casas simples de generosos patios y frondosos árboles. Y allí, en frente, lo que parece una casita pobre, de apariencia muy humilde, y frente a ella una larga cola de personas se agolpa, conversan entre ellos. Una señora abre un paraguas que le sirve de sombrilla protegiéndose del poderoso sol de febrero.
Se acerca al lugar, se acomoda bajo la sombra de un verde mango y se toma un descanso mientras mira el lento peregrinar de la gente.
Con ruido a lata se acerca por la pendiente una bicicleta que conduce un hombre joven, llevando en el caño a una graciosa muchacha, gordita, sonriente, morocha, y en el manubrio encajado un canasto transportan a una niña, llena de rulos y mocos, de no más de nueve o diez meses de edad. La bicicleta se detiene bajo el mango, la mujer se baja y con paso apurado, omitiendo la cola, penetra en la salita mientras la niña y el hombre aun montado en la bici esperan.
Estaba vestido con ropa de trabajo. Camisa y pantalón color caqui, marca “Ombú” y botas de obreros de la construcción. Era alto, fuerte, rostro con tez cetrina y semblante amable. Y mientras esperaba en la sombra, dirigiéndose al viejo, lanzo el comentario:
- ¡No se por que tanto miedo! ¡Es cagona la gente¡ -dijo con una sonrisa en los labios.
- Y a vos te parece que es para no tener miedo- respondió el viejo, prendiéndose de la conversación y agregó preguntando –Pero además ¿Vos crees que esto es una cuestión de miedo? Yo no lo veo así, para mí esto es una cuestión de inteligencia. De inteligencia mínima- afirmó.
- Son unos cagones todos. Mire la cola, horas esperando a que les toque el turno. Para mi no se justifica, por algo que a lo mejor es al pedo. No pasa.
El hombre mayor lo miró, sonrió, y continuo la charla que derivó en otros temas. Continuaron conversando de una y otra cosa hasta que entonces preguntó señalando la niña de la bicicleta:
- ¿Es tu única hija? ¿Qué edad tiene?
El hombre con rostro orgulloso y una sonrisa en los labios contestó exclamando:
- ¡Nooo! Esta es la mas chica y todavía no tiene un año, pero tengo tres machitos más que usted no sabe lo bien que juegan al fútbol- y luego con satisfacción agrego- y en la escuela les va bien.
- Mira vos, esta gente, la de la cola, seguramente tendrá chicos…, es posible que están aca por ellos. Para asegurarse de que los van a poder seguir cuidando, sin correr peligros. Mirá, muchos traen a los chicos.
- ¿Qué me quiere decir, usted don, con eso? Dijo poniéndose serio.
El caminante avanzó en la charla y le dijo con firmeza:
- Mira, vos dijiste que eran unos cagones –señaló a la gente- pero son inteligentes, se cuidan. Vos decime, ¿si le pasa algo a algunos de tus chicos por no traerlos que vas a pensar? ¿Qué macho, que valiente que es mi hijo, o que boludo que fui por no hacerlo vacunar? Perdona, pero creo que esto es así.
El ciclista se había puesto serio, sus ojos despedían bronca, pero haciendo una mueca con la boca, se la trago, recomponiéndose, y cambiando totalmente de conversación dijo:
- ¿Y usted don en que trabaja? Y por ese rumbo siguieron compartiendo ese rato de espera a la sombra del mango.
No pasó paso mucho tiempo cuando de nuevo, casi corriendo, con una gran sonrisa que iluminaba su cara apareció ella nuevamente. Se acerco, le dio un tierno abrazo al joven y le dijo casi con un susurro:
- ¡Confirmado Negro! -Mientras él la apretaba contra sí. Después, ella le limpia los mocos a la nena y se acomoda en el caño de la bicicleta.
El, ya comenzando a pedalear y haciéndola girar, con ternura, le dice:
- Tenes que cuidarte. Ah, y hay que traer a los chicos aunque tengamos que tragarnos la cola. ¡Con esto no jode!. Ella asintió con la cabeza y la bici comenzó a andar, haciendo ese feo ruido que anunció su llegada.
El otro hombre, abandono la sombra y siguió su caminata.



Agosto de 2008.-



de Eduardo Oscar Dutto
Edad: 52 años
Provincia de Formosa-República Argentina



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