Pueda ser que me paguen la retroactividad que espero hace catorce años. El sólo pensar que tengo que viajar hasta Retiro por eso únicamente, me pone mal. Es que sé cómo voy a volver. Seguramente nada obtendré. Ni el mínimo atisbo de cobro, ni una fecha probable.
Llegué a horario y esperé que se dignaran a abrir la ventanilla de atención al público. Público no. Clientes semestrales y habituales como yo. Esperé tres cuartos de hora. Apuro no tenía, pero las piernas me dolían y como otras tantas veces volví con un no, para usted no hay novedad. Venga en tres meses.
¿Por qué habré ido? Moriré sin cobrar un miserable peso (al decir de Juano), después de tantos intentos fallidos en estos últimos años.
Salí del edificio y pensé en dar una vuelta por el centro para ver vidrieras.
Las carteras y zapatos siempre fueron mi predilección, de buena calidad, como los conjuntos que solía comprar cuando cobraba mi sueldo. La tarde estaba lluviosa y desistí del paseo. Por lo tanto, vuelta a casa.
Subí a un coche semivacío, ésos en los que nunca te sentás Pero no fue así. Me senté. Como llevaba un libro, me dije, pues bueno, a leer .Saqué de mi multiuso bolso que me acompaña siempre, “Violines y otras cuestiones”, ese primer libro de Gelman que me debía. Mientras lo hojeaba, acariciándolo por el tiempo que lo había postergado, pensé cómo pudo este hombre, contemporáneo mío, en su obra, en su lenguaje tan crítico, natural, realista, claro, comprometido en lo social y lo político, mostrar los grandes sucesos de nuestro tiempo, con una inmensa valentía que con sus poesías debió exiliarse, y proseguir buscando a su nuera e hijo desaparecidos. Había leído en una entrevista, que le preguntaran por qué vivía en la actualidad en México y el respondió tiernamente que sólo estaba lejos de la Patria por estar muy enamorado de su mujer, ¡qué hombre! ¡cuánto valor!¡qué comprometido que muestra en sus obras en las luchas por una sociedad lastimada.!
En eso estaban mis pensamientos cuando un murmullo se acrecentaba y en medio de los pocos pasajeros apareció el inspector del tren, vociferando. Tenía tomado del cuello, por detrás, a un niño, un muchachito que no alcanzaría los 10 años.
El tren paró justamente en ese momento en la estación “3 de febrero”. El inspector se asomó por la puerta, llamó a los gritos a un policía o agente de seguridad que no vi bien, e hizo bajar pronto al niño. El tren siguió su marcha y el chiquilín quedó en el andén.
El viaje para mí continuó, pues yo iba hasta el final del recorrido y comenzó mi tortura. ¿El inspector habría tomado en cuenta si el muchachito tenía monedas para proseguir su viaje o iría a parar a la comisaría por un presunto delito? ¿Sería por falta de boleto o alguna otra infracción que el señor hizo descender al niño? ¿Y yo, por qué no intervine? ¿Por qué no me levanté e hice la defensa del menor? Podría haber pagado su boleto si ésa era la causa o interesarme por la falta cometida.
No hay vez en que me encuentre en este desequilibrio social, político o étnico (el nene era morochito), en la que no intervenga y cuando no, me acometa tristeza, vacío imposible de superar, que pasa a ser un gran complejo de culpabilidad.
Al llegar a casa me esperaban mis nietos. Los nenes me contaron muy exaltados que habían visto por televisión que en la estación “3 de febrero” habían detenido a un chico por no pagar su boleto. Carina, mi hija agregó que estaban esperando al Juez de Menores para ver que se disponía con el niño infractor.
Fue instantáneo. Volví a Gelman con su compromiso moral y a mí con el fracaso por no actuar en su debido tiempo y callar cuando debí hablar.
Es mi forma de vida. Voy viajando miserias. Algunas veces tomo la palabra como si fuera la voz y la pluma de Juano y otras callo como la peor de las cobardes.
Han pasado tres meses y he vuelto por mi retroactividad. El tren está también semivacío como la última vez. El inspector que pasa revisando los pasajes es el mismo. Pero hoy lo acompaña un chiquilín de unos 10 años. Lo lleva del hombro mientras le va diciendo - ¿ves hijo?, acá trabajo todos los días. Esta es mi tarea. Que todo esté en orden. Ahora cuando pase el muchacho que vende chocolate, fijate a ver que es lo que querés y elegís para vos y tu hermana.
La otra cara, ¿no?
de Cautiva
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