Imaginaba lentamente el transcurrir eterno del tiempo, mientras los minutos se hacían horas, las horas días, los días, tal vez, (no lo sabia), meses.
Veía pasar rostros, miradas tristes, animas, ecos quizás de palabras optimistas, lagrimas acongojadas, rezos, promesas y suplicas entre otras cosas. Delante de sus ojos se repetían miles de veces , cual película de ficción, los flashes interminables de sus remembranzas. Revivió cada llanto, risa, lágrima propia, cada primer paso, primera caída, la vez que fue de la mano de su madre al jardín de infantes de estreno, el primer día en la primaria, sus diez años entre amigos jugando a la mancha, ese viaje a conocer el mar, aquel primer beso en segundo año de la secundaria, aquella vez q Lucia había tomado su mano temerosa por las calles de su barrio, el día aquel que fueron al cine a ver el estreno romántico que hizo surgir un abrazo eterno y algunas lagrimas.
Volvían a su mente cada retazo de esa breve historia que había sido hasta hacia un par de meses su vida, la que hasta ese momento fuera el veloz torbellino luminoso que ahora le permitía mantenerse respirando. Inhalando y exhalando lenta y pausadamente ese aire no tan puro como sus ideales, su intacta inteligencia, la rebeldía propia de su poco experimentada edad. Solo podía soportar este suplicio, sabiendo que tenia rostros amigables y conocidos a su alrededor, manos compañeras, caricias incondicionales, hasta el último momento. Era la única manera de pasar esos minutos en los que sentía que el poco oxigeno de sus pulmones se le escapaba como agua entre los dedos.
Hasta que llego al momento previo a su abordaje a este estado, a esta dolencia tan insidiosa como infiel, a ver su vida como en un escaparate sin poder alcanzarla mas, a querer nunca haber nacido para llevar esta carga.
Y a pesar de lo sufrido, del tiempo transcurrido en larga espera impaciente de la paz culmine que sucede a todo terremoto, Gabriel supo soltar su mano de los últimos soplos de vida que se iban casi sin desearlo, o deseándolo. Quiso decir adiós con su propio idioma, y tuvo tiempo para despedirse de los suyos, de aquellos que incondicionalmente habían estado a su lado hasta el momento final. Porque el sabía que ese no era el final. El sabía que no en vano había luchado para llegar hasta allí, y que dejaría en esa tierra que pisó su estela imborrable, que todos los seres que había y que lo habían amado lo harían por siempre. Que nunca se borraría su recuerdo en esa lucecita blanca y brillante que todos tenemos en un rincón de nuestras almas. Que quienes habían luchado también lo llevarían consigo para siempre.
Y así fue que, lentamente, sin sufrimiento ya y con una sensación de plenitud y calma poco comparable, decidió partir para alivianar tanta carga, decidió sentirse como una pluma o mas liviano que eso, sentir como sus pulmones podían llenarse de todo el oxígeno del mundo, y volar, como siempre lo había hecho.
Porque si de algo no había perdido la capacidad, era de levantar vuelo.
de Ana Rosa Awdejczuk Gonçalves
Buenos Aires, Argentina.
Edad: 33 años
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