Alto, tan alto como lleguen tus sueños, había dicho el abuelo. Y él lo intentaba, una y otra vez. Miraba el avión. Miraba el casco. Miraba el paracaídas. Quería subir, pero tenía un miedo atroz, que le paralizaba los miembros y adormecía el pensamiento. Sentía la obligación de subir, porque su padre, experto paracaidista, no le perdonaría la cobardía. El abuelo estaba allí, para sostenerlo.
-Tal vez otro día –dijo el nieto.
-Mejor hoy –sonrió el abuelo- Él espera que saltes.
-Mejor no. Hoy tengo un presentimiento –dijo el nieto.
-Vamos, yo voy contigo –dijo el abuelo.
Y subieron.
El padre quedó en el piso. Aguardando. Cuando vio el punto diminuto, que fue pareciéndose a una estrella naranja, sintió el orgullo reventarle el pecho, pero no dijo nada. Ni una mueca modificó su rostro.
Esperó, impasible, previendo cada movimiento. Aprobando tácitamente.
Tácito fue también su asombro, si es que alguna vez existió, cuando el paracaídas no se abrió.
Continuó duro, con la mirada puesta en la distancia, aun cuando todos corrieron hasta donde había caído el cuerpo. Parecía solo recostado en un colchón de tela e hilos enredados. Contra toda precaución, quitaron el casco y encontraron asombrados el rostro del abuelo. Buscaron con urgencia la mirada del hijo y entonces, sólo entonces, vieron una lágrima que despintó la máscara del orgullo y derribó al hombre. Y así quedó, de rodillas, implorando perdón a su propio hijo, a su padre, a la vida.
Mabel Pruvost de Kappes
país de origen: Argentina
edad: 45 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario