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El monasterio

Cuenta la leyenda que en el monasterio de Arèvalo vivìa un deàn que transformaba las verdades en mentiras. Ayudado por su monaguillo Santiago todos los dìas subìa a la torre de la iglesia y repicaba las campanas cuando advertìa que era pròxima la tragedia en el pueblo.

Cierto dìa, despuès que fuera ofrecida la misa, Santiaguito gritò angustiado porque vio que alguien introdujo una carta remitida a nombre de Bencebù debajo de la puerta principal y que decìa lo siguiente:

“ SI ALGUIEN DE VERDAD DESEA LAS PENALIDADES, YO MISMO PROCURARE QUE ASI SUCEDA”. El deàn permaneciò atònito, moribundo, quiso estar en el dìa siguiente, inmovilizado desde los pies a la cabeza. ¿què querìa decir la carta? ? ¿por què la enviò Becebù a su monasterio? Su frustraciòn durò tanto como la agonía odiseica y el ansia del lector por descubrir. Inmediamente despuès, repuesto el ànimo,




supuso que lo mejor en estos casos era presentarse delante del obispo de Ávila. Éste, viendo la imposibilidad de acometer tal asunto, considerò que lo mejor era consultar a la propia inquisiciòn.


A Santiaguito le ensillaron el mejor caballo, lo dieron de comer y lo ordenaron partir tanto pronto como la aurora de dedos rosados surgiese del horizonte. La caminata serìa larguìsima, con noches de plenas tempestades, caminando oscuro en medio de las estrellas. No era fàcil llegar hasta la sede principal, puesto que era escoltada por una veintena de guardianes abrigados con penachos de pobladas plumas. La tarea encomendada no serìa fàcil y podìa sufrir màs de un disgusto.

Cuando los guardianes se cercioraron que el monaguillo podìa entrar, èste vio un paisaje abrumador. Frente al patìbulo estaban sentados una centena



de pàrrocos que ofrecìan misa a pedòfilos. Detràs, aproximadamente a cien metros, existìa una fàbrica cuyas màquinas de producciòn realizaban sobres para cartas. Los trabajadores eran de diversas clases sociales, desde leprosos, hasta meretrices, encofradores y enterradores. Santiaguito permanecìa en un resquicio observando minuciosamente cada detalle. Era sumamente importante que no lo pudiesen ver.

Los inquisidores estaban encapuchados, vestidos de arriba a abajo, en una mano llevaban un làtigo y en la otra una làmpara incandescente que acercaban a cada persona una vez que eran fustigados. Santiaguito aguzò su visiòn y se percatò que debajo de la sala existìa una puertecita que lo podìa llevar a un viaducto que conduca a un pasadizo secreto. Se adentrò en èl. El pasadizo lo llevò trenta metros màs allà y desembocò en un sòtano donde pudo descubrir lo siguiente: Colocadas en filas se encontraban centenares de calaveras de tiempos remotos; al lado de las calaveras habìan miles de cartas con una descripciòn que rezaba:



“ SI ALGUIEN DE VERDAD DESEA PENALIDADES, YO MISMO, PROCURARE QUE ASI SUCEDAN”.

Santiaguito se apresurò a cogerlas y las introdujo en un saco improvisado. Quiso quemarlas, pero no accediò. Quiso tirarlas, pero no pudo, asì que, las volviò a remeter y decidiò escaparse a pies juntillas, lo màs ràpido posible del monasterio. Cuando llegò al lugar vio a lo lejos que el deàn de la iglesia estaba repicando las campanas………

de Brando7
España



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