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Diagnóstico: Corazón de fuego

«Late, late,
Corazón sangrante,
Late de lujuria,
Late de pasión,
Late acongojado,
Por la desesperación,
Y…9, 8, 7, 6, 5, 4, 3,2… ¡despierta!»

La eternidad no es para nada perfecta.

Mis ojos se apagan entre la espesura de un quirófano: frio, gris y decadente que huele a lejía, muerte, desesperación, mierda… y que está ambientado humanamente por cirujanos cardiacos, anestesistas, enfermeras…que visten con cierto toque de esperanza y de humildad. Vive, vive. Mi cuerpo se relaja para dejar de vivir por: unos minutos, unos segundos, horas interminables o una eternidad pasmosa. Mi respiración se duerme para dejarse llevar por un tubo ondulado y blanquecino que sondea oxigeno al interior de mis pulmones y mis bronquios ramificados. Respira, respira, ahhh. ¡No se te ocurra pararte! Siento frio porque mi cuerpo está expuesto a la sobriedad de: bisturís de acero que romperán y curtirán mi piel, sierras torácicas que partirán mi pecho por la mitad cual sandia sangrante, palas grises y frías para mi posterior reanimación, una maquina que manejara mi sangre extracorpóreamente, gasas para apaciguar el camino de la sangre, grapas para cerrar mi tórax , bolsas de sangre con mi grupo sanguíneo A+…Y entonces, el anestesista, se me acerca con susurros y me anima a realizar la cuenta atrás: 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4…Y comienza la función de mi trasplante de corazón. En las alturas del quirófano y tras una cristalera empañada con bocanadas de aliento, amores furtivos y de manos sudorosas, los estudiantes, de medicina vigilan mi sueño y aprenden la técnica del trasplante con extracorpórea. No hay esoterismos que valgan en un quirófano, hay confianza en unas manos firmes y sensibles que actúen de acuerdo con una mente sensata.-Somos humanos. Las cosas se nos escapan de las manos. Nadie es perfecto- decían con voz queda mientras apuntaban y dibujaban en sus libretas las pautas a seguir.
Mi mente estaba dormida completamente, mi pecho abierto en canal esperando a las bacterias hambrientas de sangre y enfermedades, y mi corazón aun latiente estaba siendo sujetado por los guantes de látex de una enfermera jovencísima mientras, el Cirujano, se preparaba para apostar mi nuevo corazón en el pecho. Después de anclarlo a mi pecho, el cirujano, lo sujeto a mis ventrículos y a mis aurículas con mucho cuidado. Late, late ¡maldita sea! Late. La maquina extracorpórea paro para dejar a mi cuerpo reiniciarse en solitario. En cierto modo estaban reseteando mi nuevo corazón. Una vez que estuvo todo en su sitio se produjo el primer intento de resucitación. –Carguen a 360- dijo el cirujano mientras ponía las palas en el cuerpo amansado del corazón-¡fuera!, ¡fuera! Así hasta chamuscar mi nuevo corazón con las descargas eléctricas.- Aquí huele a quemado- Dijo la enfermera mientras remojaba mi corazón que estaba en llamas con cubitos de hielo y con gasas empapadas. Se quemo, se quemo. Para aquel entonces estaba cadáver. Mi piel fría y amoratada se confundía con la mesa que me sostenía, mis ojos se tornaron viscerales y oscuros para demostrar que había dormido eternamente. Me cague. Me cague. Y ese fue el ultimo síntoma de relajación de mi cuerpo.- Hora de la muerte 9:50- dijo el cirujano mientras miraba su peluco.
Mis padres estaban esperando noticias en la sala habilitada del hospital. Se comían las uñas de los dedos y los padrastros que se cernían incrustados en la piel, paseaban sus pies por los pasillos resbaladizos y se tomaban café para no dormir. No dormir. ¿Y quién quiere dormir con esa desesperación que enciende las venas del organismo vivo? Era tarde. Los médicos salieron a hablar con mi familia, mientras, a mí, me cosían el cuerpo y me embutían en una mortaja poco favorecedora que no le dejaba a mi espíritu escapar.
-Hicimos todo lo que pudimos Señor y Señora Vancouver. El corazón que le trasplantamos a Gabriel se quemo en el cuerpo de su hijo. Es inexplicable. Es un desastre- decía el cirujano mientras se quitaba el gorro y los patucos ensangrentados con la sangre del hijo de los Vancouver.
-¿Cómo es posible que se quemara? Mi hijo no puede estar muerto. No. Dijisteis que era compatible y que todo saldría bien. ¡Maldita sea! No es cierto. No. ¡Quiero ver a mi hijo!- le exigió al médico mientras este llamaba a una enfermera para que le llevara ante mi cuerpo vencido en batalla.
A mi madre le venció el miedo de la desesperación y salió corriendo sin rumbo fijo a la ciudad.- Oh, dios, le pillo un coche- dijeron los caminantes mientras se apresuraban al cuerpo de mi madre. Los guiris grababan con sus cámaras digitales, el cuerpo, de mi madre desmenuzado y desamparado en la carretera. El cielo brillaba entre las cortinas de las nubes y los rayos entraban de soslayo por las retinas blancas y yacientes de mi madre. Se le destrozo el corazón por un hematoma en el pericardio. No había más corazones para sobrevivir. Entonces mi alma se despego de mi cuerpo y me envió a la carretera donde mi madre yacía inmóvil y serena. Aun con la sangre que corría por sus oídos y por la comisura de sus labios, estaba bella. No había más esperanzas que truncar la vida de otros para salvar a mi madre. Y así lo hice. Desperté de mi mortaja y exhale mi último suspiro para matar a jóvenes que paseaban por la puerta de Alcalá a través de mi mente y de mi corazón de hielo que comenzó a latir apresuradamente. Mi alma salió al encuentro de jóvenes sanos que no hubieran luchado demasiado en la vida. En los recovecos de la puerta del sol me encontré con una joven que vestía de despampanante rojo carmín y que estaba sumida en una novela de Isabel Allende: Paula. Murió, Paula, murió. Vaya final más trágico. Aunque nunca superara a un corazón ardiendo en llamas en un quirófano. Es romántico en cierto modo ¿no creen? Me enamore de la joven de rubios cabellos y vestido rojo carmín. Me ate a su garganta y le bese en los labios con energía. Me sintió. Se giro. Y nada vio. Le hice el amor y le provoque un orgasmo incontrolado. Jadeaba. Se agitaba. Y por ultimo murió con las botas puestas. Le ahogue con mi poder mental y con el de un orgasmo incontrolable que le produjo un derrame cerebral severo. Ella no. No era mi presa, no. Estaba enamorado. ¡Maldita sea! No me sirvió en todo caso su corazón porque estaba también enfermo de amor y de lujuria. Busque y busque la victima perfecta y la encontré bañándose en bikini en la Cibeles a plena luz del día. Estaba loca. Era insana. Era zorra astuta. La ahogue en aquellas aguas y le concedí el deseo de volver a renacer en el cuerpo de mi madre. -¿Qué deseas niña de la Cibeles?- le dije a su alma. No contesto. Entonces el corazón de mi madre volvió a latir con energía gracias a la niña que ahogue en sus propios llantos infantiles.
Mi Padre que estaba mirándome a los ojos con ternura no sabía nada de lo que acontecía tras las paredes de la morgue donde me mantenían en frio. Entonces mi corazón se torno azul, comenzó a latir, y se quedo congelado en mi pecho para darme vida otra vez. Abrí los ojos. Respire. Mi cara morada volvió a coger color rosado, la sangre de mis arterias y mis venas volvió a correr por todo el recorrido de mi organismo animal. Me salieron alas en las paletillas de la espalda. Era una especie de pollo en celo. Los dedos de los pies se me juntaron cual anfibio y mi pelo se torno turquesa. Mi padre al verme de esa guisa salió corriendo y nunca más supe de él. Me dejo huérfano, desamparado y maldito. Por cierto, si alguna vez te paseas por la puerta de Alcalá allí estaré esperándote. Me escucharas, me sentirás y quizás mueras de lujuria o desamparo de tus capacidades. Mi nombre es Gabriel. Es absurdo. Es tal que así.


de Sorianita
25 años
Soria, España




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