Puedo repetir una y mil veces mi versión de los hechos. Nadie me creerá, pero así fueron:
El viernes, el asado tocaba en casa y como era costumbre, el que ponía la casa hacia las compras, el asado y en fin todas las tareas de rigor. Un plomo. Lo único que me reconfortaba era que luciría ese hermoso cuchillo asador que me regaló el viejo para mi cumple, con el que podría reemplazar mi habitual “tramontina” que tantas gastadas me causó. Sobre todo de Jorge.
-¿Cuántos somos, che?
-Y, con el Arturo que confirmó hoy a la tarde yo cuento nueve, casi cartón lleno.
-¿Edu viene?
-Yo lo vi el martes y me dijo que lo contáramos.
-¿Y el Jorge?
El Jorge era relativamente nuevo en el grupo, arrimado por Eduardo en algún asado celebrado en su casa. Al principio fue modesto, pero luego mostró la hilacha. No me caía bien aunque me cuidaba mucho de que esto se notara, ya que en general fue aceptado sin reparos. Era entrador.
-Si, seguro. Si no falta nunca.
-¡Puta madre!- me salió de adentro, no pude reprimirlo.
-Pero..¿cual es tu problema con el Jorge?
-Es que me jode –ya no pude parar-- no hay cosa que uno diga o haga que él no la haya dicho o hecho antes y mejor. ¿Que querés que te diga? ¡Me jode!.
-Vos sos un intolerante. El tipo es divertido.
-Si, un divertido “sabelotodo”. Por ejemplo, cuando alguien cuenta un cuento, apenas arrancas no deja de mandar señales de que ya lo sabe. Cuando terminas repite el final como si vos lo hubieras contado mal y hasta a veces, se te anticipa en el remate. Es un perfecto “agua-cuentos”.
-Es que el tipo ha vivido. La verdad sabe un vagón de cuentos y los cuenta bien. Se ve que tiene calle. ¿Vos viste las historias que lleva encima?
-Yo te digo esto: ese tipo miente. No sabe todos los cuentos. Él te hace creer que es así. Y más te digo, no creo que sean verdad todas las historias que cuenta. Son versos–rematé despec-tivamente y ya totalmente descubierto--Mira, para que se te des cuenta de una vez, mañana voy a inventar un cuento cualquiera. Vas a ver que ni bien empiezo, el tipo hace esos gestos de que ya lo sabe, y mueve la cabeza y se sonríe permanentemente para que los giles como vos, se lo crean.
-Y bueno….si vos lo decís. Hacelo y vemos que pasa--terminó Roberto como para darle un punto final a la conversación.
Al día siguiente, éramos 10. Se agrego Julián que vive en el interior y había hecho un viaje relámpago. Jorge, feliz de tener un interlocutor nuevo, repitió sus históricas anécdotas de vida y cuentos mientras los otros escuchaban como el primer día, festejando cada una de sus interven-ciones. Para colmo se había sentado al lado mío y con ese vozarrón me aturdía sin piedad.
Cuando me pareció oportuno dado que se había hecho un momentáneo silencio luego del primer embate al asado, le guiño el ojo al Roberto y digo:
-Che, tengo un cuento nuevo. Escuchen:
Hice una pausa, lo miré como sin querer al Jorge y este estaba imperturbable con la cabeza gacha, jugando con una miga y pensativo. Me sorprendió ¿alguien le habría advertido? No, no puede ser. Ya se delataría el muy turro. De costalete, miré a Roberto y me pareció que dibujaba una sonrisa socarrona. Continué:
Jorge, me miraba ahora con excesiva atención. Yo veía que los que me habían escuchado el jueves en el café, intercambiaban miradas cómplices. Tuve que seguir:
¡Increíble! El tipo permanecía callado. No había previsto un final para el cuento dado que supuse que se delataría de entrada nomás. Los vi cuchicheando al Juan con Palometa, seguramente mofándose de mí. Sentí unas gotas de sudor en mi frente y mis manos transpiraban apretadas. Continué, aunque ya estaba en el terreno de la improvisación, desmoronándome:
-¿Y? …termínalo che ¿que pasó?-- me gritó Jorge con impaciencia.
La mayoría del grupo, ya estaba riéndose sin disimulo ni contemplaciones. No pude soportarlo. Me levanté de la silla, lo miré con asco y apoyando mis manos apretadas sobre la mesa le grité en la cara con todo mi odio:
-¡Como! ¿vos no lo sabes? ¡Si vos sabes todo! ¡Vos sos un campeón sabelotodo! ¡Un perfecto ídolo!- Había perdido los estribos definitivamente. Él a su vez también se levantó, mirándome con odio y aturdiéndome con sus gritos.
-¡Este no lo sé! ¡Si estas contando vos! ¿Qué se yo? ¿Que querés que te diga? ¡Pedazo de pelo-tudo! ¡Lo mató! ¿Que se yo? ¡Lo habrá matado!
No fui yo el único que perdió la cabeza. Simultáneamente nos abalanzamos uno sobre otro. De pronto su mirada llena de odio, se convirtió en incrédula y repentinamente extraviada. ¡Un infarto! pensé al tiempo que toda mi furia se desvanecía. Cuando sentí el peso de su cuerpo cayendo lentamente y arrastrando mi mano crispada, la abrí en un acto reflejo y lo ví todo. La humedad tibia y purpúrea entre mis dedos, delató cruelmente la realidad. Él caía con mi cuchillo asador clavado hasta la cruz en su cuerpo. Recién allí supe lo que había hecho. Recién allí.
Octubre 2007
de Martín Yedros
País de origen: Argentina
Edad: 61 años
Página web creada por su participación en Letra Universal
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