Biografía de Escritores Argentinos Headline Animator

LA DINASTIA

El enjuto lugar había comenzado a producirle una sensación de encierro preocupante. Las paredes parecían acercarse unas a otras en forma irregular y la calma, hasta ahora mantenida, amenazó con disparársele alocada toda dentro de su ser tenso hasta la exageración.
Observó el cielorraso repleto de humedad merced al el último desecho de luz que penetraba por alguna rendija y quitó la mirada bruscamente para no fijar sus ojos aterrorizados en el insecto de tamaño respetable que yacía inmóvil en la coyuntura de las paredes.
Hernán Castillo ya no estaba para esas cosas. Quién podía estar preparado para que lo arrastrasen de un momento a otro a esa pocilga con los ojos vendados y las manos amarradas, nadie podía jactarse de no ser invadido por el pánico que le produjeron los barquinazos del autazo verde dirigiéndose velozmente quién sabes adonde. Pero Hernán Castillo ya no estaba para esas cosas. Hasta se había negado rotundamente a subirse a la novedad de la montaña rusa del parque de diversiones donde Luisa lo había arrastrado este último verano y ni hablar de la propuesta demencial de su mujer de anotarse en un curso de supervivencia para adultos. No, Castillo ya no estaba para las cosas que ella le proponía.
Luisa. Notaría su ausencia con rapidez? ¿Cuánto tiempo tardaría ella en advertir que en su casa no solo faltaba su celular sino también su último marido?
El había corrido hacia la calle tras de ella cuando vio el aparatito huérfano en la mesa de la sala, había bajado las escaleras a los apurones y saliendo a la calle la había visto zambullirse en un taxi amarillo que había arrancado raudamente y lo había dejado al pié de la acera con el aparatito en la mano y con el intento de grito en la garganta.
Después todo se había asemejado a un aluvión de imágenes desornadas en su mente. Antes de empujar la puerta de entrada del edificio para regresar a su departamento un par de hombres lo habían asido fuertemente cada uno de un brazo y un objeto puntiagudo y frío había sido casi incrustado entre sus costillas haciéndole soltar lo que tenía en sus manos que fue directo a estrellarse contra el cordón de la cuneta.
Hernán Castillo ya no estaba para esas cosas. Y aunque había tenido que investigar varias lenguas y modismos para reflejar a sus protagonistas en las paginas de sus más eximios libros, ya no estaba para intentar comprender en su totalidad los diálogos de sus raptores.
_ Dale gordo pisalo que nos rajamo, Negro llamalo al quía y decile que el jovie ya esta al horno... _ El más alto parecía ser el que daba las órdenes. Fue al único que había alcanzado a ver antes de que le taparan los ojos. El “gordo” debería ser el conductor, el “negro” el que lo había obligado a entrar en el auto y por descarte, el “jovie” debería ser el...el que estaba al horno...
Durante la travesía el clan no había dejado de hablar y de reírse. Solo una vez habían aminorado la marcha y aplacado el nivel de las voces y lo habían empujado hacia abajo reteniendo su cabeza con fuerza entre sus piernas para ocultarlo.
Después de esos minutos inconmensurables, el auto se había detenido.
_ Maestro, acá le traigo un pollito, me lo guarda bien guardadito hasta que le avise, si?_
Era lo ultimo que había escuchado antes de que lo encerrasen en el cuartucho donde ahora yacía aterrado.
Sentado en un colchón un poco húmedo ya sin venda ni ataduras en sus manos se dispuso a investigar que estaba haciendo ahí, él, Hernán Castillo, un tipo ya casi pasado en años, con algunos billetes de más(no muchos como para justificar su secuestro), un escritor de novelas taquilleras más que de alta literatura, un tipo que si..seguramente y sin dudas...ya no estaba para eso.
Pasaron tres días según sus cálculos aproximados. Cuenta que había realizado gracias a la cantidad de veces que le habían acercado comida, la cual asombrosamente no era de mala calidad y ni siquiera escasa. Lo que si había sido más pasmoso aún no era que se habían preocupado por respetar sus gustos en la alimentación sino que también le habían depositado en la bandeja diaria las dos pastillas multicolores que su médico le había recetado ya hace varios meses. Las reconoció instantáneamente y ni siquiera dudó en tomarlas ya que la ingesta se le había convertido casi en una adicción sin las cual no podía pensar claramente en los últimos tiempos.
En el que suponía era el cuarto día de su cautiverio, enceguecido otra vez lo volvieron a subir a un vehículo y lo llevaron a una segunda morada.
_ Bueno viejito acá vas a estar mejor, no te podes quejar ehhh, parece que es tu gomia el quía, bueno yo me las pico_ el único al que podría reconocer le destapó los ojos y lo dejó en el cuarto. El lugar era sumamente agradable. En un primer ambiente había un escritorio de roble marrón en la cual yacía apagada una computadora junto a una impresora de ultimo modelo, con un sillón mullido y tentador en frente a el. Una biblioteca se extendía cubriendo toda la pared del fondo repleta de ejemplares de diversos temas sumamente ordenados y sin una partícula de polvo en sus lomos brillantes.
Un equipo de música moderno y vistoso había sido colocado en una mesita pequeña sobre uno de los lados y enfrente a ella un enorme sofá de pana verde hacía contraste con el parquet lustroso que le daba la calidez final al ambiente. Pequeñas lucecitas amarillas acompañaban el clima templado que procuraba un calefactor disimulado detrás de unas mampara de madera. Los cuadros marinos resaltaban en las paredes pintadas amarillas y un Monet gigante ocupaba toda una pared en la cual debería haber estado la ventana que Castillo buscó insistentemente antes de pasar al otro salón.
El dormitorio era sencillo pero también confortable. Una cama de dos plazas mullida, un par de sillas y un espejo alargado en la pared frontal. Un tercer ambiente completaba el pequeño departamento consistiendo este en un baño pequeño pero aseado y ordenado con grandes mosaicos ajedrezados en blanco y negro. Había jabones por doquier y hasta un set completo para afeitarse.
Cuando estaba terminando de inspeccionar lo que parecería ser su nuevo hogar la puerta se abrió y Osvaldo Perri irrumpió en el.
_ Buenos días señor Castillo, espero que el lugar haya sido de su agrado_ Hernán lo escrutó e hizo un esfuerzo por recordar. El había visto ese rostro pero no alcanzaba a ubicarlo en tiempo y forma_ seguramente esta preguntándose que es lo que hace acá pero en breve entenderá.
_ Nos conocemos? Podría usted decirme que es lo que quiere de mi ...._ No podía quitar la vista del brillo del acero que emitía el arma en su cintura.
-Perri, Osvaldo Perri, 42 años, soltero, de profesión actor, no muy exitoso pero actor al fin, yo diría actor con poca suerte y con ninguna conexión para elevarse en esta montaña de estiércol – parecía que iba a continuar monologando pero no lo hizo_ En fin, ya hablaremos, póngase cómodo y siéntase como en su casa.
Salió del lugar y Hernán se tomó la cabeza entre sus manos, quizás había visto a este hombre en algún set de filmación ya que se había identificado como actor pero su nombre no le sonaba, mas bien su cara le era familiar pero por más que lo intentaba no podía recordarlo.
Al rato una mucama ingresó en la habitación y le dejó sobre los pies de la cama ropa limpia de su talla y un par de toallas blancas.
_Dice el patroncito que se bañe nomás, que no se le va a enfermar con este tornillo _ sabría esta joven que el no era un huésped de honor y que estaba siendo privado de su libertad? Seguramente no, por la inmensa sonrisa que le cruzó la cara antes de cerrar la puerta de un golpazo.
Obedeció al tal Perri y se dio un baño tibio sintiendo hasta algo de culpa por sentir un pequeño placer al estrellarse el agua en su espalda mal dormida. “Yo acá tomando un baño de placer y Luisa que debe estar desesperada” pensó fregando la toalla suave contra su cuerpo.
Luego un hombre de aspecto servil y remilgado entró en la habitación, traía con el un pequeño televisor y una video portátil y detrás suyo la mucama acarreaba una bandeja repleta de comida humeante que apoyó sobre el escritorio antes de retirarse para dejarlos solos.
El hombre acomodó los aparatos y luego de introducir una cinta de video se retiró sin emitir sonido alguno.
La cinta comenzó a reproducirse y Hernán reconoció la película rápidamente. Luisa brillaba en la pantallita cuadrada. Habían repasado esa escena miles de veces porque ella parecía no convencerse de su actuación pero finalmente había tenido que aceptar que todo había salido magníficamente. Era su libro, el que habían llevado al cine, “La dinastía”. Se sabía los diálogos de memoria y el guión había sido respetado minuciosamente así que se le aparecían en su mente casi textualmente las frases antes de abandonar las bocas de los actores. Cuando se disponía a quitarle la vista a la película resabida lo vio.
Ahí estaba. En una escena de un restaurante italiano Luisa caracterizada en la enigmática y hermosa Marilina Saldariaga, cenaba con el galán de la película. Ella sonreía, bebía un sorbo de coñac de su copa y de una manera exquisitamente sexi llamaba al mozo el cual no era otro que el hombre que aparentemente lo había secuestrado, el tal Perri. El mozo en la pantalla se acercaba a la dama rubia y después de escucharla atentamente se alejaba de la escena sin pena ni gloria.
La película había sido todo un éxito, mimada por la prensa Luisa había salido del anonimato para encontrarse demasiado a gusto en ese mundo nuevo. “La dinastía” había sido comprado en las librerías de la ciudad en forma compulsiva pero el negocio había resultado ser espléndido para Dalmiro De la Gracia, su editor y Castillo, merced a sus malos manejos financieros, no había sido el gran beneficiario como se suponía que debía ser.
Dalmiro de la Gracia de gracioso tenía solo su nombre, era más bien un hombre con cara de sabueso y vos gruesa que siempre olía a habano viejo y a ropa gastada. Se lo había encontrado por esas cosa de la vida a Hernán Castillo en el barsucho que frecuentaban algunos escritores solitarios al cual acudía de vez en cuando a la caza de algún talento perdido. Después de algunos años juntos le había editado unos cuantos ejemplares aunque más bien parecía a desgano y nunca había demostrado un gran entusiasmo por ser su editor.
_ Te dije mil veces que ese turro de Dalmiro se debe estar llenado de plata con vos y vos no haces nada_ le había reclamado una y mil veces Luisa, pero el solo se dedicaba a encerrarse en su estudio y desconocía totalmente los billetes perdidos o ganados en cada una de las publicaciones.
La semana anterior al secuestro se había encontrado con el editor y habían tenido una discusión. Más bien el anuncio que Castillo le había hecho en un tono lúgubre era lo que lo había exaltado: su escritor le había anunciado que no escribiría más, que ya no lo disfrutaba y que quería dedicarse a viajar, que 65 años ya eran demasiado y que el ya no estaba para esas cosas. Dalmiro había estallado. Su gallinita de los huevos de oro había decidido mutilarse y parecía no haber vuelta atrás. Después de unos varios intentos de convencerlo solo atinó a un último petitorio:
_ Esta bien Hernán, como quieras, pero acordate que nos comprometimos para la segunda parte de la Dinastía, no podes echarte atrás.
_No lo sé Dalmiro, no sé si voy a poder.
El publicador volvió a entrar en cólera y la discusión se mantuvo por varias minutos más hasta que Castillo había decidido dejarlo hablando solo mientras cerraba la puerta detrás suyo. Cuando regresó a su hogar Luisa ya había recibido un llamado para hacerlo entrar en razón pero en realidad el pedido de auxilio había sido totalmente innecesario ya que cuando ella se enteró de los futuros planes de su marido había comenzado a los gritos y no dejando de increparlo había querido sacarle a la fuerza una promesa que nunca llegaría.
_ No podes hacerme esto Hernán! No podés! Esta era mi oportunidad de coronar todo el trabajo que hice...estamos todos dependiendo de que te dignes a sentarte a escribir ese maldito libro, ni que te costara tanto, aunque sea por mi hacelo!_ la forma en que Luisa despreciaba su trabajo solo acentuaba sus ganas de mandar todo al demonio
_ que lo haga por vos? Y vos que haces por mi? Que hiciste por mi durante todos estos años?_ Luego se había arrepentido de emitir estas palabras en esa forma tan impulsiva pero no daría el brazo a torcer en su decisión ya tomada. _ Dije que no y basta. Punto final. Empezá a pensar en otra forma de ganarte la adoración de todo el mundo.
La contienda se había dado por terminada, por lo menos para CAstillo el cual había sido castigado a tres días consecutivos de silencio por parte de Luisa.
Ahora, ahí en el encierro y mirándola alucinado en el pequeño televisor sintió un terror torturante al pensar en que quizás no volvería a verla.
Cuando en la pantalla empezaban a aparecer los títulos entró en la habitación Osvaldo Perri, sonriente se acomodó en el sillón de pana verde y se aclaró la garganta antes de comenzar su discurso.
-Castillo, como verá no es nuestra intención maltratarlo ni nada por el estilo. Tendrá aquí todo lo que le hace falta y cualquier cosa que desee le será concedida dentro de nuestras posibilidades- Perri hablaba en plural y el escritor sospechó rápidamente que el grupo al cual se refería no era exactamente el conformado por el, la mucama y el hombrecito del video_ Sólo una tarea le será exigida para ganarse su libertad,la cual le devolveremos en cuanto dicha labor sea completada eficientemente. Confiamos en su capacidad y esta eficiencia consistirá en cumplir las condiciones que le exigiremos. _ Sus lenguaje era sumamente cuidado y parecía elegir cada una de sus palabras con una exactitud meticulosa. Castillo no emitía sonido y sólo una vez atinó a moverse porque sentía que su pié izquierdo había comenzado a adormecérsele. _ En fin, señor Castillo, sin más rodeos lo que necesitamos es que durante su estadía en esta confortable morada se dedique a crear la segunda parte de “La dinastía”_ le entregó un papel escrito con una letra prolija y en tinte negro. _Aquí tiene las indicaciones las cuales deberá respetar al pié de la letra.
Castillo tomó el memorandum y nervioso comenzó a balbucear:
- pero no es posible, no puedo escribir nada en este encierro, como supone que puedo hacerlo, además no se cuanto tiempo me llevaría...es increíble lo que me está pidiendo..._ Perri lo interrumpió_ Si usted se quiere ir, si quiere seguir con su vida normalmente tendrá que poder y si luego quiere que su mujer no sufra ningún accidente que termine con su vida sólo deberá seguir las indicaciones que allí le proponemos y todo terminará antes de que se lo imagine. Ahora si me permite lo dejo comenzar con su trabajo. Cualquier cosa que necesite sólo necesitará levantar el tubo, muchas gracias._ Luego de señalar el teléfono que estaba oculto detrás de una cortina se levantó y salió de la habitación dejándolo sumido en una total desesperación.
Comenzó a leer las ordenes sin poder creer lo que sus ojos veían:
La dinastía- parte II
1) – La historia tendrá el formato similar al tomo I ya editado siendo esta vez la pareja central de la nueva historia conformada por la siguiente dupla: la ya conocida Marilina Saldariaga protagonista femenina de La Dinastía y por el mozo del capitulo 12 que aparece fugazmente y que no posee nombre artístico, el cual será elegido por el autor a su antojo.
2) Será de la exigencia del autor que los personajes de esta dupla sean caracterizados estrictamente por los actores que ya han participado de la primera parte de la zaga.
3) Cada capítulo terminado se entregará impreso al final de cada semana y solo le será repuesta su libertad al haber sido completada la novela y siendo esta del agrado del editor al cual se le enviará el ejemplar para su aprobación y su futuro compromiso con la edición oportuna.
4) Luego de su liberación no deberá interponerse en ninguno de los pasos consecutivos hasta el estreno de la película basado en su creación ocultando la manera en que fue realizada, caso contrario terminaremos con la vida de su mujer.
La lista de items continuaba con detalles de su futuro proceder pero el escritor había perdido la concentración imaginando cómo se las arreglaría para escribir una historia de amor entre la dama remilgada y un simple mozo de barrio al cual ni siquiera había nombrado en su best seller. De algo estaba seguro :
Primero : nadie podía imaginar esa segunda parte.
Segundo : debería hacer un esfuerzo sobrehumano.
Tercero :El ya no estaba para esas cosas.
En los días subsiguientes no volvió a ver a su captor y después de dos jornadas de absoluta inmovilidad decidió que debería empezar a trabajar. Encendió la computadora y ante el cursor titilante buscó en su interior la inspiración divina para comenzar.
Al poco tiempo ya tuvo mínimamente trazado su plan. Debería saber a donde se dirigía en su historia ya que después de escrito cada uno de los capítulos debería entregarlo y no habría corrección posible.
La mucama ingresaba en el cuarto rigurosamente cuatro veces al día. Llevaba con ella las ingestas, su medicamento y ropa limpia. La joven le parloteaba un poco y el se obligaba a mantener el diálogo no sólo para escuchar de vez en cuando su propia voz sino pensando en que su único pasaporte de salida podía ser esa mujer.
Los capítulos fueron entregándose rigurosamente al final de cada semana y hasta sintió que había empezado a entusiasmarse en aquella aventura loca de una pareja mas que despareja pero no era fácil mantener la concentración y olvidarse de todo lo que ocurría a su alrededor mientras le daba vida a sus personajes.
Sólo un capítulo bastaría para concluir la novela, sólo una pincelada más para que el cuadro brillara en todo su esplendor, sin embargo, conciente o inconscientemente esa semana no conseguía hilar una sola frase. Había comenzado a cuestionarse cuales serían los siguientes acontecimientos.¿Que pasaría cuando Perri tuviese en sus manos la obra terminada? ¿Recuperaría su libertad como le prometía el papelucho de indicaciones que le habían obligado a devolver luego de leído.? Algo le decía que no, y junto al final de su novela el cual escribió sólo en su mente decidió en ese instante que, aún sin estar ya para esas cosas, debía huir de allí
La mucama ingresó en el cuarto cómo todos los días, Castillo no sabía si detrás de la única puerta el camino estaría totalmente libre, sospechó que no pero igual se dijo que debería hacerlo.
La mujer menuda emitió un grito al verlo desparramado en el suelo y soltando la bandeja azul que acarreaba salió de la habitación a las corridas mientras llamaba a su patrón. La puerta quedó abierta de par en par y el rehén sin saber adonde lo llevaría esa corrida abrupta se levantó ágilmente y salió del cuarto justo cuando Perri ingresaba, luego del topetazo los hombres se entrelazaron en un último abrazo fatal forcejeando y derribando todo lo que se interponía en el paso de los dos. Castillo escuchó el ruido de su cabeza impactando contra el suelo antes de que el estallido penetrara en sus oídos y se dispersara por todo su ser. El arma rebotó a sus pies antes de quedar inerte y mansa en la lujosa mansión.

Dalmiro de la Gracia estacionó su camioneta gris plateada enfrente del edificio de cortes modernos y se miró en espejo retrovisor antes de dirigirse al departamento que tan bien conocía. Presionó el timbre y la voz seductora de Luisa resonó en todo el hall del edificio.
_Si? ¿Quién es?
_ Luisa soy Dalmiro
La puerta de calle se abrió y el chillido del sonador se detuvo cuando el Editor la volvió a cerrar.
Subió por la escalera los tres pisos que lo separaban de ella, no era este el momento para desafiarse intentando subir por el ascensor que tanta fobia le provocaba. La puerta estaba entreabierta y el ingresó tímidamente.
_¿Luisa?
_ Si ya voy Dalmiro, esperame un momento_ la voz venía desde el cuarto y el no pudo evitar imaginar ese cuerpo desvestido cubriéndose con algun lujoso vestido.
-Hola Dalmiro, ¿cómo estas?- Luisa ni siquiera pierde la calma en estos momentos pensó su interlocutor_ Hernán esta de viaje, ¿no te aviso?
El la miró en forma desafiante mientras se sentaba en el sofá blanco enfrentado al aparato telefónico .
_ Hernán esta muerto Luisa_ le soltó la frase en el rostro sin respirar_ acaban de encontrarlo._ Mientras hablaba manoseó el teléfono y volvió a apoyarlo en la mesita. La expresión espantada de Luisa sólo se le salió al intentar emitir los sonidos
_ Muerto? Muerto? Que estas diciendo Dalmiro, no puede ser, donde lo encontraron? Nadie me aviso nada?..._
_Yo te estoy avisando Luisa, lo encontraron tirado en un sanjón, le dispararon a quemarropa.
Dalmiro no se quedó mucho tiempo más en el departamento del escritor, sólo unos minutos más hasta que Luisa lse calmó y le pidió que se fuese proponiéndole encontrarse en la comisaría en instantes adonde el se dirigió rápidamente.
Luisa procuró calmarse y se sirvió dos medidas de whisky antes de tomar el auricular.
_ Perri, sos vos? – la interferencia le hacía casi imposible diferenciar la voz de la persona que la había atendido_ Perri,Perri!
_ Si Luisa,soy yo_
_Donde estas? Que hiciste? Lo mataste, idiota! Ese no era el plan, tenías que soltarlo, yo iba a saber manejarlo..., me imagino que tendrás el tomo completo por lo menos.
La voz histérica de la mujer inundaba la comisaría. Hernán Castllo, Dalmiro de la Gracia y el comisario a quién el escritor había explicado todo lo sucedido, escuchaban atentamente los dichos incriminatorios de Luisa y luego de Perri que eran grabados por un policía.
_ No lo maté nada Luisa, calmate,el casi me mata a mi, tengo una bala incrustada en el hombro, me estoy yendo en el siguiente vuelo, vos negá todo, no hay nada que te pueda delatar, se escapó, se llevó todo lo que escribió y borró todo de la computadora pero no esta ahí?? Donde esta?_
Castillo no estaba ahí, si lo había estado, hace instantes pero Luisa no lo había visto. En una alocada carrera en su escapada de su cautiverio había llegado hasta el departamento y antes de bajarse del taxi la había divisado en la puerta de calle besando y abrazando a un hombre que no podía distinguir bien. Se había acercado sigilosamente y lo había reconocido, el actor que había protagonizado su novela con ella besaba a su mujer, no recordaba su nombre pero si los celos que lo habían carcomido en cada una de las escenas de amor que el había creado. Luisa lo había negado todo, por supuesto.
_Vamos, Hernán, no hay nada entre nosotros dos, solo somos buenos amigos!
Al verlos ahí, lo entendió todo, ella no sólo no estaba preocupada por su rpentina ausencia sino que seguramente era parte del complot para secuestrarlo. Ella necesitaba esa segunda parte para ser la estrella que siempre había querido ser y sabía que el nunca accedería a escribirla. Seguramente este pobre idiota a quien ahora besaba ni se imaginaría que no participaría de la película, quizás ni siquiera sabría lo que planeaba su noviecita secreta.
Había vuelto a entrar en el taxi y le había pedido al conductor que lo llevara hasta la comisaría y allí lo había llamado a Dalmiro quien ya junto al comisario escuchó atento los sucesos que habían acontecido y accedió a visitar a Luisa para colocar el diminuto micrófono que delataría a los culpables pensando en que recibiría a cambio por la misión que le encomendaban.
Luego de escuchada la conversación el comisario había ordenado a dos patrulleros dirigirse al departamento de Luisa y al aeropuerto local donde se había procedido a las detenciones de los dos culpables
.
Luisa desenvolvió el paquete en su celda húmeda y hedionda al mismo tiempo que Perri hacía lo mismo con el suyo en el calabozo oscuro de la prisión de la ciudad.
No había escritura alguna más que los nombres de los correspondientes destinatarios en fibrón negro en los envoltorios idénticos.
Dos tomos con el olor a nuevo de las novelas recién editadas yacían en sus manos.
Osvaldo Perri se tomó la cabeza entre sus manos y comenzó a sollozar. Luisa miró atónita las letras góticas en la tapa del libro. “La dinastía. El regreso de Marilina”, desplegó la primer página y alcanzó a leer la dedicatoria antes de estrellar el volumen con todas sus fuerzas contra la pared sucia.
“A Luisa y Osvaldo, a quienes le debo, sin duda la creación de este libro”

de Carla Salvatori

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