¿Quién fue Pablo Palacio?
Leonardo Candiano
Pablo Palacio fue un escritor ecuatoriano nacido en la ciudad de Loja en 1906, y es aún uno de los representantes más valiosos del vanguardismo latinoamericano.
Sus principales publicaciones fueron: "Un hombre muerto a puntapiés", libro de cuentos editado por primera vez en Enero de 1927; "Débora", novela publicada en Noviembre de ese mismo año, "Comedia inmortal" y "La vida del ahorcado"; de 1932.
Parte muy joven de las sierras de Loja hasta la ciudad de Quito, donde se convierte en poco tiempo en uno de los referentes del Partido Socialista Ecuatoriano, llegando a ocupar importantes cargos públicos; al mismo tiempo, comienza a dar clases en la Universidad Nacional de Quito. A partir de 1936 padece los primeros síntomas de su emfermedad, la locura. Ya en 1940 es internado en un manicomio, lugar en el que permanece hasta su muerte, en el año 1947.
La cuestión de su locura se transformó en una de las grandes coartadas de los críticos que lo acallaron y se burlaron de él; pero vale aclarar que Palacio escribió todos sus textos cuando estaba cuerdo, detalle que suele ser ignorado por quienes lo critican.
Crítica a su obra:
RUPTURA Y TRADICIÓN
Ignorado durante décadas, Pablo Palacio fue un escritor que intentó, y finalmente logró, quebrar los códigos establecidos en la literatura, vigentes desde el siglo XIX. tomó a través de una óptica diferente el arte, la estética y la sociedad en su conjunto.
Fue, en un principio, derrotado por el conservadurismo crítico; pero el tiempo, tarde como siempre, se está encargando de ubicarlo en el lugar que se merece, el de uno de los mayores innovadores que ha dado la literatura latinoamericana en el último siglo, un hombre que tuvo la sapiencia y el coraje necesarios para hacer desde su obra una férrea y sistemática lucha al orden establecido, cuestionándose las bases mismas sobre las que se erigía la tradición literaria. Rompió no sólo con el código lingüistico tradicional, sino que quebró las estructuras narrativas mismas; en particular, las de las novelas realistas y románticas.
Esto se ve claramente en su obra principal, "Débora", donde parodia las tramas novelescas desarrollando una narración que a cada paso pierde sentido, negando el carácter accional de la misma y suprimiéndole el final. En esta novela prácticamente la trama no existe; esperamos, como lectores entrenados por la tradición, que ocurra algo en el texto, pero nada pasa; la novela entera es una burla al realismo, se encarga de desenmascararlo poniendo en el tapete los procedimientos a través de los cuales se arma el relato. Ironiza sobre la ficción de la realidad que se hace pasar por "la realidad" y sobre las cursilerías del romanticismo. Desnuda a cada instante las artimañas de lo que él llama "realismo mágico", demostrando el carácter ficcional tanto del texto como de los personajes, que no son otra cosa que productos de la imaginación del autor, sin vida, sin pasado y con menos futuro. Palacio nunca describe físicamente a sus personajes, cuando quiere hacerlo con el teniente por ejemplo, protagonista de "Débora", sólo escribe TENIENTE; pues no es más que esas ocho letras, en la apertura del relato comenta:
"TENIENTE has sido mi huesped durante años. Hoy te arrojo de mí para que seas la befa de unos y la melancolía de otros" (...) "Uno de esos pocos maniquíes de hombre hechos a base de papel y letras de molde, que no tienen ideas, que no van sino como una sombra por la vida: eres teniente y nada más". (...) "Quiero verte salido de mí".
El personaje como un producto expulsado de su mente que va a parar al texto..
Al mismo tiempo violenta la sintaxis, parece que al contar cosas nuevas necesite utilizar nuevas maneras de expresarse, rompiendo la linealidad sintáctica. Escribe, deja lugares en blanco, continúa varios espacios después, utiliza la mayúscula cuando se le ocurre, su obra no está regida ni siquiera por la gramática.
Pero su ruptura traspasa los límites literarios, existe en su obra un quiebre con el cánon social. "Denuncia a las instituciones que custodian y perpetúan la moral oficial y el orden"[1] y "ridiculiza a la opinión pública" [2]. Desacredita a la policía, que es incapaz de resolver el caso y a la prensa, que no informa y es subjetiva en su cuento "un hombre muerto a puntapiés", desacredita el matrimonio monogámico en "Las mujeres miran las estrellas", desacredita las prácticas judiciales en ese mismo relato. Los críticos literarios se encargaron durante años de vengar estos ataques (en particular los ataques al sistema literario tradicional que Palacio produce en todos sus textos) omitiéndolo o defenestrándolo, algunas veces por incomprensión y otras por comprenderlo demasiado. El cuestionarse lo que nadie se cuestionaba, he ahí el delito por el que Palacio fue castigado con la marginación.
El realismo nos miente, y los lectores deben darse cuenta de una buena vez:
"La novela realista engaña lastimosamente, abstrae los hechos y deja el campo lleno de vacíos; les da una continuidad imposible. Porque lo verídico, lo que se calla, no interesaría a nadie". (Débora. Pág. 95-Obras Completas)
Para hacer una novela de ese tipo tenemos que mentir, construir una gran ficción; en palabras del escritor ecuatoriano: "literaturizar". Poner a andar la imaginación, como debió hacerlo el protagonista de "Un hombre muerto a puntapiés" para "resolver" el asesinato del homosexual cuando las instituciones no le dejaron nada concreto para ello.
Si queremos realismo debemos empezar por aceptar que todo es artificial. Un libro es un libro, no la realidad.
La ruptura con las instituciones, tanto literarias como extraliterarias, Palacio las realiza siempre desde el texto, toma la realidad pero para negarla, para reírse de su lógica. No plantea soluciones ni alternativas. Eso no se debe hacer desde la literatura. Esta postura "adorniana" (aunque Adorno haya escrito su "Teoría estética" muchísimo tiempo después de que Palacio termine "Débora") lo acompañará durante toda su obra.
Vale recordar que según Adorno la literatura debe mantenerse autónoma, siendo esta la única manera que tiene el arte de no claudicarle al sistema, está en contra del arte comprometido no por lo que allí se expresa sino porque, de alguna manera, está utilizando la lógica capitalista de funcionalidad, tiene que alejarse todo lo que pueda de ese rol, debe mantenerse en un estado dialéctico negativo, es decir, sin llegar jamás a la síntesis, porque a la síntesis se llega a través de la lucha de clases y no desde la literatura.
Palacio casi no habla en sus textos de la violencia social, de la explotación del hombre por el hombre, pero eso no lo hace menos revolucionario dentro de su campo, ya que él se rebela a través de la estructuración de sus textos y de las marcas explícitas sobre los procedimientos literarios. Niega la forma en que se cuenta, critica la narración expositiva y la de protesta por que ambas "están regidas por un criterio materialistico" [3].
No es mediante el arte que se producirán los cambios sociales indispensables para el bienestar de la humanidad. Por lo tanto el arte no debe adueñarse de tal función. Se toman elememtos de la realidad para transformarlos. Palacio le quita la ilusión al lector, lo hace pensar. Hace de él un ser activo, aunque virtual. El lector se tiene que sentir partícipe. Desmistifica la literatura imponiéndonos la verdad.
En la época en la que Palacio escribe, el cánon literario ecuatoriano en particular, y el latinoamericano en general, estaban establecidos alrededor de la "Novela de la tierra", al estilo de "Doña Bárbara" o "Don Segundo Sombra", que reforzaron, en un orden semántico, una imagen del mundo americano: la selva, el llano, la pampa, el indio. El referente era la tierra americana. Palacio, al igual que Arlt en nuestro país, comienza a hablar de otro ámbito, de la ciudad, de los suburbios. De lo que pasa aquí y ahora, alejándose también de la llamada "Novela histórica". Cambia el lugar desde donde narrar los acontecimientos.
Palacio fue un escritor que vivió siempre al margen de lo establecido, de lo regulado. Fue un eterno rebelde que jamás le claudicó a sus pensamientos, los ensayistas y los críticos nunca le perdonaron esa terquedad. Sus contemporáneos lo marginaron totalmente porque no encajaba en el sistema, y él, además, no quería encajar allí. Fue un escritor "ilegible"según la tradición, que, en su faz totalitaria intenta homogeneizarlo todo, renegando de aquellos que no entran en su lógica. Por eso marginó a Palacio, que llegó para cuestionar las bases mismas del cánon literario.
[1] Manzoni, Celina. Para leer a Pablo Palacio. (Pag.25). Ediciones OPFyL. 2001
[2] Manzoni, Celina. Para leer a Pablo Palacio. (Pag. 17). Ediciones OPFyL. 2001
[3] Contreras, Alvaro. Palacio, Invitación y artificio.
Fuente: Marginalia 5
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