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Johann Valentin Andreae

nació el 27 de agosto de 1586 en la ciudad suaba
de Herrenberg, al suroeste de Stuttgart, ducado entonces de Württemberg,
Alemania, en el seno de una piadosa familia luterana. Sus padres fueron
Johannes Andreae (1554-1601), decano y superintendente de Herrenberg, y
Maria Moser (1550-1632), hija del preboste (Vogt) de esta población. El
primero era un apasionado de la alquimia y gustaba de coleccionar objetos de
arte y manuscritos, aficiones en las que gastó a lo largo de su vida más
dineros de los que aconsejaban el bienestar y la seguridad de su familia. De
carácter jovial y sociable, no destacó como clérigo, si bien consta que fue un
hombre bondadoso y cumplidor.
A su padre lo presenta Johann Valentín como el hijo de Jakob el Teólogo ,
dando a entender que este personaje era bien conocido del lector. En efecto,
Jakob Andreae (1528-1590) había jugado un papel protagonista e histórico en
la redacción de la llamada Fórmula de la Concordia, un cuerpo de principios
doctrinales que recogía las tesis básicas de la confesión luterana en torno a
ciertos puntos concretos todavía controvertidos. Concluida en 1577 tras mu-
chas reuniones y disputas, fue suscrita oficialmente por la mayoría de los
grupos evangélicos en 1580, constituyéndose en el canon del luteranismo
ortodoxo junto con la Confesión de Augsburgo, la Apología de Melanchthon y
los Catecismos de Lutero. En los ambientes cultos se consideraba que el padre
de esta fórmula había sido Jakob, pues había intervenido decisivamente tanto
en su redacción como en los contactos y negociaciones diplomáticas -algunas
a nivel internacional- que hicieron posible su aceptación. Johann Valentín
invocará a menudo su condición de nieto de este acreditado «teólogo» para
protestar de su ortodoxia luterana, puesta en duda una y otra vez por sus
enemigos, sin otra motivación -dirá siempre como un estribillo- que la envidia
y el odio a su persona .

Jakob Andreae, hijo de un herrero de Waiblingen, empezó su carrera
eclesiástica como diácono en una parroquia de Stuttgart primero y de
Tübingen después, pasando pronto a ser decano y superintendente de
Góppingen. Hizo el doctorado en teología por deseo expreso de los duques de
Württemberg, que le nombraron profesor de teología y canciller de la
universidad de Tübingen en 1562 y le encomendaron la tarea de conseguir la
unidad luterana. Cuatro de sus hijos abrazaron el estado eclesiástico y tuvo
buen cuidado de casar ventajosamente a sus seis hijas. Cuando en 1630
Johann Valentin publica la biografía de su abuelo, le cuenta 80 nietos, 30 de
ellos clérigos, y estima los biznietos en unos 200, de los que muchos eran ya
clérigos o se preparaban para serlo. Es, pues, el patriarca y fundador de una
ubérrima dinastía de prelados luteranos. En términos sociales significa esto
que Johann Valentin pertenecía a una clase económicamente acomodada, la
llamada «honorable», y que las quejas, por tanto, que profiere de continuo
sobre sus estrecheces económicas hay que entenderlas por referencia al nivel
de bienestar y hasta de fausto que se consideraba propio de esta clase o
estamento, sin nada que ver, ni de lejos, con el nivel de subsistencia en que se
debatía la mayoría de la población. Por los datos que él mismo nos suministra
se comprueba que, aun en los momentos más aciagos de la Guerra de los
Treinta Años, dispuso de cantidades muy notables de dinero y de recursos.
Aunque se preocupó sincera y eficazmente de los pobres, lo hizo sin superar la
conciencia de la época, que veía en las diferencias de clases un supuesto obvio
y natural.
A la muerte de Johannes Andreae, ocurrida en Kónigs-bronn, de donde había
sido nombrado abad por razones de salud, su viuda, Maria Moser, acosada por
la necesidad, decidió trasladarse a Tübingen, donde esperaba poder sacar
adelante a sus siete hijos con la ayuda de los amigos de la familia. Durante el
viaje tuvo Johann Valentin un accidente grave: al querer subir al carro que
transportaba los enseres, metió ambas piernas en medio de la rueda y se las
hubiera partido si una piedra que había en el camino no hubiera detenido el
carro justo en aquel momento. Las señales, sin embargo, de aquella
retorcedura las llevó toda su vida, como él mismo comenta. Para
contrarrestarlas practicaba ejercicios físicos con regularidad, llegando incluso
a sobresalir en algunas habilidades gimnásticas. En Tübingen funcionaron
impecablemente las amistades de la familia. La viuda pudo instalarse con sus
hijos en una casa propiedad de la universidad y se empeñó con tesonería en
recabar medios y favores. Unos años más tarde se fue a Stuttgart para hacerse
cargo de la farmacia de la corte que le había ofrecido la duquesa Sibila.
Johann Valentín llama a su madre con admiración y respeto «virago»,
aludiendo a su personalidad resuelta y perseverante a la vez que pro-
fundamente piadosa.
En el año 1602, pocos meses después de su llegada a Tübingen, Johann
Valentin se matricula como estudiante de filosofía y teología en la universidad
de esta ciudad. Una prueba, sin duda, del celo de su madre y de la eficacia
con que operaba la solidaridad entre las familias de un mismo estamento.
Muchos de los profesores habían sido amigos de su abuelo o de su padre y no
dudaron en prestar su apoyo a estos parientes necesitados.

No debe olvidarse que Johann Valentin es uno de los grandes renovadores de
la pedagogía, de quien el mismo Comenius se declarará discípulo y deudor.
Acabados los cursos de filosofía y obtenido el título de Maestro en Artes
(1605), prosiguió, como era normal, los de teología. Pero un escándalo en el
que se vio envuelto le obligó a interrumpirlos bruscamente y a abandonar la
universidad dos años después. En varias de sus obras se refiere a este suceso
calificándolo de un «castigo» y una «vergüenza», pero nunca logra aclararnos
en qué consistió. Parece que fue lo siguiente: algunos estudiantes solían
organizar fiestas privadas a las que invitaban también a mujeres. Estas eran
generalmente de baja extracción, pero de vez en cuando se sumaba alguna
hija de buena familia. Una de éstas fue objeto de burlas en un escrito que
circuló por la universidad cuando se anunció su próximo matrimonio. Hubo
una investigación y los responsables fueron expulsados, entre ellos Johann
Valentin, quien había tenido el escrito en sus manos, aunque no participaba
de estas fiestas ni había tenido nada que ver con la redacción del libelo 9.
Nuestro joven, que aún no tenía decidido si emplearse en la administración
civil o en la eclesiástica, se ofreció de momento como instructor particular de
hijos de familias nobles o ricas a fin de poder subsistir. Con esta ocasión
aprovechó para poner en práctica sus nuevas concepciones sobre los métodos
de enseñanza. Dado que este trabajo no le sujetaba demasiado, se determinó a
emprender algunos viajes por Europa y visitar sus principales ciudades, dili-
gencia ésta que se miraba entonces como obligada en la formación de un
estudiante, parecido a como lo eran las peregrinaciones en la Edad Media. Los
más largos fueron los que hizo a París y a Roma, en otro tiempo capital del
mundo y hoy capital del vicio 10, el primero rodeando por Suiza y el segundo
por Austria.
La razón de los mismos, dirá con énfasis en su autobiografía, fue la de
«aprender lenguas». Sus adversarios, en efecto, le reprocharon siempre el
carácter mundanal y contaminante de tales correrías. En el transcurso de su
viaje a París realizó una escala en Ginebra (1611), quedando gratísimamente
impresionado por el ambiente austero y piadoso que reinaba en esta ciudad
calvinista gracias a los tribunales de costumbres que todas las semanas
inquirían el comportamiento de los ciudadanos y castigaban cualquier exceso,
incluso el más pequeño. Formaban tales tribunales los vigilantes de los
barrios, o los ancianos de la zona, o el senado mismo, según fuera la gravedad
del asunto y la dureza de corazón y contumacia del delincuente. Si no fuera la
diferencia de religión, escribe, se hubiera quedado para siempre en esta
ciudad. El empeño de toda su vida fue introducir algo semejante en sus
parroquias luteranas, los llamados Comités Eclesiásticos, o Kirchenkonvente,
cosa que conseguiría finalmente. En Cristianópolis, su república utópica, la
vigilancia mutua de los ciudadanos es una de las bases de su buen orden y de
la vida virtuosa de sus habitantes.
Durante el viaje a Italia (1612) formuló el voto de abrazar la vida clerical. A su
vuelta se presentó al examen de párroco, pero es suspendido por falta de la
debida preparación, como se dice expresamente en un documento que se
conserva, aunque nuestro hombre aduce otros pretextos en su autobiografía.


Reanuda sus estudios de teología en la universidad de Tübingen, que termina
en 1614, y se presenta otra vez al examen, aprobándolo esta vez. En la
primavera de este mismo año se instala en la ciudad de Vaihingen, junto al río
Enz, al noroeste de Stuttgart, en calidad de diácono.

Sus enemigos, recelosos siempre de su ortodoxia, argüirán que entró en la
vida eclesiástica demasiado repentinamente, sin haberse dado el tiempo
necesario para disponer su espíritu y purificarlo.
Su vida universitaria está marcada por una insaciable pasión de saber. El día
lo dedicaba al estudio de las ciencias, la noche a la lectura de autores. A causa
de esta desmesura en el estudio mi vista se debilitó, contraje las molestias del
insomnio y se debilitó la fidelidad de mi memoria. Pero a causa de ello también
conseguí ponerme casi a la altura de mis compañeros en las ciencias, en
experiencia, en cambio, superé a muchos, por lo que ya en mi temprana
juventud se me confió la educación de la juventud. Probablemente uno de
los efectos de esta industriosa nocturnidad fue alguna especie de atresia men-
tal, pues de otra manera no se explica el rematado confusionismo y
tortuosidad con que se expresa al escribir.
La feracidad literaria de Johann Valentín es superlativa, en cuanto a la
cantidad por lo menos. En el catálogo de sus obras publicado en 1793 por
Phillip Burk la lista de las editadas hasta entonces tanto en latín como en
alemán es de cien, número que el bibliógrafo pone sucumbiendo más bien a la
magia del guarismo que ateniéndose a la realidad, pues se sabe que rebasan
esa cifra con mucho y que, por otra parte, las impresas eran y son algunas
menos. El inventario de estas últimas confeccionado por Richard van Dülmen
alcanza hasta 99, incluidas unas pocas de las que sólo es editor. A ello hay
que añadir su correspondencia, más de 3.000 cartas, todavía sin clasificar ni
publicar. Este oficio de escritor lo inaugura con su entrada en la universidad y
lo ejercerá durante toda su vida. Él mismo nos refiere que todos los días
escribía algo, en sus tiempos de estudiante para descargar el bastimento que
iba recogiendo de sus lecturas y más tarde para combatir la forzosa ociosidad
a que le tenía sujeto su cargo de pastor de almas. Pero la causa primera de
esta fiebre de escribir fue sin duda su enorme inquietud intelectual y su
profunda aspiración a reformar el mundo y la Iglesia evangélica
En estos primeros años compone algunas obras de teatro, imitando a los
autores ingleses, unas de tema bíblico, como Esther, y otras de tema clásico,
como Hyazinth, Die Verwünschung der Venus (La execración de Venus), Ein
unglücklicher Zufall (Un caso desgraciado) y otras. Realiza, asimismo, algunas
traducciones, entre ellas los libros sobre la historia romana de Justo Lipsio
(1574-1606), autor del que aprendió mucho, nos dice, pero que dañó mucho
su estilo y que, según los críticos actuales, influyó poderosamente en las
concepciones políticas de Johann Valentín. Esta traducción, completada, la
publicó en 1620 con el título de Admiranda oder Wundergeschichten...
También tradujo libros espirituales, como los de Philipp Nicolai y otros
pietistas tanto alemanes como extranjeros, buscando siempre en esta
actividad como traductor el conocer y practicar las distintas lenguas. La obra
más valiosa de esta época juvenil fue, de acuerdo con su propio parecer,
Theodosius, dos volúmenes bastante extensos en que expone su idea sobre lo
que debe ser un buen educador.

Fuente: AudioLibros

Cristianópolis

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