Tú que habitas ahora despierta sobre el agua
rota de los diamantes.
Tú que habitas ahora, como una llama vida,
lo mismo que lámpara desvelada en su propio
mundo de claridades.
No eres la terrible, la fulgurante luz
que llega de los cielos.
Eres la espada fina, la silenciosa espada
que siega las tinieblas,
el más agudo grito salido de las mismas
entrañas de las sombras.
Entre el río de siempre cubierto de ceniza.
El río inevitable
donde mi amor aguarda la primitiva lumbre
que quiebra sus metales,
sus desoladas selvas, sus ópalos del aire.
Eres la iluminada,
la solitaria esquiva que defiende los bronces
de la noche y del alba.
¡ Radiante forma anclada de los vivientes orbes,
traspasado por ti derrumbo mis orillas,
hago rosas de hielo de mis propias palabras!
-¿En cuál lecho de otras arenas diferentes
creció de soledades
la noche que en tus pulsos moja en agua celeste
su roja llamarada?
En la ola de vidrio furiosa que te envuelve
lo mismo que una torre,
como una firme hiedra de sed devoradora,
construida de ciegos arcángeles te elevas
más allá de las nieblas,
hacia los nuevos soles que laten en tu sangre
llovida de amapolas.
-¿Es el amor que esperas erguida en el umbral
de la rosa más alta?
¿De la encendida rosa que el verano calcina
con sus labios de fuego?
Debajo de la muerte total otras campanas
desesperadas claman,
claman otras campanas
debajo del silencio donde crece el vacío
como una flor helada.
Franklin Mieses Burgos
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