Cuando por soleados caminos del domingo,
cogidas de las manos venían las margaritas
con sus limpias enaguas recién almidonadas
crujiendo melodías de almidón en el viento;
cuando enardecidas iban las amapolas
gritando en rojo vivo su pasión anarquista
por todos los viajeros senderos de la aurora,
y los claveles eran Caperucitas Rojas,
las dalias (con sus faldas de encajes) bailarinas,
ignoradas pavlovas de la verde campiña,
con tramoyas de vientos, en proscenios de hojas;
cuando todas las rosas del rosal tenían alas,
y en vez de ruiseñores canoros en sus jaulas,
las viejas solteronas mimaban en sus sueños
tulipanes azules que cantaban:
era entonces el tiempo feliz de las abuelas;
el bello tiempo ido de las pantallas rosas,
los relojes de cuco, los bastones de estoque,
las postales de Niza y el ademán pausado
con que los caballeros se hacían el bigote;
tiempo todo cubierto de un fino terciopelo,
por el que descendían las palabras discretas
en un suave despliegue de susurrantes voces
cuando el vals entreabría sus violines de llanto,
y el mundo se apagaba de pura transparencia.
Franklin Mieses Burgos
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