Me imagino tu mundo por dentro como un amplio
coro de incomprensibles voces de terciopelo,
flotando entre una selva de árboles humanos,
tras un dolor desnudo venido de muy lejos.
Me imagino tu mundo -terrible, solitario-
como un paraje en donde crezcan rosas de tinieblas
y en donde impetuoso un viento crudo y agrio
muerde un viejo silencio de corazón de piedra.
Me imagino tu mundo como si en él la noche
hubiera florecido sus pétalos de sombras
para quebrar el alba dorada que persiste
en despertar el canto de todas las alondras.
Después acaso un solo sonido sin palabras,
una másica muerta, un resplandor de estrellas
ahogadas sobre el agua de un río silencioso
que marcha lentamente camino de la muerte.
Una rosa, una dalia, algo absurdo que finge
la traslúcida cara de un ser cuya sonrisa
nieva lumbre de luna. Y en medio de este mundo
atormentado y solo, como una torre adulta:
tu voz petrificada.
Franklin Mieses Burgos
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