Abi era una niña que soñaba con viajar por las estrellas. Cuando estaba distraída a veces su mamá le decía que estaba en la Luna, que está mucho más cerca de nosotros. Ella no sabía que estar en la Luna era no estar atenta cuando le hablaban, o cuando la maestra le explicaba.
Bueno, en realidad ella no solo estaba en la Luna, sino también en las estrellas.
Imaginaba a cada lucecita que veía en el cielo como un campo lleno de velitas que brillaban de distinta manera ya que había velitas y velas. Era como el gran cumpleaños de Dios. A ella le habían hablado de Dios y que estaba en el cielo y en todas partes. Así que como había tantas velitas y velas que no se podían contar, pensaba que Dios tenía tantos años como su abuelito, o quizás algunos mas.
En una noche de verano, cuando hacía tanto calor como para comerse un helado de cuatro gustos, en un cucurucho grandote, sus papás la llevaron a caminar, porque en la casa no se podía dormir ni siquiera en la heladera. Las salchichas que estaban cerca del congelador se negaban a salir, el tomate se apantallaba para darse aire, la leche llamaba a la vaca porque quería volver a ella y las hamburguesas se encerraron en el freezer y cubiertas con una capa de hielo decían, "de aquí no nos movemos".
Todos los vecinos estaban en la vereda y los chicos jugaban y correteaban de una esquina a otra. Era como una tarde de sol pero en realidad se trataba de una noche de estrellas. Que al fin y al cabo servía para jugar y caminar que es lo que les importa a los niños.
Además eso de acostarse tarde es algo que los hace parecer a los grandes, y jugar a las escondidas de noche es mejor porque no se ve tan bien detrás de los árboles de la vereda. Por supuesto que siempre está el "no te acerques al cordón", "jugá donde te pueda ver", "hasta la esquina, pero no dobles, volvé enseguida"
Caminaron mirando las vidrieras de la Avenida. Era muy bonito ver totalmente iluminada a la misma calle que recorría todos los días para ir a la Escuela o de compras con su mamá. Había luces blancas, rojas, amarillas, azules. El semáforo estaba loco de contento, porque de noche se luce y se lo puede ver de lejos. El muñequito de los peatones se la pasaba saltando de arriba abajo y de abajo arriba, y cuando lo paraban se ponía rojo de vergüenza.
Caminaron mucho, la mamá miraba las vidrieras y le comentaba cosas al papá. Cuando Abi se cansaba el papá la subía sobre los hombros, lo que la ponía muy contenta porque podía ver desde arriba a todas las personas y estas parecían pequeñas.
En una heladería donde había gente comiendo helado hasta detrás de los maceteros y los chicos tomaban agua fría del bebedero y se lavaban la boca y las manos, el papá le pregunto a la mamá si quería un helado. Abi esperaba un sí, ya que su mamá siempre la cuidaba de que no tomara frío y luego le doliera la garganta.
Hacía tanto calor que la mamá, mirando como a Abi le caían unos gotones de transpiración grandes como bolitas, decidió que se comiera un helado, "pero no muy grande, eh".
El problema comenzó cuando tuvo que elegir los sabores. Primero preguntó cuantos gustos podía pedir. Le dijeron dos, pero el joven que atendía le guiñó un ojo a Abi y le dijo, "tres".
El papá comenzó a leerle todos los gustos. Abi no sabía como eran, así que finalmente pidió de dulce de leche, crema y chocolate.
Sentados en los bancos de la vereda de la heladería se comieron los helados. La mamá se preocupaba porque a Abi se le chorreaban los gustos que se iban derritiendo. Al cabo de un rato el rostro de Abi se había convertido a su vez en un helado de tres gustos, en donde la nariz aparecía como una guindita roja.
La mamá la llevó a lavarse las manos y cara y luego siguieron caminando. Llegaron hasta el parque. Estaba lleno de chicos y alrededor de las luces bailaban infinidad de bichitos a los que le gustaban la luz igual que a Abi.
Era una espléndida tarde de sol. Perdón, era una hermosa noche de estrellas.
Acomodada en una hamaca con cadenita, para que no se vaya a resbalar y caer, Abi iba y venía empujada por su papá. Cada vez que iba, veía el cielo y cuando venía, veía el arenero. "No tan fuerte le decía la madre", mientras Abi pedía mas.
Lentamente empezó a ver que en el cielo unas nubecitas blancas iban apareciendo, le preguntó a sus papás porque eran así, ya que ellos nunca dejaban de contestar sus preguntas. El padre le dijo que a esa forma de cielo se lo conocía como "aborregado" porque cada nubecita parecía un borrego. La mamá se apresuró a explicarle que un borreguito no era más que el bebé de la oveja y porque las nubes eran blancas y tan gorditas, que casi no se le veían las patitas y parecían pompones, se las conocía por ese nombre.
Cada vez venían más ovejitas, como si los ángeles las estuvieran arreando al corral. De pronto unas nubes grandes como trenes y haciendo luces aparecieron espantando a las ovejitas que se fueron.
El papá le dijo que se tenían que ir porque estaba por llover y se avecinaba una tormenta. Todos los padres empezaron a juntar sus cosas y comenzaron a dejar lentamente la plaza acompañados de sus hijos.
Ya en el cielo todas las velitas y velas habían desaparecido, como si el viento que se estaba "levantando" las hubiera apagado.
El vientito era mas fresco y en el cielo parecía que había fuegos artificiales.
De pronto un ruido muy fuerte asustó a Abi, parecía que las locomotoras de los trenes del cielo hubieran hecho sonar sus bocinas, todas al mismo tiempo. El cielo muy oscuro se había iluminado, como los destellos de muchas máquinas fotográficas en un cumpleaños. El papá se dio cuenta del temor que tenía Abi, y tomándola en sus brazos comenzaron a volver rápidamente para su casa. Para calmarla le explicó que el ruido que escuchaba se llamaban truenos y que no eran mas que el sonido que acompañaba a las fuertes luces o relámpagos, que se veían surcar el cielo. Pero a pesar que los truenos eran muy fuertes, solo era ruido.
Algunas gotas de lluvia comenzaron a caer y decidieron quedarse debajo de un balcón hasta que pasara la lluvia. Al principio era suave pero a medida que pasaban los minutos se hacía mas intensa. De pronto se escuchó, tic, tic, tic, un ruidito suave, y se vio que del cielo caían unas piedritas que al tocar el piso rebotaban alegremente.
Como el viento era muy fuerte el agua los estaba mojando. Entonces corrieron hasta la heladería que estaba a media cuadra, donde esperaban guarecerse hasta que la tormenta pasara.
Parecía que los padres habían tomado una ducha, pero vestidos, sin jabón, ni esponja, ni patito.
Ya en la heladería se escuchó un rumor, como el de muchos autos con los motores encendidos, esperando el semáforo verde.
Todos en la heladería se fueron alejando de la puerta hacia el interior. En un momento el tic, tic, tic, de las piedritas se transformó en una cortina de piedras, piedritas y piedrotas blancas. El alboroto era grande y al caer sobre la vereda y la calle, bailaban muy contentas. Parecía que las primeras piedritas, las del tic, tic, tic, habían decidido traer a sus papis, abuelos, hermanos, primos y a toda la familia. Eran piedras, piedritas y piedrotas que rebotaban contra el piso, y saltaban sobre las baldosas. Parecía que habían salido como ellos a pasear y estaban jugando. En un momento todo el piso de la vereda quedó cubierto por una capa de piedras blancas.
Abi estaba muy asustada y su papa trataba de calmarla hablándole y hasta cantándole. Como no lograba quitarle el susto se agachó y tomo una piedra blanca y se la dio a Abi para que la tuviera en sus manos. Al principio no quería, pero ante la seguridad de su padre se dio cuenta que no había que temerle y la tomó entre sus deditos. La puso sobre la palma de la mano y sintió que estaba fría y que se iba transformando en agua. ¡Era hielo! Parecía que los ángeles habían descongelado la heladera como lo hacía su mamá y luego lo hubieran barrido hacia la abajo.
Luego de caer mucha agua, tanta que la calle parecía un lago, los autos lanchitas y donde solamente faltaban algunos cisnes y patos, dejó de llover.
Todos salieron de la heladería y comenzaron a caminar para sus casas, no sin antes mirar hacia el cielo, para convencerse que todas las piedras, piedritas y piedrotas se habían ido a otra parte a dormir.
El papá dejó a Abi en el piso para que caminara y tomándola de la mano izquierda y la mamá de la mano derecha fueron cantando y saltando charquitos. Abi tenía unas ganas tremendas de pisar un charquito. ¡Es de lindo ver como el agua salta y uno se moja! Cada vez que pasaba cerca de uno sus pececitos se le iban solitos a pisarlos, pero su mamá, que le había adivinado la intención la retó porque tenía miedo que al mojarse “pescara” un resfriado.
Así llegaron a la casa, ya Abi estaba nuevamente en brazos, pero en esta oportunidad de su mamá. Tan cansada estaba que la cambiaron y acostaron y casi no se dio cuenta cuando se durmió.
Esa noche tuvo un sueño muy extraño. Era un cumpleaños. Había infinidad de velas y velitas, que adornaban un enorme helado de mil gustos, aun de los que no conocía pero que le gustaban. En la fiesta no faltaba nadie y hasta el heladero estaba invitado. Por eso no solo había dos gustos sino muchos más. En esa hermosa fiestita, por la ventana podía verse como las ovejitas en el campo eran arreadas por los angelitos. Abi, sentada en las rodillas de su mamá reía, abría paquetes con bonitos papeles y moños de color para su Abuelito, al que no había conocido pero que quería mucho.
de Carlos Luján D'Andrea
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