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Calígula y Nerón contra la Masonería

La respetable logia Libertad nº 21 estaba adornada con los elementos necesarios para celebrar una tenida[1]. Se habían prendido las tres grandes velas simbólicas: de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza. Sobre las mesas del Venerable Maestro y sus dos vigilantes, los aprendices habían colocado sendos malletes y joyas. Todos llevaban puestos sus mandiles.
Todavía se hallaban en pasos perdidos, cuando el Venerable dio la indicación de guardar silencio antes de penetrar en el templo. Los masones se pusieron en fila, entrando primero los aprendices, seguidos de los compañeros y por último los maestros. El hermano Guardatemplo cerró la puerta y todos ocuparon sus puestos con la acostumbrada solemnidad.
Se acababa de iniciar la primera tenida del año 1941 en un frío local de la calle Santa Ana, angular a las ramblas de Barcelona. Casi todos eran conscientes del peligro que corrían sus vidas y las de sus familiares; por eso se habían reunido en ese lugar que, por su aspecto destartalado, pasaba desapercibido.
Los franquistas ya llevaban varios años fusilando masones, por el hecho de pertenecer a una organización que defendía -y defiende- el librepensamiento y por rechazar, en tres ocasiones, la solicitud de Francisco Franco de ingresar en la Orden. Entre otros muchos, Lluís Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya, había sido fusilado en Barcelona el pasado 15 de octubre, por pertenecer a la Masonería. Otros salvaron sus vidas poniendo rumbo a Sudamérica, para exilarse en un país hermano.
El único punto del orden del día era una pregunta: ¿Cómo podemos sobrevivir en tiempos de extrema represión?
-Concedo la palabra a quien desee aportar alguna idea, en bien nuestro o de la Orden –con estas palabras iniciales el Venerable abrió el turno de intervenciones.
-Para empezar, tenemos que dejar de reunirnos hasta que termine la pesadilla de la dictadura y eliminar todos nuestros documentos delatores. –Comenzó diciendo el hermano Secretario-. No será mucho tiempo. Además, no somos peligrosos para ellos; sólo defendemos la paz, el orden, la libertad...
El ambiente estaba cargado de agitación y tristeza. No era para menos. Como había dicho el Secretario, ellos no eran peligrosos; no obstante, representaban una amenaza potencial para los represores porque, en general, estaban bien posicionados social y económicamente; eran cultos, inteligentes y liberales: no en vano, casi todos los miembros del extinto gobierno de Manuel Azaña habían sido masones.
-Apoyo la tesis del hermano Secretario. Debemos disolvernos lo más rápidamente posible; tal vez, en estos momentos, nos estén buscando –apostilló con firme resolución el hermano Orador.
-Los fascistas no pueden obligar a todo un pueblo a quedarse sin hacer nada –afirmó el hermano Primer Vigilante-. Debemos hacer algo más importante que reunirnos. José Martí, Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo O’Higgins y otros, fueron francmasones; como sabéis, los líderes que hicieron lo indecible para emancipar Sudamérica respecto del colonialismo español.
La inquietud y pesadumbre iniciales fueron convirtiéndose en euforia generalizada, a medida que el Primer Vigilante, cada vez más enfervorizado, arengaba a sus hermanos. Para concluir, añadió:
-Nuestra misión ha de ser pedir ayuda urgente. Aglutinar esfuerzos y favorecer que las personas que piensan como nosotros tengan la posibilidad de llevar adelante sus ideales de libertad y progreso. Podemos reclutar gente y comprar armas; provocar una revolución contra la dictadura.
-El querido hermano Primer Vigilante parece olvidar que somos unos pocos; que estamos rodeados de enemigos y que, como el nuestro, otros países también están gobernados por tiranos -espetó el hermano Segundo Vigilante-. Yo también apoyo al hermano Secretario. Desde hoy, y para empezar, voy a dejar de asistir a las reuniones.
Los demás maestros hicieron uso de la palabra, defendiendo una u otra posibilidad; los compañeros dieron también su opinión. En cuanto a los aprendices, no era frecuente que hablaran en las tenidas; la logia valoraba positivamente que aprendieran a sujetar sus emociones en silencio y tuvieran en cuenta las intervenciones de sus hermanos más veteranos, más duchos en el arte de la elocuencia. Sin embargo, dada la situación tan comprometida, el Venerable consideró necesario que intervinieran, incluso que se desahogaran. Por eso concedió la palabra al aprendiz más antiguo, el hermano cuyo seudónimo era Mozart.
-Casi todos nos conocemos bien. En un momento dado hemos recibido ayuda los unos de los otros; juntos hemos pasado momentos memorables acompañados de nuestras familias, pero... ¿No creéis que, a pesar de ello, tendríamos que ser prudentes también a la hora de hablar, según qué cosas? –Entonces, miró de soslayo a otro aprendiz y, antes de proseguir, guardó unos momentos de silencio como si quisiera tomar fuerzas y armarse de valor-. Me veo en la obligación de deciros, por nuestra seguridad, que el “hermano” que tengo a mi derecha, Calígula, es policía y miembro del Servicio de Inteligencia de la dictadura. ¡Es un infiltrado! –bramó, enrojecido de ira.
-¡Me niego a creerlo, es un republicano empedernido! –Vociferó fuera de sí un tercer aprendiz, el “hermano” Nerón, también policía camuflado, poniéndose rápidamente de pie, como un muelle.
Calígula permaneció sentado y en silencio. Parecía que las graves acusaciones vertidas por Mozart fueran dirigidas a otro; sin embargo, se le notaba rígido y en sus ojos se podía adivinar un odio inmenso y contenido, como si estuviera a punto de hacer añicos a cuanto le rodeaba. ¿Estaba maquinando una treta mortífera para fulminar a Mozart?
-Era republicano. –Aclaró Mozart, mirando al Venerable. Y tomando aire prosiguió-: Antes de terminar la guerra, cuando se veía que Franco iba a ganarla, olvidó sus queridas ideas republicanas y se metió en la policía.
Se produjo tal griterío, tal confusión, que nadie vio a Calígula introducir la mano derecha debajo de su blanco e inmaculado mandil de aprendiz. Sacó un pesado revólver gris oscuro y disparó a bocajarro sobre Mozart que cayó fulminado, de bruces, encima de la Biblia depositada junto a la escuadra y el compás, sobre el brillante ajedrezado del suelo. El siguiente y certero disparo alcanzó de lleno al Primer Vigilante que se desplomó encima de su mesa en medio de convulsiones letales. Tardó en morir unos pocos minutos, instantes después que una dotación de la policía irrumpiera, armada hasta los dientes, alertada por las detonaciones.
“Hasta aquí he llegado”, se dijo Nerón, sin mover un músculo. Entonces, un pensamiento fugaz cruzó su cerebro. Recordó las órdenes tajantes de su tío y superior, el inspector de policía de la comisaría del distrito Ramblas, que consistían en abortar cualquier conato de rebelión. Calígula, el otro infiltrado y amigo suyo, acababa de hacer lo correcto. “Debo seguir su ejemplo”, reflexionó con rapidez. Sin pensarlo, enloquecido, disparó su pistola a derecha e izquierda, mientras gritaba: “¡Masones, estáis acabados!”
Apilados en el suelo, todavía calientes, se hallaban seis cadáveres rodeados de sangre. Los heridos, una vez maniatados y amordazados, quedaron abandonados a su propia suerte en el solitario y frío local de la calle Santa Ana. A los ilesos se les condujo esposados a la comisaría, donde se les torturó durante horas, mientras eran interrogados con extrema dureza para obtener información sobre otros masones. Al día siguiente, para concluir tan execrable asunto, fueron fusilados en la explanada principal del parque Güell, concebido, precisamente, por el desaparecido masón Antoni Gaudí.
El Gobernador de Barcelona, para recompensar los abnegados y valiosos servicios prestados a la Patria, concedió a Calígula y a Nerón sendas medallas al valor militar, que éstos portaron orgullosos el resto de sus vidas. La Vanguardia hizo un extenso y triunfalista relato de la masacre ocurrida en la logia masónica Libertad nº 21 y el fusilamiento subsiguiente, con un recordatorio final y contundente: “Esto es lo que espera a los revolucionarios que pretenden alterar el orden y las buenas costumbres establecidas por nuestro Caudillo. ¡Viva Franco! ¡Arriba España!”




[1] Reunión de masones.



Autor: Manuel Cebrián.
País de origen: España.
Edad: 56 años.



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