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La vecina de arriba

Atardece. Descuidadamente, he apoyado el arma en mis piernas, mientras bebo a sorbos el café todavía caliente.Apenas pesa, pero su presencia es persistente y aguda, como un corte en la yema del pulgar.
Por la ventana entreabierta las luces que comienzan a encenderse en la casi noche de Buenos Aires se cuelan obstinadamente y un tórrido murmullo incesante y decadente, delata el arduo ajetreo de la vuelta al hogar de las gentes como un ejército autómata: extraños todos juntos repitiendo una rutina idéntica e insípida, marchando a su refugio donde los espera una caricia tal vez, una comida caliente, un programa en la televisión.
La vecina del piso de arriba ha llegado a las 7:35 hs. Cierra la puerta y el estruendo se extiende como un brazo por el pasillo. Oigo sus pasos muy cerca en mi cabeza, como si se hubiera metido dentro. Ella, egoísta y ausente, da comienzo a sus pequeños, diminutos, mezquinos rituales cotidianos que me tienen como un involuntario testigo primero, pero que de a poco me convierten en un adolescente curioso que espía agazapado en el alféizar de su ventana. Y ella, despreocupada y ajena como un niño que camina hacia la plaza, deja caer al piso suavemente la enagua de seda justo antes de entrar a la ducha; y mientras el agua caliente comienza a lamer su piel, ella deslizará el jabón de pétalos de rosa como la mano de un amante por su cuerpo. Pasaran algunos minutos – diez, tal vez quince -, hasta que pueda contemplarla salir de la ducha y secarse lentamente la piel, peinar su cabello, calzarse la bata de toalla. Entonces volveré a escuchar sus pasos, ahora más lejos y más livianos, como si se hubiera desprendido del lastre que le dejaron las tortuosas y oscuras horas en la oficina. Habrán quedado atrás, entonces, la ronca voz del jefe grueso y peludo desaprobando su informe. Habrá quedado atrás también el ponzoñoso comentario de su compañera de oficina sobre su vestido nuevo y quedará atrás la mirada lasciva del libidinoso del subte esta mañana: el agua ha borrado de pronto la armadura y las huellas de la lucha se perciben ahora sutilmente; un poco de ojeras, una suave contractura en los hombros. La adivino preparando un té en la cocina, tal vez de hiervas o tal vez de jazmín, que he descubierto en forma casual que es su flor favorita una mañana que coincidimos en el ascensor. ¿Tomará un trozo de budín de vainilla? Oh, seguramente no puesto que cuida su figura, aunque tal vez esta tarde se lo merezca: ha sido un día duro y apenas llevadero; sí, tomará un trozo moderado de budín de vainilla. Más tarde encenderá la radio, y quedará encendida hasta la madrugada. Escucharé junto con ella el programa de la noche donde llaman los noctámbulos, los tristes, los desolados que contarán sus desdichas, se quejarán de sus soledades o confesarán sus pecados. He pensado seriamente en llamar algún día, sin embargo no logro asirme del valor necesario para superar mi timidez, prefiero escuchar a los otros y compartir sus esperanzas o repudiar sus miserias. Oiremos juntos el programa, ella beberá su té y yo tal vez prepare un café para mí. Me pregunto si alguna vez habremos coincidido en un pensamiento, si una sonrisa dibujada ante el comentario de alguien que contaba su historia nos habrá unido en un instante perfecto, íntimo y apretado. Me gusta fantasear que sí, que a menudo compartimos una complicidad que nos hermana, que ella podría disfrutar de un comentario mío, de una broma, de una ocurrencia. Me gusta pensar que ambos compartimos el secreto de sabernos juntos escuchando la audición radial, pero que por ahora sólo yo lo sé; ella lo sabrá algún día también.
Si mañana el destino me echase una broma y coincidiéramos en el viaje del ascensor, mi corazón latiría como un potro desbocado, me alcanzaría apenas el aliento para no desfallecer y aunque las mejillas se sonrojaran lograría saludarla sin que me temblase la voz; no como aquella vez que, presuroso, traté de abrirle la puerta para que la dama se adelante, pero ya por mi torpeza innata ya por el sudor de mis palmas , se resbaló el picaporte y la pesada puerta le dio en el zapato de tacón rojo y ella me dedicó una mirada profunda y áspera como la desazón de un niño y yo me hundí agonizante en la vergüenza, aunque luego entendí que ese podía ser el principio de nuestra historia de amor y que un día ambos reiríamos al evocarlo, yo con nostalgia, ella con una sutil culpa que engendraría mi ternura... Olía a perfume de jazmín, y adiviné entonces que esa es su flor favorita. El aroma inundó mis pulmones como una bocanada y como una estela cristalina me persiguió durante varios días. Sólo yo pude presentirla, por eso que Torres –el joven nuevo que intuyo, quiere quedarse con mi puesto- y González, los molestos y eternos bromistas de la oficina, no entendían por qué sus calumnias sobre mi traje marrón y mi calva ese día apenas me molestaron, como tampoco la obesa y maledicente recepcionista entendía el por qué de mi casi sonrisa a pesar de sus intentos de ridiculizarme por mi tartamudeo. Nada me importó durante esos días en que su perfume me acompañaba como un abrazo, y aunque me hubiera gustado que fuera eterno, un día desperté y ya no estaba, tal vez se había gastado de tanto yo aspirarlo. He pensado mucho en enviarle un ramo cada martes o cada viernes, pero aún no junto el valor necesario para hacerlo.
Sé que mañana no nos encontraremos en el ascensor. Sé que ella no asistirá a las tediosas reuniones de consorcio a las que puntualmente he ido todos los primeros lunes de cada mes, peinado y perfumado, con la secreta esperanza de verla, de que una mirada descuidada y perdida de ella se pose en mí aunque mas no sea un instante único que yo transformaré en eterno. Tampoco importará que yo me encuentre en la puerta charlando despreocupadamente con el portero cuando ella llegue, porque de alguna forma se las arreglará para ignorarme.
De a poco, la calle recupera sus voces huecas y se torna silenciosa y hostil. El largo trajín de los que vuelven ha acabado. Las luces de las otras ventanas se apagan. Algunas gentes serán más felices en los sueños y otros, atormentados en sus pesadillas. Las sombras de los canallas se alargan en las veredas desiertas. Otros cuerpos, otras almas, preparan las huestes de otro ejército taciturno y miserable que despliega su propio trajín al amparo de la luna. La radio se apaga. Ya los desdichados han contado sus desdichas y los infelices han llorado su infelicidad. Entonces, por fin, me levanto de la silla donde estuve sentado toda la tarde, toda la noche, toda la vida. El arma esta cargada y ahora, sosteniéndola con una mano, me he dado cuenta de su peso. En el espejo colgado en la pared del cuarto observo por última vez mi rostro, algo ovalado, nariz recta, mediana, boca pequeña, ojos inciertos. Otras veces, al escudriñarme frente al mismo espejo, había descubierto en mi mirada la ausencia, y aún haciendo grandes esfuerzos por evitarlo, había llorado como un deudo. Ahora, mi mirada contiene todas las presencias y las ausencias juntas: mi madre, mi padre. El nono Felipe que me regalaba caramelos y me zurraba suavemente cuando lo despertaba de su siesta. Mi hermano Daniel y también el gato Coco. Hay lugar para todos dentro de mi mirada. Es extraño como la distancia logra que mis antiguas presencias se trasformen en mis nuevas ausencias o tal vez sea la soledad quien se lleve los laureles en esta disputa por quitarles el brillo y convertir en estatuas de cenizas todos aquellos a quienes quise. Suspiro hondo y atravieso la sala como la exhalación de un fantasma. Abro la puerta del departamento, salgo al pasillo: luce frío y desolado como una mortaja. Pulso el llamador del ascensor. El pasillo del piso décimo, en cambio, me trae la rara sensación de descubrir lo ya conocido, como cuando uno conoce al padre de un amigo, y en él encuentra de pronto rasgos del otro y se siente confusamente traicionado.
Con insistencia he tocado su timbre, una y otra y otra vez. Oigo sus pasos. Abre la puerta y por fin estamos frente a frente y ya no podrá ignorarme.

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Crónica del hecho real publicada en el diario ese día:

MATÓ A SU VECINA Y SE SUICIDÓ

Confuso Episodio en Barrio Norte La víctima, Fátima Pulcallas, de 71 años vivía sola en el departamento "H" del 10mo piso del Edificio ubicado en Mancilla 581 de esta Capital. Según fuentes policiales, en la madrugada de hoy fue atacada a balazos por su vecino Rubén Marciota .Por razones que se tratan de establecer, Marciota subió al departamento de la anciana alrededor de las 4 de la mañana de hoy y la atacó a balazos para luego descerrajarse un balazo en el pecho con el mismo arma.
Marciota, de 47 años, vivía sólo desde hace 8 meses en el departamento "H" del mismo edificio y trabajaba como empleado de la firma "Goñi & Goñi " desde hace 28 años. En tanto Pulcallas era pensionada y todos los días visitaba a algunas amigas en el geriátrico " El descanso" con quienes jugaba a la canasta hasta la tarde, en que regresaba a su hogar.
Según trascendidos, Pulcallas estaba pensando en vender su propiedad y pasar sus últimos días en el hogar de ancianos junto con sus amigas. Consultados los vecinos – aún consternados por tan lamentable acontecimiento- aseguran que tanto Pulcallas como Marciota no eran personas conflictivas y no creen que se conocieran entre sí.



de Maria Hierro
País : Argentina
Edad: 34 años

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