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El Viejo

Ocho y veinte de la noche y el viejo escuchaba en su diaria agonía, dormitante como de costumbre, las últimas noticias por el radio. Para él, esto se había transformado en un rito casi sagrado desde ya hacía mucho tiempo.
No recordaba cómo ni cuándo había hecho de ese acto casi reflejo, instintivo, una necesidad, algo muy suyo, casi vital.
A sus pesados años, sentía que era lo único que le ataba con este mundo antes de emprender el “viaje eterno”.
Lejos ya, de pensar en un presente propio, creía encontrar en lo que le pasaba a los demás la manera más sutil de olvidarse de sí mismo y de su cruel realidad.
Sus vidriosos ojos, reflejaban el pasar de toda una vida y, las secuelas del ayer, habían arrugado su expresión, tornándose sus cabellos blancos de tanto vivir.
Sin embargo, de repente, casi sin notarlo, despertó de su letardía, dejó de soñar aquello que no le pertenecía y, lentamente, despojose de la neblina que cubría su ser.
Este súbito despertar, lo llevó a un violento renacer, halló por primera vez desde hacía mucho, un sentido de pertenencia de sí mismo, una autodeterminación que pensó haber perdido.
Más, viose de nuevo allí, vivo, junto a un café a medio beber, en un cuarto tibio que pestañeaba en torno al fuego de un oxidado bracero. Había recobrado la conciencia, y con ello, las ideas…un renovado aire respiraba su espíritu.
Bruscamente, parose su cansado cuerpo, como si hubiese sufrido un repentino impulso juvenil, y con cierta convicción exclamó ante aquel público inanimado ¡Lo tengo!, al paso que su torpe mano dejaba caer el café.
Al viejo, lleno de entusiasmo, le pareció que el destino le ofrecía una última razón para existir, y afirmó: ¡sí, eso es!
De la nada, del todo, de tanto amar, de tanto odiar, de tanto reír, de tanto llorar, de tanto soñar, de tanto despertar, de tanto trabajar, de tanto descansar, de tanto pecar, de tanto perdonar; en fin, de todo aquello que se experimenta de tanto vivir, pensó que de todo eso podía escribir él.
¡Sí!, quien más apropiado que yo para ello – se decía con orgullo –, porque los años me han dado la sabiduría que sólo quien los vive tiene.
¡Sí!, - volvía a repetir -, ¡yo soy el indicado!, ¡yo soy el elegido!
Esta idea le tenía sencillamente embelesado, pensaba que qué cuán difícil sería escribir, si ¡tan sólo es cuestión de plasmar en un papel aquello que se siente!
No obstante, él nunca había escrito. A sus largos años, jamás había hecho del lápiz su amigo, nunca lo había invitado a su casa a tomar el té.
El viejo, no sabía, -a su pesar-, que esto de escribir no es algo con lo que se nace; muy por el contrario, se asemeja al pedalear en bicicleta: se comienza en un triciclo, luego en una bicicleta con ruedines a los costados, y finalmente, después de un tiempo, andamos en una verdadera bicicleta… y así todo, pueden pasar muchos años hasta que realicemos aquel gran paseo que nos transforme en auténticos ciclistas…
Y me permito decir lo mismo del arte de escribir*: uno debe practicarlo paso a paso, y quizás algún día, haremos aquel gran libro que siempre deseamos escribir (aunque muchos lo intentan toda su vida y nunca lo logran).
Pronto el viejo cayó desilusionado, sus pensamientos se hicieron vagos y las interrogantes fecundas, ¿Pero de qué escribir? Sobre filosofía: Nietzsche, Hegel, Kant. ¡No!, imposible.
No los he leído, y aunque los leyera no los entendería. Ellos son pura teoría y nada de práctica… y yo he vivido.
¡Ah!, entonces sobre el amor… yo he amado y he sido amado, conozco sobre ello. No, pero es que el amor es tan variable, a veces es sueño y en otras pesadilla.
Tal vez sobre el matrimonio y la familia… ¡No!, tampoco sería sencillo, porque son la materialización del amor; y para hablar de ellos, tendría que hablar necesariamente de él. Pero es que del amor es mucho lo que se comenta y muy poco lo que se le comprende.
¡No, del amor definitivamente, no!
La desazón acechó paulatinamente a su indefensa presa.
El viejo aún no podía dar con el camino, y su mundo sumergíase en desesperanza… y meditaba: ¡pero si yo he vivido tanto, cómo no puedo escribir sobre algo! - y seguía -, si por lo menos tuviera libros podría copiar alguna idea. De todos modos, sobre cualquier cosa de la cual escriba, ya antes se habrá escrito algo…
Así, en este constante deambular interno, transcurrió una vuelta de reloj en la existencia del viejo; sin embargo, sin tenerlo en cuenta, esa pequeña ilusión de escribir le había devuelto las ganas de vivir.
Ya tenía un norte, una luz que seguir; en aquel demacrado cuerpo irradiaba por dentro una tibia llama que le pedía más tiempo, más plazo a la vida… aunque tan sólo fuera para escribir sus primeras y últimas líneas…


* Entiéndase por arte de escribir a la cualidad que debe tener un escrito de ser entendible y coherente, para que pueda comunicar aquello que se quiere expresar.

de Juan Luis Carreras Martínez
Nacionalidad: chilena
Edad: 28 años



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