de Pedro Calderón de La Barca
Al Excelentísimo Señor Almirante de Castilla
Mil veces sea repetido el día,
Señor Excelentísimo, en que vea
quieta España su heroica Monarquía.
Repetida la luz mil veces sea,
Señor Excelentísimo, en que Francia
los desengaños de su orgullo crea.
De una y otra fortuna la distancia
fausta y infausta piedra la señale,
blanca al valor, y negra a la arrogancia.
¿Qué aplauso habrá que tanto triunfo iguale?,
¿qué triunfo habrá que iguale tanta gloria
si una sola por todos juntos vale?
Roma lo diga, acuérdenos la historia
la variedad de honores que tenía
para quien la añadía una victoria.
Mural corona ufana prevenía
al que contrarios muros asaltaba
por las brechas que abrió la batería.
Cívica aquella era que se daba
al que en la lid tanto valor mostrase
que socorriese al que en peligro estaba.
Vallar se concedía al que ganase
las trincheras y fosos que tuviese
el enemigo donde se amparase.
Triunfal la antigüedad quiso que fuese
la que ilustrase al que morir expuesto
en campal lid a cinco mil venciese.
Obsidional la que al peligro opuesto
hiciese levantar al enemigo
sitio que ya una vez tuviese puesto.
Pues siendo así, señor, que hoy es testigo
el mundo de que todo lo habéis hecho,
todos los triunfos que os aclaman digo.
Todos os apellidan, satisfecho
cada cual de que él es el conseguido
del real valor, de vuestro ilustro pecho.
Mural facción vuestra facción ha sido,
puesto que al enemigo habéis hallado
en regulares muros defendido.
Por asalto fue dellos arrojado,
luego ganado por asalto el muro,
mural corona de oro habéis ganado.
Cívica también es de roble duro,
puesto que a otro socorristeis cuando
aun de si mismo no vivía seguro.
Can la hambre, el tiempo y el francés lidiando,
ya desahuciada de su valentía,
en brazos de la muerte agonizando
estaba la leal Fuenterrabía
el día que feliz la socorristeis,
que aun fue con el valor preciso el día;
luego si vida al casi muerto disteis,
la invasión de la patria asegurada,
la cívica corona conseguisteis.
No menos la vallar, apellidada
así de los vallados en que se hacen
el foso, la trinchera y la estacada;
si éstas a vuestro impulso se deshacen,
y llenas de despojos justamente
animo hoy y codicia satisfacen,
más gloriosa, señor, más dignamente
el esplendor de la vallar corona
los rayos ceñirá de vuestra frente.
Pero en vano sus méritos abona
a preferir atenta cada una.
Si la triunfal de su laurel blasona,
mejor derecho tiene que ninguna,
mejor acción por ser en sus empleos
la dádiva mayor de la fortuna.
Sólo aquel que ceñido de trofeos
de cinco mil triunfó en campal batalla,
con ella satisfizo sus deseos.
Luego en vos, gran señor, para logralla,
no solamente el número cumplido
pero excedido el número se halla.
Diez y ocho mil son los que habéis vencido
de poder a poder en la campaña
que tumba de cadáveres ha sido.
¡Oh! mire el sol con novedad extraña
triunfales pompas en España el día
que entre en su corte el defensor de España.
Mas no, que tanta pública alegría
aun es bastarda voz de vuestra fama,
mudo clarín de vuestra bizarría.
La obsidional corona es la que os llama,
quien desciñó por el laurel el oro,
ahora el laurel desciña por la grama.
Rústica plante es, pero no ignoro
que fue de humana púrpura teñida,
de los Césares último decoro.
Esta diadema a todas preferida
(de muchos con afecto deseada,
de pocos con efecto conseguida)
para vos, héroe invicto, está guardada
en el templo de Marte, donde yace
más verde cuanto más ensangrentada.
De las ruinas en quien silvestre nace
para don, el sitiado la tejía,
(que al don el celo, y no el valor le hace)
al que le desitiaba la ofrecía,
siendo el mayor blasón de todos cuantos
la premiadora antigüedad tenía.
Entre los dioses colocaba santos
al que entre el sitio y sitiador entraba,
noble despreciador de riesgos tantos,
si un ejército pues desalojaba
y si un pueblo dejaba asegurado,
semidiós uno y otro le aclamaba.
A tanta dignidad habéis llegado,
puesto en huida el sitiador lo diga,
dígalo en libertad puesto el sitiado.
Pero no un premio a otro contradiga,
que quien todos a un tiempo los merece,
todos a un tiempo es bien que los consiga.
Y así cuantas guirnaldas os ofrece
hoy la inmortalidad de vuestra fama,
que a nunca ser mayor por puntos crece,
ceñid iguales y una y otra rama,
a vislumbres descubra entretejida
el oro entre el laurel, el roble y grama.
No es modestia la gloria conseguida
recatarla, demás que siempre ha sido
la modestia virtud no agradecida.
Pues habéis cinco glorias conseguido,
cinco triunfos lograd; no se nos quede
por pereza con ellos el olvido.
Fiscalice la envidia que no puede
un hombre merecer, por más que un hombre
verá que sí, él mismo a sí se excede.
¿Qué virtudes le dan alto renombre
a un general para vencer glorioso
antes que con la espada con el nombre?
¿Ilustre sangre? ¿Espíritu brioso?
¿Feliz fortuna? ¿Prevención prudente?,
¿pródiga mano y celo religioso?
Pues si tantas virtudes igualmente
caben en un sujeto, en un sujeto
tantos lauros cabrán precisamente.
Perdonalde, señor, hoy a mi afecto
la ociosidad de ver que a cargo toma
haceros ejemplar deste concepto.
Si ilustre sangre ¿qué cerviz no doma
lo Enríquez en los Reyes de Castilla
lo Colona en los Césares de Roma?
Si ánimo invicto, ¿qué poder no humilla
ardimiento que en todas ocasiones
desenvaina el primero la cuchilla?
Si prudente gobierno, ¿qué blasones
no adquiere desvelada una cordura
que obra tantos aciertos como acciones?
Si fortuna feliz, ¿qué más segura
que aquella que a pesar trae de los hados
obediente a su arbitrio la ventura?
Si generosidad, ¿qué más probados
argumentos que ver entre despojos
vos volvéis pobre y ricos los soldados?
Y si celo católico, ¿qué enojos
no os cuesta algún insulto, desatando
iras el pecho y lágrimas los ojos?
¡Oh! enmudezca la envidia, confesando
silogismos que ya negar no puede
porque está la verdad argumentando,
y pues la misma envidia los concede,
vivid, venced, triunfad, sin que ninguna
acción al tiempo contra vos le quede.
Y si por dicha se volviere de una,
que es decir que en el mar no habéis tenido,
Señor, de vuestra parte a la fortuna,
estad de la respuesta prevenido,
y no la general de que el acaso
siempre avisa después de acontecido.
Particular razón en este caso
hay, sin aquella de que no amancilla
al valor la violencia del fracaso.
Y es que siendo desde una hasta otra orilla
vos general del mar, por la gloriosa
dignidad de Almirante de Castilla,
celoso el mar de ver vanagloriosa
con ejércitos vuestros a la tierra
amotinó su saña procelosa.
Y desatando cuanta furia encierra
ningún socorro que os llegase quiso
por medio suyo para hacer la guerra.
Venganza sin cordura y sin aviso,
pues hizo más osado el vencimiento
cuanto el número hizo más remiso.
No advirtió que sobraba vuestro aliento
aun para conseguir mayores glorias
a despecho de mar, de fuego y viento.
Ni es la primera vez que las historias
acordarán que en el cantabrio suelo
deben a vuestra casa sus victorias.
Esa plaza, esa misma al desconsuelo
rendida de otra gálica violencia,
empresa fue de vuestro invicto abuelo.
Su libertad os viene por herencia,
y hoy con mayor ventaja, cuanto ha sido
la mejor redención la providencia.
Más tiene que estimar el socorrido
antes de verse padecer el daño
que no después del daño padecido.
Luego claro probó este desengaño
que os debe más a vos, hoy defendida
la plaza, antes de riesgo tan extraño,
que al que después la vio restituida.
pues la habéis socorrido vos sitiada
si vuestro abuelo la cobró perdida.
Tanta victoria pues, tan señalada
facción, tan grande hazaña, tan altiva
empresa, gloria al fin tan celebrada,
siempre inmortal a par del tiempo viva.
Con voz la fama de metal la cante
y con letras de oro el sol la escriba.
Siendo para que dure más constante
un bronce repetido cada acento,
cada lámina un libro de diamante,
que yo, muda la voz, torpe el aliento,
ya reconozco, gran Señor, que en suma
ha menester tan generoso intento,
mejor voz, mejor plectro y mejor pluma.
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