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Sensación de regreso

de Francisco A. de Icaza



¡Madre, madre, aquí estoy. Cuando la suerte quiso,


como bohemio errante dejé tu paraíso


y fui de gente en gente


y fui de Corte en Corte;


de los soles de Oriente a las brumas del Norte;


pero ni el sol ni el hielo


de ti me tuvo ausente;


el azul de unos ojos me hablaba de tu cielo,


lo diáfano de un verso evocaba tu ambiente


y en el más crudo invierno, un soplo de fragancia,


aromas de tus campos me trajo a la distancia.



Hoy, enfermo y cansado, temí que mis despojos,


con las manos cruzadas y cerrados los ojos,


llegaran hasta ti; por eso vine antes,


para mirar de nuevo tus estrellas radiantes.


Cual si fuese un fantasma, ya mi sombra se aúna


a la de los sabinos del bosque milenario en las


noches de luna.



Ayer no estuve ausente; hoy, qué importa que muera.


Sobre tus verdes campos una estación impera:


invierno, otoño, estío, aquí son primavera.


Arrópenme con tierra tus manos amorosas,


el rictus de mi boca han de borrar tus besos,


la savia de mi carne y el polvo de mis huesos


renacerán en rosas.



Madre, madre, no llores. Si mi cuerpo sepultas


y ves brotar zarzales, será, ¿no lo adivinas?


que mis penas ocultas


renacen en espinas;


pero también en flores.


Madre, madre, no llores:


símbolo dé mí vida


será mi corazón una zarza florida,

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