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Canción de la amada sin presencia

(Antigénesis)

Antes de que tu voz fuera color de trino
y tus ojos dos sombras salobres como algas;
cuando aún tu sonrisa no era un camino abierto
para encender al alba, sino una melodía
en un país remoto de la tarde;
entonces, -¿lo recuerdas? -,
todos éramos uno en la unidad de Dios,
y mi aliento de vida era tu mismo aliento,
porque tú eras yo.

¡Oh indescifrable enigma de la rosa y el viento:
yo me amaba en ti misma!
Todavía el ocaso no era un pájaro muerto
colgado entre dos ramas,
ni se dolía la noche
en la angustia pequeña de los nardos,
ni el cielo era de trapo,
ni el mar una hoja verde sin sirenas.

Acaso todavía los lirios no eran lirios,
ni estrella, las estrellas;
ni el sol una sonrisa de claridades altas
nacida entre dos astros; todavía, te digo,
que nada tenia forma resuelta entre las cosas;
el aire no era aire, sino una mariposa:
solo una mariposa con las alas tendidas.

Qué dolor el de no verte desfilando
como ci perfil sonámbulo de un ala
entre los mansos árboles sin luna,
ni flotando en la noche única y sola,
como un ave perdida entre la bruma.

Sin embargo los dos íbamos juntos
sin que tu sombra
gritara por el frío de la palabra "nunca"
su agonía; sin que ninguna pena,
por el silencio mismo en que morías,
espigara una rosa de ternura
como vivo recuerdo de un alma que se iba.

Qué dolor el de no verte
entre estas muchas cosas que no eran:
las montañas los nidos, las ranas y los peces,
la luna grande
mojada de canciones,
la tierra azul y la mañana verde.

Qué dolor el de no verte;
porque este era el instante
único y preciso de las nominaciones:
ya el viento seria viento; la violeta, violeta.

La mano de lo arcano ponía su etiqueta
sobre todas las cosas; ya íbamos a ser:
mujer, estrella o rosa.

Pero tú fuiste un atardecer.
¡Sólo un atardecer!

Y yo, poeta.


Franklin Mieses Burgos

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